Luis Linares Zapata
L
a envanecida élite de la opinocracia establecida desde tiempos ya remotos acude en tropel a sitiar, difusivamente, al Presidente de la República. La atención, pormenorizada al detalle, se concentra en sus desplantes retóricos, en sus giras y costumbres y airadas respuestas. Alegan afanes
sincerosy por el bien de la marcha y soluciones generales. Pero hay un firme tono en sus frases que pretende y hasta exige que, al propagarse, le sirva al mandatario para modificar su actitud, agenda y discurso. AMLO es un personaje al que han llegado a detestar con celo inaudito. Un sentimiento que se trasmina en sus pilas de escritos y feroces peroratas radiotelevisivas. Y, como de costumbre, deslizan, con fulminantes adjetivos, las fases terminales –su legado se juega en las siguientes horas JSHM– para su gestión. Sin importar que, con sólidas bases, pretenda llegar a ser transformadora.
El Presidente tal vez debiera cambiar tanto horizontes y rumbo, pero sobre todo de auditorios y lugares para sus giras, programas de gobierno y esfuerzos de comunicación. Así lo aconsejan y, además, los cambie por otros más apacibles: quisieran ser ellos sus escogidos para cenas, comidas sustanciosas, desayunos tempraneros y conspicuas veladas hasta altas horas de la noche. Gozar del tiempo, suficiente e íntimo, para que pudieran retocarle sus modales, abrirle el mundo, concretarle adelantos de última generación, alentarlo a comportarse como es debido a un mandatario para mejorar sus decisiones. Toda la sabiduría encerrada en sus críticas y consejos, sin duda alguna, estarán basadas en amenas e inteligentes disertaciones acerca de lo que un poderoso debe saber. Y no tanto porque tales comensales, en su reconocida modestia le recomendaran, sino porque le trasmitirían modos y verdades anidadas en todo dirigente moderno. Y de eso ellos saben lo suficiente, ya que son hombres y mujeres de mundo hábiles para tirar interminable y confianzudo rollo. Quisieran protagonizar, de nueva cuenta, algo, si no idéntico, sí cuando menos parecido al practicado durante años (¿décadas?) recientes. A lo cual están tan acostumbrados que, al bruscamente modificarse el escenario ya consagrado, es, precisamente, lo que les tiene en este ácido tan molesto. Nadie aguanta un destierro tan violento de esos altos terrenos que son, en efecto, casi el paraíso. En especial ese de las canonjías, respetabilidades condecoradas y un modus vivendi de categoría.
Pero bien sabe el Presidente qué bicho conocido se oculta tras de toda esta andanada de crítica masiva y teledirigida. La circunstancia va cambiando de tópico y ropaje, pero el propósito es constante: saber quién y para quién se gobierna. La pretensión comunicativa es bastante transparente. Primero se dan por sentadas, con base en repeticiones, ciertas verdades catalogadas como básicas: AMLO desprecia la ciencia, padece incapacidad ejecutiva, ejerce una real tiranía decisoria, recurre una y otra vez a ocurrencias mal logradas, sus afanes polarizantes lo convierten en un provocador permanente, la incontinencia verbal hace perder sentido a sus planes, la repetida actuación irreflexiva se asemeja a la locura. Sin embargo, este tipo de alegatos pretendidamente definitorios y cada vez más violentos, no han podido hacer virar la estrategia establecida de confiar y trabajar con y para la gente de abajo. Este es el asunto de verdad crucial. El hecho continuo, enraizado en el México profundo, que domina el quehacer político presidencial, es lo que se torna irresistible para la élite y la clase económica bien situada, con sus adláteres intelectuales afiliados al neoliberalismo.
Es irremediable darse por enterado a cabalidad de la lucha por el poder en desarrollo. El discurso de estos opinócratas recala, siempre, en terrenos, cada vez más baldíos, que sostienen esas
verdades. Esperan que, a fuerza de repetirlas en cuanto foro disponible hay, hasta convertirlas en lugares comunes, se trastocan en cartabones desechables. La lucha por la actual hegemonía es la que se finca en la desigualdad del presente. No sólo la de aquí –ni por los pasados motivos pues son variados–, sino por los estragos que tan injusta desigualdad ocasiona. Gobiernos, intelectuales y líderes de variada clase y tesitura serán afectados por esta pandemia que camina con fuerza indetenible. Las trincheras actuales, para la disputa, se están cavando en el sector salud y, por extensión, en el bienestar colectivo. La solidaridad con los excluidos es y será pieza fundamental de la edificación en turno. El individualismo a ultranza, como principio angular, va de salida. Este egoísta principio, que incluye privatizar todo bien publico, puso de cabeza a sistemas establecidos, como el italiano o el español. Y, sin duda, también al mexicano que, ahora, debe pelear por su renovada vigencia y prioridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario