Javier Jiménez Espriú
L
a señora Angélica Rivera, esposa del Presidente de la República, dio un mensaje a los mexicanos para explicar cómo se había hecho de dos residencias, ambas en las Lomas de Chapultepec y colindantes: una en Palmas, que le transfirió Televisa, y otra, la hoy conocida como la
Casa Blanca, en Sierra Gorda, que el ingeniero Hinojosa –importante contratista del gobierno del estado de México cuando el licenciado Enrique Peña Nieto fue gobernador y más importante contratista hoy, que su amigo es Presidente de la República– tuvo la generosa actitud, a través de una inmobiliaria de su propiedad, de primero adquirir para ella dos terrenos y después construirle una lujosa y enorme mansión a su gusto y con el arquitecto de su elección, con la promesa de la señora Rivera de comprársela una vez terminada, lo que hizo mediante un contrato de compra-venta con reserva de dominio y cuyo monto, de más de 50 millones de pesos, paga en cómodas mensualidades –ya ha pagado 14 millones y pico- y con intereses muy razonables, con crédito de la propia inmobiliaria.
Nos aclaró también la esposa del primer mandatario, que Televisa, además de la residencia de Palmas, le pagó 84 millones de pesos por abstenerse, durante 5 años, de trabajar para su competencia. Como se ve, la señora de Peña Nieto vive rodeada de gente generosa y seguramente desinteresada.
Habiendo escuchado estas aclaraciones, escribí hoy por la mañana en mi cuenta de Twitter que “la declaración de la Señora Peña Nieto, sobre su casa de Palmas y la ‘Casa Blanca’, evidencia enormes conflictos de intereses con Televisa e Hinojosa”. Me quedó clarísimo con las aclaraciones.
Con esta opinión no coincide evidentemente el vocero de la Presidencia de la República, quien esta mañana también sostuvo un larguísimo y duro debate con Carmen Aristegui en su programa matutino, defendiendo a capa y espada dos tesis fundamentales: Que no hay conflicto de intereses en estos asuntos y que el Presidente no tiene obligación legal para presentar, con su declaración de bienes, los que corresponden a su esposa.
Dejemos para otro momento las obligaciones legales del Presidente.
Grave, muy grave, es el hecho acontecido que obligó al equipo de asesores del licenciado Peña Nieto a sugerir mandar a escena a la señora para detener el tsunami, pero peor, muy peor –perdónenme el énfasis–, es que en la Presidencia crean, piensen o simplemente argumenten que no hay conflicto de intereses.
Si esta es su convicción o su interpretación ética y la sociedad lo aceptara, todo acto semejante contará con el terrible precedente de la
Casa Blanca. Todos los contratos del gobierno, los de los cientos de miles de millones de pesos en infraestructura anunciados y los contratos de utilidades y producción compartida de exploración y explotación petrolera, que por cantidades inimaginables de dólares se firmarán con cargo a la inconsulta reforma energética, padecerán el síndrome del tren chino.
Hace poco propuse en forma irónica, en un artículo que titulé
Después de la reforma energética, la reforma ética: el establecimiento de una nueva ética, pragmática, que acabando con los mitos puritanos –
falsos valoresque limitan el ejercicio del poder– sobre honestidad, conflicto de intereses, nepotismo, compadrazgo, amiguismo, patriotismo, soberanía, etcétera, permitiera la total libertad en el ejercicio de un poder omnímodo, amparado por normas legales.
Pero, según se ve, me lo tomaron en serio, les gustó la idea y empezaron a aplicarla sin esperar las modificaciones legislativas.
No, en serio, no es aceptable lo que nos pasa, no es tolerable que independientemente del mal gusto y la poca sensibilidad de
contar dinero enfrente de los pobres, nos quieran dar
atole con el dedo, considerando que el pueblo está conformado por retrasados mentales.
Lamento decirlo, pero ya no basta con el ¡Ya basta! ni el ¡Ya estamos cansados!
Así, las cosas seguirán empeorando.
Twitter: @jimenezespriu
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