e acerba crítica, la opinocracia ha pasado a ser oficiosa asesora de la oposición. Ya hasta puede reconocer alguno que otro error o mal cálculo sólo para sugerir, no sin cierta angustia, variada clase de opciones para ganar en 2024. La continuidad del modelo transformador, que se ha ido asentando, les ocasiona malos sueños, calambres de futuro. No soportan la posibilidad de que, el próximo triunfador de las elecciones, no sólo salga de Morena, sino que siga por la ancha autopista abierta en este periodo de cambio. Pueden incluso aceptar que el viejo modelo concentrador no podrá volver y, también, que su caduco régimen ha sido modificado de raíz. Pero transitar, de nueva cuenta, por el actual sendero de aciagos cambios de narrativa y modos de acción que se vienen empleando, les ocasiona inquietudes y miedos ya bien arraigados. No quieren, no desean aceptar que ese puede ser el destino que aguarda un tanto más allá de estos últimos años de gobierno.
Parten, en sus diletantes asesorías, de inciertos hechos que, a fuerza de repetirlos, los creen consolidados, usables, hasta indispensables para el triunfo electoral. Han recurrido a simplonas artimañas en un intento de solidificar sus críticas. Una de ellas es, hasta cierto punto, novedosa: lanzan artículos en formato de estudios externos para, a continuación, ofrecer la traducción del inglés al español. Con esta artimaña vuelven sobre el abultado catálogo de supuestos errores y peores acciones del gobierno. En verdad casi todos esos señalamientos no son otra cosa que una insistente repetición de infundios que pretenden hacer pasar por hechos reales, ciertos, comprobados, una narrativa ya muy empleada por la oposición con escaso éxito. En realidad sus alegatos sólo son dichos, asentados sobre endebles razones, que han formado la cama de alegatos disponible para una capa de la sociedad ya muy captada por esas imposturas. La opinocracia lleva tres años insistiendo en probar que sus ideas, concepciones y métodos son mejores, más efectivos, racionales y modernos. Sólo que no han siquiera rozado a la enorme base ciudadana. En particular de aquellos que requieren de formas y conductas con las cuales compartir ilusiones y agravios.
La clase dominante egoísta, la tecnocracia corrupta y cleptocracia mediocre, que describen en el texto de marras, sigue ahí, agazapada. Esperan las venideras elecciones para lanzarse a la reconquista del poder. Creen haberse fortificado tras el afirmado fracaso del modelo transformador al que tachan, en cambio, como el final del sistema político anterior. La desmedida andanada de ataques lanzados contra el Presidente les parece servir como fondo y sostén porque ya no requiere de pruebas adicionales. AMLO es, para esta versión opositora, un tirano que está destrozando la democracia y la economía nacionales. El derrumbe, concluyen, es inminente. Aunque los contradiga la numerosa serie de encuestas que, al tabasqueño, lo describen rozagante (62 por ciento o más de apoyo a su gestión). Se parapetan tras los que consideran partidos de su propiedad. Continúan después con el lugar común donde descubren a un destructor de instituciones. Los oficiosos asesores llegan a decir que, no es responder quién encabezará el próximo gobierno, sino qué estrategia adoptará frente a los problemas del país. Vaya seguridades del artículo pergeñado desde algún centro opositor de reciente creación. Esta tesitura artificiosa se complementa con la imaginativa asesoría que recomienda rebasar, por la izquierda a AMLO. Por la derecha, afirman, sería hundirse en la derrota. Pero, para tal aventura, es necesario escoger al abanderado que conecte con la base desamparada. Tal parece que no es un asunto de identificar los sueños y solidarizarse con las necesidades de esa masa enorme de ciudadanos marginados, sino sólo una cuestión de mensaje, propaganda y narrativa de campaña.
Ha sido común oír hablar a la opinocracia, trasmutada en experta de temas diversos y para cualquier ocasión, sobre la compleja pandemia padecida sólo para pasar, sin pudor, a diseñar rutas aéreas o modelar aeropuertos, nuevos y cancelados. No dudan en lanzar sus ideas críticas sobre la inestable relación con el presidente Biden y asegurar castigos varios por venir. Olvidar el golpe de estado de 2014 en Ucrania y el furioso ataque al Donbás (antecedente de la invasión rusa) que lleva ya ocho años, sólo para dar rienda suelta a la rusofobia dominante. Y, por ahora, poner toda su influyente tesitura mediática, para satanizar a los médicos cubanos y hacer el recuento de la tragedia de salud. Las disertaciones sobre la ruina de la democracia es, en efecto, un tema recurrente y conocido. La demolición institucional, la predicada militarización y la fallida política de seguridad –compactada en besos y abrazos– bien puede decirse que no les ha llevado a lado alguno.
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