Mil pesos una gorra de Ferrari
¡Viva el señor Sol! y que sufra la epidermis
Miguel Ángel Velázquez
N
ueve de la mañana. Domingo de Muertos, primero de noviembre. En la plaza que lleva el nombre del corporativo del más vivo de los empresarios mexicanos, allá por Polanco, una fila de desmañados –vaya, para ser domingo– aborda un pequeño camión decorado en morado y blanco. Recorrido, 45 minutos, bueno, ese es el dato oficial, pero para ser
exactos llegaremos como en una hora, hora y cuarto, a la Ciudad Deportiva.
Apenas se avisora aquella parte del oriente del Distrito Federal, pasando el puente de calzada Zaragoza y el Boulevard Puerto Aéreo, los agentes de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina se miran de esquina a esquina, de azul los preventivos y de amarillo los de tránsito. Dice la SSP que son 4 mil los que vigilan, pero parecen muchos más. Son las 10:15, parece que llegaremos dentro de poco, pero, ¿cuánto es poco en estas circunstancias?
Se dispuso un carril confinado para el tránsito de los autobuses que traen a los aficionados desde varias partes de la ciudad, pero se circula lento, porque en cada una de las puertas de acceso se permite entrar a quienes consiguieron de los jerarcas de la organización un pase para que sus vehículos accedan a los estacionamientos del autódromo –como sabemos, ni a Miguel Ángel Mancera le dieron cartulina de entrada, por eso tuvo que viajar en Metro el sábado pasado–, y mientras se meten, se frena el camino de los autobuses. 10:30 horas, sólo faltan dos puertas más y llegamos.
Once horas. Aquí nos bajamos. Faltan unas cuadras. 11 y cacho. Estamos a espaldas de una enorme estructura metálica, el sol pega fuerte. Una gorra de Ferrari es la solución. Una carpa de plásticos blancos anuncia que ahí venden la defensa contra el sol que cae con poder, pero no es tan fácil conseguir el escudo. La gorra cuesta mil pesos, y al ver el precio uno grita: ¡Viva el señor Sol!, y que sufra la epidermis.
Vale la pena pagar por este espectáculo que hace más de dos décadas no se veía en el DF, dicen los fanáticos. Por fin empezó la carrera. Ya pasan de las 13 horas. Una señora conocedora de los quehaceres de tribuna, grita al arranque de los autos:
¡A güevo!, que prende la risa de la afición.
Pasó el tiempo, más lento que los autos, van 60 y tantas vueltas. Una y otra vez hemos visto pasar los mismos coches, casi en el mismo orden. Checo Pérez, el corredor mexicano, no tiene oportunidad de ganar.
Son las tres de la tarde. La vuelta 72 a la pista de poco más de cuatro kilómetros dio por terminado el certamen, ahora sólo faltan dos horas para regresar a casa.
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