Aplausos a reventar y vítores al salir el féretro a las calles del Centro Histórico
La pareja de escritores en su morada Foto Rogelio Cuéllar
Fabiola Palapa, Mónica Mateos, Merry MacMasters y Carlos Paul
Periódico La Jornada
Martes 28 de enero de 2014, p. 3
Martes 28 de enero de 2014, p. 3
Alrededor de las 11 de la mañana de un soleado lunes de invierno, el cuerpo del poeta José Emilio Pacheco arribó a la sede de El Colegio Nacional, en el Centro Histórico de la ciudad de México.
Acudió ayer por última vez a ese ‘‘edificio que le gustaba mucho y al cual acudía siempre con gusto”, afirmó su esposa, Cristina Pacheco, ante el tumulto de periodistas que desde temprano esperaban la llegada del cortejo.
Los angostos pasillos del recinto resultaron insuficientes e inadecuados para recibir a los funcionarios, escritores, intelectuales, colegas y amigos que llegaron a ofrecer sus condolencias a la familia del ensayista y Premio Cervantes de Literatura.
El aula mayor de El Colegio Nacional fue dividida en secciones para el acto luctuoso. Frente al féretro, los organizadores ubicaron a intelectuales, funcionarios y conocidos de la familia, espacio delimitado por cintas divisorias. Al fondo, en una especie de
corralito, el enjambre de camarógrafos y fotógrafos, nacionales y extranjeros, los cuales también se colocaron en el primer piso del salón.
El estrecho espacio entre ambos sirvió para quienes de última hora iban llegando a formar una fila, con las personas que durante el transcurso del día caminaron para acercarse al féretro y dar el último adiós al poeta.
En el primer piso y en los pasillos se encontraban más asistentes al sepelio, así como grupos de periodistas que abordaban para entrevistar a las reconocidas figuras del ámbito cultural que llegaban.
Los reporteros insistían, sobre todo, en tener declaraciones de la esposa del escritor, quien solicitó a sus colegas charlar,
pero no aquí frente él, expresó mirando el féretro.
El enjambre de medios se trasladó, entonces, entre empujones, a otro de los salones del inmueble, donde Cristina Pacheco calmó los ánimos y dijo que José Emilio
fue un hombre muy honesto, nunca quiso aprovecharse de temas como su compromiso social o su voz a favor de los desprotegidos. Escribió honestamente desde dentro; nunca trató de ser un francotirador ni mucho menos. Simplemente, por ser amante de las palabras y fiel a las palabras, dijo lo que veía y lo que oíamos todos, pero que quizá nadie dijo con tanta precisión.
Añadió que el mejor homenaje que se puede hacer al poeta
es respetar la palabra, pero sobre todo, a este país que tanto amó. Confirmó su decisión de no llevar en esos momentos al autor de Morirás lejos al Palacio de Bellas Artes, pues argumentó que la sede de El Colegio Nacional era un lugar especial para el poeta.
“Aquí veníamos cada mes a sus conferencias; para él era una ilusión muy grande venir, le gustaban los patios y la gente. Lo más bonito era que venían a escucharlo personas de todo tipo. Recuerdo haber visto a mujeres, con la bolsa del mandado, entrar corriendo y disculpándose por llegar tarde. Venía gente de verdad, de la calle, estudiantes, comerciantes, muchos jóvenes. Eso para él era un aliento muy grande.
Era un hombre normal, con muchas manías encantadoras, a veces difíciles de complacer. Un hombre apegado a sus lugares, a su cuarto, a su escritorio, le gustaban las plumas fuentes y estar rodeado de libros. Leía uno y tomaba otro y otro, y luego ya los había leído todos y me empezaba a contar, en desorden pero de una manera maravillosa, cuáles eran sus lecturas. Es una de las cosas que más voy a extrañar.
La también conductora de los programas de televisión Aquí nos tocó vivir yConversando con Cristina Pacheco, que se transmiten por Canal Once, afirmó que en estos duros momentos su deber es tener claridad, “ese es mi trabajo y el jueves voy a estar donde siempre he estado: trabajando en la calle y el viernes en mi estudio. Él estaría muy contento en este momento al saber que aprendí su lección, una lección maravillosa entre otras muchas.
“Todos nos quedamos con su obra. A mí me hace mucha ilusión pensar que no me deja tan sola, que si voy a una librería o una biblioteca voy a encontrar un libro suyo. Lo vamos a cremar, como era su deseo.
“Él no quería quedarse encerrado, tenía claustrofobia y estamos pensando en un lugar que para él era muy importante: Veracruz. Tal vez sea bonito arrojar sus cenizas en el mar de Veracruz. Tenía unas enormes ganas de vivir. Teníamos planes de aquí a 2 mil años, por decir algo. Pensábamos vivir juntos toda la vida y creo que eso implicaba también morir juntos. Pero eso es difícil lograrlo.
No me siento traicionada por eso, sino sorprendida, desconcertada, no puedo entenderlo. Siento mucha rabia y mucha desesperación, porque no puedo encontrar la palabra para decirles lo que siento. No es dolor, no es coraje. No se qué es, pero es algo que me invade, me paraliza y que me obliga a pensar que voy a seguir viviendo con él, pero va a ser una persona distinta, él va a ser de otra manera. Voy a tenerme que acostumbrar a vivir con él en la ausencia y en el silencio.
Acerca de la muerte de su amigo Juan Gelman, Cristina dijo que a José Emilio le pegó mucho: “leyó las obras completas, con el lápiz en la mano, con una emoción profunda y cuando terminó el viernes de dictarme el artículo me dijo: ‘bueno, al menos siento que ya cumplí con Juan, era realmente un gran poeta’. Es lindo pensar que en el último trabajo que hizo se encontró con un amigo, con un poeta. Por eso le digo a Mara Lamadrid, la esposa de Juan, que a lo mejor ya andan juntos por ahí en alguna parte, inventando historias, contando historias, haciendo poemas.
Quedaron sus notas, los cuadernos, los tiene terminados, pero él, como siempre, quería repasarlos, pero son notas muy largas, fascinantes y preciosas, concluyó Cristina.
Después de las 15 horas, el número de jóvenes, sus fieles lectores. que acudió a despedir a José Emilio fue notoriamente mayor al de los notables que acudieron al mediodía.
Estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Instituto Politécnico Nacional comentaron que, en cuanto concluyeron la jornada escolar de este lunes, muchos compañeros
se lanzarona despedir a
supoeta.
Marco Antonio, alumno del CCH Sur, compartió que José Emilio Pacheco le abrió las puertas de la literatura con su libro El principio del placer. Otros universitarios, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, llegaron con sus libros firmados por el Premio Cervantes de Literatura.
Los jóvenes Tania Esperanza y Adrián Roa señalaron que realizan su tesis sobre la obra de José Emilio, apasionados por la poética del autor mexicano.
Alrededor de las 16:45, Cristina Pacheco volvió a realizar una guardia de honor, esta vez acompañada por
gente de verdad, de la calle, estudiantes, comerciantes, muchos jóvenes, los fieles lectores que tantas veladas acompañaron las lecturas de José Emilio y ahora no podían dejar de darle el último adiós y de acercarse a la periodista para susurrarle
¡ánimo, Cristina!
Al filo de las 5 de la tarde, una fuerte ovación cimbró los pasillos de El Colegio Nacional, cuando se notificó que el féretro con los restos del también traductor se retiraba.
Más que lágrimas, aplausos a reventar y los gritos que colmaron las calles del centro:
¡No se acaban las batallas!,
¡Bravo, maestro!,
¡Viva Pacheco!,
¡Hasta siempre, José Emilio!
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