Bernardo Bátiz V.
C
on la detención violenta y encarcelamiento de los maestros defensores de la educación gratuita, popular y nacionalista, y con un secretario de Educación preocupado por lanzar amenazas y justificar la represión, este gobierno confirma su vocación autoritaria y sella su paso a la historia como el que encarceló profesores y desmanteló nuestro sistema educativo para imponernos uno elitista, inspirado en la filosofía ramplona del neoliberalismo.
A quienes ya están injustamente en una prisión de alta seguridad, reservada para reos peligrosos, no podemos sino asegurarles que su sacrificio –cárcel, vejaciones y quizás violencia– no será en vano: la verdad encuentra caminos inesperados; uno es la conciencia social creciente que se solidariza con su lucha. Los plantones, campamentos, marchas y protestas de los maestros, a pesar de la propaganda pagada para denigrarlos, difundida por mercenarios de la comunicación, no ha logrado poner a la gente en su contra, como el sistema esperaba; no hay labor sin fruto y la lucha de los profesores, hoy aparentemente acorralada por el poder, saldrá adelante.
El jueves pasado estuve en la Fundación Heberto Castillo Martínez para la presentación de un libro que debieran leer los integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y cuantos participan en la resistencia frente al autoritarismo; se trata de la nueva obra del escritor Rosalío Hernández Beltrán, cuyo título es Huellas de amor y otras batallas, editado por Plaza y Valdés. El texto me parece un mensaje de esperanza para quienes, a contracorriente, defienden la justicia y la libertad de opinión sin aparentes posibilidades de triunfo.
En la portada aparece la palabra
cuentos, género que el autor domina sin duda, pero yo diría que en este caso hay muchas cosas más, crónicas, relatos, retratos, sueños, anécdotas de un pasado muy cercano, heredado por los mexicanos de hoy a beneficio de inventario; en el libro desfilan personajes de nuestra historia reciente que forjaron lo que somos hoy, un México dividido en dos y desquiciado.
En el lado oscuro de las historias identificamos a García Ramírez, al policía Miyazawa, a Moya Palencia, a López Portillo. Entre los protagonistas del lado del pueblo están Emilio Álvarez Icaza, el ingeniero Heberto Castillo Martínez, Demetrio Vallejo, este último, protagonista principal de varias de las historias, recordado líder y activista social que no se rindió aun cuando parecía tener todo en contra.
Además de estos actores de primera fila y conocidos, también otros, muy bien caracterizados por el autor, desfilan por las páginas del libro como valientes y comprometidos héroes anónimos: aparecen ferrocarrileros, trabajadores, maestras y maestros, estudiantes, jóvenes y viejos que dejan una huella en estas Huellas de amor. Los escenarios también son variados: una carretera solitaria del norte de México; un bosque del Ajusco; la plaza principal de Escobedo, Nuevo León; el barrio de Xocongo, en el Distrito Federal; los cerros blancos del semidesierto entre Matehuala, San Luis Potosí, y Mier y Noriega, Nuevo León.
Entre los relatos, el más dramático, en el fondo una verdadera epopeya, es Los patos; éste, ante un público atento y participativo que llenó el auditorio de la Fundación Heberto Castillo, fue leído por la actriz Tania Viramontes; su presentación conmovió al auditorio. En la historia hay muertes violentas, traiciones, entereza, valor civil a toda prueba y al final el reconocimiento de la justicia, conseguida en buena parte por el sacrificio de las víctimas.
Se trata de la crónica de los trabajadores de la embotelladora Pascual indignados y unidos ante un patrón violento, injusto, autoritario, dispuesto en todo momento a emplear los recursos más bajos a su alcance para evitar pagos y trato justo a los trabajadores; éstos (como fue en realidad) aparecen siempre dignos y firmes ante la corrupción de líderes charros, la venalidad de autoridades e intransigencia del dueño de la empresa.
Al fin los patos derrotan a las escopetas y la Cooperativa Pascual es un modelo de empresa del sector social de la economía y una muestra patente de que los negocios privados no son los únicos ni siempre los mejores para organizar un sistema productivo eficaz; la cooperativa ha demostrado ser eficiente y una forma más justa de organización para el trabajo. En la cooperativa los dueños del capital son los mismos trabajadores y las utilidades corresponden a todos los que participan en la comunidad productiva.
El libro de Rosalío Hernández Beltrán es muy oportuno. En medio de malas noticias y cuando parece que el pueblo pierde siempre la batalla frente a los abusadores, nos recuerda que habiendo unidad y decisión se puede alcanzar la justicia. Que sepan los maestros, en estos momentos víctimas del sistema que los encierra, los calla y los amenaza, que no siempre triunfan la injusticia y la arbitrariedad. El libro parece un mensaje de aliento a estos mexicanos hoy aparentemente acorralados.
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