Javier Jiménez Espriú
Representación gráfica que muestra los diversos elementos arquitectónicos del Palacio de Minería en 1835. En el plano de corte se aprecian los detalles del inmueble diseñado y construido por el escultor y arquitecto español Manuel Tolsá, como sede del Real Seminario de Minería y Real Tribunal de Minería. Imagen incluida en el libro 200 años del Palacio de Minería: su historia a partir de fuentes documentales, publicado por la Facultad de Ingeniería de la UNAM
H
ace 35 años nació en el Palacio de Minería, la I Feria Internacional del Libro México-UNAM-Facultad de Ingeniería y el Primer Encuentro Internacional de Escritores.
“Mis primeras palabras –dije entre otras cosas, como director de la Facultad de Ingeniería– serán para expresar nuestro sincero agradecimiento a los escritores, a los editores, a los distribuidores de libros, a todas las personas quienes con su entusiasmo, su participación, su confianza en los organizadores, su orientación y su trabajo han hecho posible la realización de esta Feria Internacional del Libro a la que bautizamos como ‘Primera’ con la esperanza de que, si el éxito acompañaba a nuestra empresa, fuese, como lo será, sólo el inicio de reuniones periódicas, cada vez mejores, cada vez más amplias y cada vez más trascendentes.
El Palacio de Minería acoge hoy con la presencia de casas editoras y distribuidoras de libros de 15 países, un espléndido acervo que custodia muchos siglos de la cultura de la humanidad.
Varios miles de volúmenes, obras de arte por su contenido y por su continente, ofrecerán la ocasión a nuestros visitantes de ponerse en contacto con libros de todas las disciplinas y de todas las ideologías, de diferentes lenguas y distintos confines.
Hace ya muchos años, 56 para ser preciso, el director de Bibliotecas de la Secretaría de Educación Pública, don Jaime Torres Bodet, organizó en este mismo recinto del Palacio de Minería una Feria del Libro que, según los periódicos de la época fue el
suceso del año. Se exhibieron, entonces, las obras que, de prensas nacionales tenían ya, en 1924, la raigambre de la tradición que iniciara Juan Pablos en 1539 con su
Doctrina Brevey que siguieran tantos hombres conscientes de la importancia de legar a la posteridad los conocimientos del hombre.
El éxito alcanzado, según relató
El Meridiano–que así se llamaba el boletín de la Feria–, llevó a los organizadores a proponer que la siguiente fuese de carácter internacional.
“La noticia no puede ser más placentera –señalaba un diario de la capital– y es de esas que tienen posible y urgente realización. A estas horas –añadía–, los cónsules extranjeros, que se han dado cuenta de lo que México sabe de Artes Gráficas, han informado a sus países sobre la importancia y las revelaciones de la Feria del Libro. Vendrán de Europa y de América excelentes contribuciones para la Internacional”. Sin embargo, los acontecimientos de la época, cortaron apenas nacida, una idea que de haberse logrado, pudo cambiar el derrotero de la afición cultural mexicana”.
Hoy la Universidad Nacional Autónoma de México revive aquel proyecto y su Facultad de Ingeniería se honra al tener en su casa primera, en el mismo sitio en que estuvo hace más de medio siglo, esta muestra magnífica que contiene las mejores expresiones del hombre.
Pero esta Feria hoy, teniendo las mismas raíces, alcanza un significado más importante.
La Feria de 1980 se inaugura en un mundo radicalmente diferente al de 1924, lleno de progreso, en la plenitud de la era tecnológica, donde el libro, sustituido en algunas de sus funciones por las microondas, por la televisión o la computadora, inventos extraordinarios de los hombres de ciencia, ha visto emerger su esencia como el instrumento fundamental de la cultura, que es a fin de cuentas lo verdaderamente trascendente.
En el mundo de la informática, el de los millones de caracteres por minuto, el de la cultura confundida con la información, el de la deshumanización, el de la tecnocracia, que a eso conduce la información sin cultura, el libro representa la única posibilidad de preservar los más altos valores del género humano.
En un momento en que lo urgente se confunde con lo importante, en el que las presiones que generan las necesidades primarias de la creciente población mundial llevan a decisiones inhumanas en aras de la humanidad, creando confusión en los valores esenciales del hombre, restringiéndole el mayor de todos que es la libertad del pensamiento, el libro adquiere una nueva y moderna trascendencia.
En su metamorfosis temporal el libro ha sido protesta y grito; confesión e idea; loa o acusación; creación o réplica; crónica o sueño; belleza o amargura; ciencia y arte; ariete o cofre, y hoy con magnitud distinta, columna primordial de la verdadera civilización.
Así, en el Palacio de Minería, sede de la primera Casa de la Ciencia en América; donde el Barón de Humboldt conoció los trabajos de Andrés Manuel del Río; de donde salieron a entregar sus vidas por las causas libertarias de la independencia jóvenes ingenieros de minas; aquí de cuyas aulas han egresado cientos de profesionales que han librado las batallas del desarrollo nacional, en esta casa que nació del arte inspirado de Tolsá y que fue rescatada del deterioro de los siglos por la conciencia de los exalumnos de la Facultad de Ingeniería, formados con esta misma concepción de universalidad; aquí, repito donde concurren tantas líneas de la geografía y de la historia, queremos que, cada año, se reúnan también, como hoy, las líneas del conocimiento universal y reafirmen que cuando ha habido divorcio entre la técnica y la cultura ha sido sólo cuando el intelectual y el técnico se han aislado en el pequeño espacio de sus respectivas
torres de marfil, creyendo unos que se podía cultivar la inteligencia sin ocuparse de la humanidad y los otros que se podía servir a la humanidad sin necesidad de considerar su inteligencia”.
Al recorrer hoy con deleite, el espléndido suplemento que La Jornada dedica a la 35ª Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, recordé emocionado los primeros momentos de este proyecto maravilloso, que cumple ya –lo que no es tan frecuente en el ámbito de la cultura en nuestro medio– siete lustros de éxitos constantes y creciente. Mi felicitación y mi agradecimiento a quienes han trabajado con pasión en él y mi reconocimiento a Pepe Taylor quien con su conocimiento y entusiasmo me embarcó en la aventura.
A José Taylor,
mi compañero en esta
aventura extraordinaria
mi compañero en esta
aventura extraordinaria
Twitter: @jimenezespriu
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