Bernardo Bátiz V.
C
omo pocas veces la ciudad se encuentra en situación deplorable; en lo económico, marxistas y capitalistas coinciden, las cosas andan mal, la pobreza sube de nivel y llega a clases medias que se topan con un mercado que va más allá de la ley de la oferta y la demanda, en manos de grandes monopolios encarecen mercancías y reducen los productos. Un ama de casa perspicaz me hizo ver que las envolturas de jabones de una marca conocida siguen siendo del mismo tamaño que antes, pero los jabones que envuelven son cada vez más pequeños; se trata de un ejemplo. Pero más allá de este caso, encontramos en la calle más pedigüeños, crece el desempleo y la pobreza extrema avanza como una sombra al atardecer.
En materia de seguridad las cosas no están mejor: se incrementan los feminicidios, ejecuciones y robos violentos; la policía se ocupa de otros menesteres ajenos a la protección; no profundizo en este tema y basta abrir los diarios que todavía se ocupan de la nota roja para alarmarnos por el incremento de la violencia y el apoderamiento de medios de comunicación y espacios públicos por la delincuencia.
La movilidad no requiere mayores explicaciones; dos factores dificultan la circulación de automóviles, uno de ellos es el incremento del parque vehicular por la tendencia de familias de clase media y alta de acumular unidades para nunca estar sin una en caso de no circular o de otra contingencia.
El otro factor es que para cerrar el presupuesto anual, delegaciones y gobierno central se lanzaron a consumir los recursos con la multiplicación de obras por todas partes, sin plan ni concierto, como innumerables banquetas que no estaban en malas condiciones pero fueron innecesariamente sustituidas, parques infantiles de mala calidad construidos a toda velocidad, nuevo mobiliario urbano distribuido sin ton ni son por todas partes, no para facilitar el tránsito de personas y vehículos, sino para justificar gastos.
Los expertos y quienes manejan datos estadísticos podrán sin duda proporcionarlos; lo cierto es que no los necesitamos quienes vivimos en la capital lo padecemos en carne propia. Economía, seguridad y movilidad están peor que nunca. Lo importante quizá es saber por qué y cómo hemos llegado a esta situación.
El actual gobierno parece que tiene tres enemigos a los que combate sin tregua: lo verde, lo público y lo amplio y abierto. Nos topamos día a día con la obsesión del poder por dificultar la vida de los vecinos.
Cada vez que puede, el gobierno quita un poco de espacio a las zonas de reserva ecológica y a los parques y jardines; los árboles que estorban a negocios inmobiliarios son talados sin misericordia. Fue necesaria una batalla ciudadana desigual para evitar que en la entrada al Bosque de Chapultepec se instalara una feria con la rueda de la fortuna más grande del país y que la avenida del mismo nombre se convirtiera en un centro comercial de varios kilómetros de longitud; ahora mismo, el Paseo de la Reforma es agredido por el empeño de poner anuncios espectaculares y una línea de microbuses para justificarlos. Lo verde no le gusta al gobierno capitalino.
El afán crematístico ha hecho que empresas público-privadas se multipliquen y a costa del erario florezcan negocios particulares con el uso de bienes colectivos. Servicios públicos descuidados y obras en las que empresas hacen su agosto con bienes públicos, causan muchos daños y molestias a todos. Dos ejemplos: las cicatrices que hay en calles y avenidas, restos de las obras para el gas natural y las torres que se pretende construir para negocios particulares en cada una de las estaciones del Metro sobre la Calzada de Tlalpan.
El último enemigo, los espacios amplios y abiertos, basta caminar por calles y plazas para ver como se cierran con carpas, estructuras y todo tipo de obstáculos. Pero seamos optimistas, lo verde, lo público y lo abierto, regresarán a la ciudad.
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