Bernardo Bátiz V.
V
ivimos épocas en las que no es fácil interpretar con acierto lo que sucede en la compleja sociedad mexicana, por dos razones: porque las aguas están muy agitadas y por que se enturbian a propósito. Un ejemplo es lo que sucede en Michoacán donde los montajes, la desinformación y sucesos inesperados impiden juicios suficientemente fundados y propician dudas acerca de quien es quién y quién es aliado de quien.
Pero esto sucede en todo el territorio nacional. Las cosas, en mayor o menor medida, se parecen a este ejemplo michoacano; por supuesto, lo que pasa en la capital no queda fuera de estas turbulencias, aquí también se dificulta emitir juicios tajantes y llegar a conclusiones definitivas; en el estudio de lo político y social, no se pueden descubrir leyes fatales como las leyes naturales, hay tendencias, constantes, conductas y procesos tipificables, pero siempre queda un margen en el que la voluntad individual, la propia convicción y la libertad dan sorpresas y quiebres que nos muestran aspectos de la vida colectiva que difieren del entorno.
Esta reflexión surge al leer la descripción de los programas sociales que la titular de Desarrollo Social, Rosa Icela Rodríguez, expuso a la reportera de La JornadaGabriela Romero en días pasados; el balance que hace de todo un año de aplicación de política social nos presenta una cara del gobierno capitalino muy distinta a la que otros colaboradores del jefe de Gobierno parece que están inclinados a mostrarnos, o que quizá veamos así, porque las cosas no se perciben desde adentro como nos parecen afuera.
En este informe se rescata la mejor carta de presentación del gobierno, la que queremos leer. Ahí se afirma que el diagnóstico indica que en la ciudad de México la pobreza se ha contenido, lo que es verdad; en la capital hay niveles de solidaridad y de cultura urbana y programas sociales sostenidos sin interrupción y más bien en incremento, que ponen a los capitalinos, aun a los más pobres, en situación de ventaja y cierto privilegio frente a la pobreza carente de esperanza de otras latitudes de México.
Los errores económicos de los gobiernos neoliberales han sido una pesada carga para las clases medias del país y verdadera plaga para los no sé cuantos millones de pobres; en la ciudad capital en cambio, la línea constante de una política que busca distribuir la riqueza y no sólo privilegiar a los inversionistas y a los llamados
emprendedoresha producido buenos frutos, evidentes en la metrópoli que ha sido gobernada ya por más de dos décadas y media por partidos de izquierda.
Renueva la esperanza el enterarse por voz de quien tiene a su cargo la responsabilidad, que a los programas de apoyo a adultos mayores, madres solteras, estudiantes y zonas marginadas se suma ahora uno nuevo, que se ha denominado Aliméntate, que tiene como finalidad proporcionar a la población económica y socialmente más desprotegida de la capital, que se calcula en 40 mil personas, alimentos, educación, salud y trabajo y, probablemente, en un futuro también vivienda; en resumen, oportunidades verdaderas y realistas.
La función del Estado en materia económica no puede reducirse, como lo quisieran los que abrazan el dogma de la infalibilidad de las leyes del mercado, a ser espectador. La autoridad no puede reducirse solamente a acciones de policía y sanciones; el Estado tiene el deber de equilibrar los extremos más opulentos con los más pobres y emplear todos los mecanismos posibles de que pueda echar mano, para impulsar formas de solidaridad humana y buscar la felicidad de todos. Los procesos de cooperación son a la larga más eficaces y dan mejor resultados que los procesos disyuntivos de competencia feroz y lucha por obtener riqueza a toda costa; una sociedad bien organizada no divide a sus integrantes en triunfadores y derrotados, busca que todos sean felices, esa intención la encontramos en los programas de desarrollo social de la ciudad de México.
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