Elena Poniatowska y Jesusa Rodríguez
Aspecto de la estructura metálica instalada en la parte superior del recinto mercedario
El Dr. Atl en el techo del ex convento de La Merced
E
n el corredor izquierdo del ex convento de La Merced, Jesusa Rodríguez encuentra una carta escondida detrás de un nicho y viene a enseñármela.
–Te apuesto a que es del Dr. Atl.
La imagen del gran pintor sentado en la azotea de La Merced, con las piernas colgando en el vacío, de inmediato salta en mis recuerdos. Es una de las fotografías más poéticas y más sugerentes del dueño de La Merced. Allí, en esa azotea, vivió con Nahui Ollin.
El mensaje dice:
“Algunas veces abandono mi tumba para regresar al ex convento de Los Mercedarios donde nos amamos Nahui Ollin y yo. Hoy me he llevado una muy desagradable sorpresa, en este espacio metafísico que tanto significó en mi vida, han puesto una estructura metálica en la azotea, con el objeto de poner un techo. Verdaderamente un adefesio es esta estructura, no sólo de mal gusto y poco inteligente, sino que además está fija. ¡Adiós al cielo diurno y nocturno de aquel patio espléndido! Los mercedarios construyeron el cielo de piedra, pues la arquería superior de este claustro estaría simulando el cielo tachonado de diamantes.
“¿Cómo es posible que a esta maravilla la hayan cercado con una estructura tubular para sostener un techo? ¿Cómo va una tubería a esconder la armonía de una construcción? Los tubos rompen el equilibrio y las proporciones del claustro, impiden el juego de luces y sombras, atentan contra la belleza de las arcadas, atenta contra el juego y el efecto de luces y sombras, impiden ver la cúpula desde la arcada norte, una de las vistas más espectaculares del monumento.
“Aniquilan la terraza que Nahui Ollin llamó ‘la espléndida terraza’ en la que caminaba y se asoleaba desnuda y me abrazaba. Pone en riesgo al propio inmueble con el peso descomunal de las armazones de metal. ¿Qué no saben que el terreno es cenagoso, que La Merced, mercado de flores y frutas, estaba cerca del borde de la laguna? ¿Cómo es posible permitir que se atente contra una plaza pública patrimonio del Centro Histórico?”
Jesusa Rodríguez deshizo sus largas trenzas e inmediatamente se convirtió en La Llorona y yo, al fin reportera, le pregunté:
–¿Quién autoriza tal obra en La Merced?
–Alfonso de Maria y Campos es el criminal.
–¿Pero quién le dio la licencia?
–Él mismo, él es el anterior director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Es un capricho suyo, ha decidido poner ahí el Museo del Textil porque su madre, la cuentista de libros para niños Tere Castelló, tiene una magnífica colección de bordados. Además es un espacio totalmente inadecuado para ello, tanto por su naturaleza como por sus cualidades arquitectónicas y hasta climáticas.
Si alguien sabe de bordados, telares y tejidos es Jesusa, quien hace 30 años se viste de huehuenche, zapoteca, triqui, wixárika, purépecha, amuzga o zapatista.
Jesusa levanta los brazos al cielo.
–Si cualquier particular presentara un proyecto semejante al de La Merced, para techar el patio de cualquier edificio colonial, aunque no tuviese relieves, seguramente el INAH, por conducto de la Coordinación de Monumentos Históricos, no daría la licencia correspondiente por considerarlo no sólo agresivo sino atentatorio contra nuestro patrimonio, pero en el convento se construye un museo.
Jesusa se enoja:
–¿Dónde están las autoridades, los críticos de arte, los arqueólogos, los historiadores, los cronistas del Centro Histórico? ¿Dónde están todos los ciudadanos que aman lo bello, por qué nadie protesta frente a un despropósito tan evidente? ¿Acaso los mexicanos han claudicado y decidido aceptar calladamente todas las humillaciones? Yo sé que el arte textil mexicano es esplendoroso, no sólo es un arte sino que además es una forma de resistencia cultural de los pueblos originarios. Eso no es razón para poner en el ex convento de La Merced un museo del textil. Ahí estaría bien una academia de artes populares, exposiciones de pintura, escuela de artes para tantos jóvenes de los alrededores que no van a tener acceso a las escuelas como el Centro Nacional de las Artes o La Esmeralda.
–O un museo con las obras del Dr. Atl, quien de los grandes pintores es el único que no tiene museo.
–Es bien sabido que en el sexenio de De Maria y Campos hubo un gran descontento entre los propios investigadores del INAH por la destrucción y uso indebido del patrimonio cultural de México. Pero ahora ya no está De Maria y Campos, y sin embargo se le ha donado la fuente trasera del ex convento para las oficinas del supuesto Museo del Textil. ¿Es que acaso se puede
donarun espacio público?
–Aquí en la carta, el Dr. Atl pregunta, ¿quién es Alfonso de Maria y Campos?
–Es el que en Teotihuacán, en el gobierno de un tal Peña Nieto, permitió que perforaran las pirámides con 8 mil taquetes.
Al día siguiente volvimos a la casa que fue del Dr. Atl, Gerardo Murillo. A mí me parecía verlo en la azotea, pero Jesusa aseguró que ya había regresado consternado a su tumba.
Hoy en la terraza del ex convento de La Merced es imposible ver a una mujer que se bañe a jicarazos o chapotee desnuda en la gran fuente al centro del patio, hoy sería un milagro ver a niñas de la estirpe de Gerardo Murillo,
bárbaras, alegres y actuáticas.
–Jesu, ¿de estar libre de fierros el convento te bañarías desnuda a media terraza?
–Sí y me iría de excursión a las faldas del Ajusco, subiría al Popo con el Dr. Atl, vería su inmensa cúpula de hielo como una inmensa joya, llena de luz y de silencio.
Pasó una semana y volvimos al convento. Seguían las obras. Oímos un largo lamento y se apareció una mujer de ojos verdes en los que se podía caer como en un abismo, que caminaba al borde de la azotea a riesgo de caerse. Obviamente era de otro mundo. A mí me dio miedo, pero Jesusa la abordó:
–¿Qué puedo hacer por ti?
–Mi pasión es Gerardo, el de los volcanes. Tú eres valiente, diles que no le quiten la belleza a su convento, que quiten ese horrible techo y que se haga aquí el museo del Dr. Atl. Sabemos que en Cuicuilco, Carlos Slim destruyó la obra hidráulica más antigua de la cuenca del valle de México para hacer un supermercado. ¿Será que los mexicanos vivos están muertos? ¿Será que los muertos somos los únicos que protestamos?
Jesusa, la de la voluntad indomable, lamentó:
–Yo no sé cuántas cosas más permitirán que ocurran frente a ustedes, yo por lo pronto les digo a ti, Nahui, y al Dr. Atl que voy a seguir luchando.
–Sí, Jesusa, sabemos que tú eres una guerrera. Diles a los De Maria y Campos y compañía que si quieren que el mundo sea un supermercado, se queden con su mundo.
–Yo prefiero recordar las noches estrelladas –el Dr. Atl abrazó a Nahui– el sol iluminando las arcadas de aquella arquitectura espléndida, una de las pocas de su tipo que queda en la ciudad de México. Prefiero recordar el cuerpo de Nahui Ollin y las muchas aventuras que viví en ese espacio celeste antes de que le enchufaran esta monstruosidad.
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