ntrarle a la extendida y hasta nada sorprendente corrupción sistémica de las élites nacionales pasadas es embarcarse en un proceso desgastante, casi inacabable. Bien decía el Presidente que prefería mirar hacia delante. Pero ello no podía, ni puede, interpretarse como terminal olvido: equivaldría a robustecer la tradicional y conocida impunidad. Pero emplear la siempre escasa energía en pleitear con el terrible pasado, cuando se tienen ambiciones transformadoras, sería fallida priorización de propósitos. Se requiere conjugar una serie de principios y objetivos como olvido, perdón, legalidad o justicia. Motivos de gobierno y trabajos institucionales que, en repetidas experiencias se han tornado conflictivos y hasta excluyentes.
El caso de las acusaciones vertidas ante la Fiscalía General de la República y hechas por un malhechor probado, es ejemplo cristalino de tales dificultades implícitas. Vincular la legalidad de un delicado proceso judicial con el escarmiento y castigo social de los delincuentes señalados no es asunto sencillo. Los acusados, una claque poderosa, pertenecen a esferas que fueron de privilegio, recursos y mando. Las ramificaciones de este que es, en verdad, serio problema, se extienden por multitud de vertientes de imposible tratamiento sencillo. Los señalados por declaraciones filtradas harán todo lo posible por salir del atolladero ensuciando, hasta donde les sea posible, el proceso completo. Implicarían a todo el mundo si les fuera necesario. Debe siempre considerarse que el cantautor
tampoco es cualquier sujeto trasgresor. Fue, por desgracia para la República, irresponsablemente nombrado director de la gran petrolera del Estado. Un cómplice estelar.
La circulación, o contrataque, de videos y grabaciones no se ha hecho esperar. Se trata de comparaciones ilegítimas, pero con amplio grado de impacto funcional. La imagen de un gobierno que pretende situarse por encima de esas tropelías saldrá afectada. Máxime que uno de los causantes de esas, innecesarias y torpes filmaciones, es un funcionario, recién nombrado, al frente de una institución delicadísima. Será imposible que ésta quede atrapada en el rejuego de sospechas y al mando de maniobreros.
El corrupto pasado del priísmo, panismo y sin duda también perredista, es harto conocido y sospechado como horizonte de penosa realidad. Mucho de lo cual se cosificó por rumores y cuentos de pasillo. Rara vez expuestos con toda claridad y, en especial, tocando figuras de ex presidentes, como ahora. Hay una conseja que dice el mal pensado es peor que el mal real
, ojalá y no se cumpla tal sentencia en la tragedia Lozoya.
Vaya personaje de cuenta este niño mimado y tracalero. Se espera que la cárcel no se troque en gracioso desprestigio ramplón.
Ya se avanzó, aunque a tropezones, por esta senda delincuencial que, en verdad, se debió evitar. La petición de recurrir, para dirimir rutas, a una consulta popular va quedando rebasada por los enconos generalizados que la trifulca acarrea. El rechazo ciudadano es serio, corajudo y duro de esquivar. La expectativa, en que se llegue a las entrañas de ley y justicia, andan todavía volando de aquí para allá.
Al ampliar el horizonte del presente nacional, se aprecia que la conjunción de asuntos conflictivos es, sin retórica o excusa, espeluznante. Su manejo y conducción (gobernabilidad) se torna harto complicado. Hay que adicionar que la violencia actúa como un telón de fondo molesto, tan peligroso como inapelable. Ahí está, enseñoreándose de vastas regiones y con diarios enfrentamientos de crueldad inaudita.
Los saldos son una real maldición para la salud republicana. Los esfuerzos gubernamentales por quitarle base de sustento a la delincuencia que la produce han sido y, sin duda, seguirán siendo, considerables. Pero la pandemia ensanchó el ámbito de la pobreza y puso cercos a la solvencia presupuestal. El cierre de oportunidades vitales y, más aún, las afectaciones en el amplio campo del bienestar, se cierne entonces sobre amplias capas poblacionales, muchas de las cuales son por demás vulnerables.
La maquinaria productiva del país está sumamente debilitada y sus capacidades de crear riqueza y empleo aparecen limitadas en extremos desconocidos en tiempos pasados. La pandemia, aunque muestra signos de ralentizar su expansión de contagios y muertes, incide no sólo en la salud, sino en los temores y esperanzas ciudadanas de sana convivencia. Las vacunas, único remedio cierto ante el virus, todavía parecen estar a años luz de ser inyectadas en brazos mexicanos. La cruzada transformadora emprendida, por tanto, tiene delante trabajos que hoy exigen marchas forzadas, digamos, heroicas. Es obligado, entonces, insistir en la limpieza de trámites, olvido de vendettas, depuración de trayectorias y mucha coordinación en el funcionariado público. El compromiso con las urnas está a tiro de piedra. Una cita que todo puede enredarlo.
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