as elecciones de 2024 han empezado en el estado de México. En unos cuantos días empiezan, formalmente, las campañas electorales para elegir la próxima gobernadora. Delfina Gómez y Alejandra del Moral afinan propuestas, discursos y los personajes que escenificarán entre abril y mayo para ganar las intenciones del voto. Saben bien que la que cometa menos errores saldrá bien librada. La entidad entrará en un estado de gracia turbia, pues el resultado final demarcará la elección presidencial y la existencia política del partido hegemónico en la entidad. Nunca el soberbio PRI mexiquense había enfrentado en un proceso electoral a un rival tan poderoso como Morena y paradójicamente parecido. Ahora le reclama a Morena los vicios políticos que durante décadas practicó.
Por su papel y dimensiones, la elección en el Edomex atraerá las diversas miradas del país. La opinión pública se instalará en suelo mexiquense. Muchos esperan un cambio de fondo en una entidad dominada desde hace 94 años por una cultura política priísta tan hegemónica como arcaica. Observadores creerán, con morbo, asistir al funeral priísta. Acontecimiento político sin duda relevante en la historia política del país.
Los tiempos actuales están marcados por la polarización política. La democracia está jaloneada y lo electoral no escapa de las crispaciones de la esfera pública. La retención y conquista del poder se está convirtiendo en un espacio dominado por la codicia política de ganar a toda costa, sin importar cómo, con quién y al costo que sea. La zona electoral mexiquense se convierte en territorio de pecados, tentaciones y de tormento. Lo electoral, estará marcado por la desmesura y la simulación. Se perfilan zonas oscuras de pecados electorales y perversiones sociales. En la tradicional experiencia mexiquense, los valores y los principios se desdibujan de manera cruenta para mantener o conquistar la conducción política del espacio público.
Hay demasiado en juego en la elección 2023 en el Edomex. La trompicada transición a la democracia carga ahora con procesos electorales impregnados por diversas versiones de estafas, cocteles legales confusos, una región de excesos que sólo comprenden los doctores de la ley y los fariseos. Los comicios se han convertido en zonas de encono, guerra sucia y campañas de desprestigio. El poder sin principios y los principios sin poder. Las elecciones en el Edomex, lejos de ser una fiesta ciudadana, han devenido una conflagración sin escrúpulos: son la antesala del averno. Sobre todo, cuando las autoridades electorales están cooptadas por los intereses del partido históricamente dominante. Los consejeros y los magistrados danzan los acordes poéticos de la Divina comedia, de Dante Alighieri, y sus principales pecados: lujuria, codicia y soberbia. Las autoridades electorales del Edomex legitiman viejas formas del sistema autoritario bajo un lenguaje técnico y leguleyo; poseedores de ciencias ocultas y de chistera normativa muy lejanos del lenguaje y de las expectativas del ciudadano. Son testigos vivientes del viejo régimen autoritario que sigue dominando buena parte de la vida política del país y, por supuesto, es parte de la quintaesencia en el estado de México.
La experiencia electoral mexiquense de 2017 reveló rasgos patológicos del sistema electoral. El actual es, en realidad, un híbrido que mal combina ciertos rasgos democráticos con otros más numerosos del pasado autoritario. Y estos últimos amenazan con ser los factores determinantes del futuro político de la entidad.
Hemos sido testigos, a lo largo de los últimos lustros, de una creciente dislocación entre la normativa electoral con la práctica de los operadores políticos. Estamos lejos de los burdos métodos de fraude electoral de antaño. En la actualidad la operación política electoral es integral y, en algunos casos, sofisticada. Se fundamenta incluso de resquicios de la barroca ley electoral en la materia. Hoy el fraude puede ser colosal y sistémico. El ámbito legal se convierte en un maloliente antro apartado de los principios éticos de la política. Actualmente bien podrían aplicarse las viejas teorías de la dualidad. En el campo electoral coexisten dos mundos paralelos: el normativo, por un lado (el del deber ser), y por otro lado, el sucio terreno de los operadores políticos. Por ejemplo, hoy el uso de los programas sociales como rehén del voto.
El infierno electoral existe; desde hace décadas está asentado en el estado de México. Las elecciones pasadas a gobernador fueron una muestra emblemática de regresión e impunidad. Los comicios de 2017 han sido un antecedente trágico, ya que se utilizaron viejas argucias y prácticas amañadas, toleradas bajo el disimulo de las autoridades.
El infierno es un lugar o condición de castigo eterno. Para todas las grandes religiones, de diferentes maneras, la idea de infierno implica el tormento de personas o pueblos condenados. Infierno deriva del latín infernum o inferior
, como el lugar del pecado en la ciudad oscura. En Mateo 16 el infierno es descrito como una comarca gemebunda, de lava ardiente y cielo rojo, ahí pululan las existencias más retorcidas. Defendamos al estado de México de las prácticas sucias y nauseabundas del infierno electoral.
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