anto la calle, como los medios de comunicación, serán dos de las pinzas que tendrán papel estelar para atraer la simpatía del electorado en los venideros comicios. Faltarán otros asuntos definitorios pero, estos dos, serán claves. En ambos ya se disputa con furia y destreza. No habrá, de aquí en adelante, algún punto de calma. Así lo ha venido marcando la rivalidad entre las opciones: morenos y la oposición combinada. Algo, sin embargo, es notable en este momento: la escasa participación de los partidos políticos de oposición. Tal parece que lo que ocurre no les concierne. Se ven alejados de marcar, con al menos una solitaria propuesta, idea o desplante aunque sea impertinente su capacidad operativa. Han quedado incapacitados para inmiscuirse en esto que los toca de lleno.
Por lo pronto, buena parte de la ciudadanía del país ha tomado la salida de la competencia. Su lugar está ahora ya bien cimentado. Tanto en la calle como en los medios su presencia es destacable. Los miles de manifestantes que llenaron las plazas del país lo testimonian tanto en su versión personal como en disposición opositora. En los medios han ido solidificado sus posturas y rutas con éxito innegable. Lo han hecho para mellar algunos de los mejores planes del gobierno y para inducir entre la población una narrativa que les servirá de parapeto y arma de ataque a futuro. Tanto en las motivaciones para salir de sus casas como para hacerse oír en alegatos y mensajes, es notorio y uniforme su basamento informativo. Han partido de suponer intocable el INE y sostener ideas opuestas, a la reforma política, primero, y al plan B, después, con fundamentos por demás endebles. En verdad, han sido, en casi la totalidad de los razonamientos oídos, escritos o levantados sobre el griterío, con falsos sustentos, de oídas, sin datos coherentes. Y, lo más destacable, apalancados en proyecciones inverosímiles y donde las catástrofes iluminan las consecuencias.
Oír o leer los pronunciamientos de la señora Dresser sobre el plan B famoso es algo que debe poner sobre aviso a cualquier persona con algo de perspicacia o información. Esta señora introduce una serie de escenarios futuros a cual más terrible en caso de que tal plan B no sea declarado inconstitucional. Ella y sus posturas, pueden ser expuestos, y usados, como modelo adoptado por los demás opositores. Así se les ha escuchado y leído en numerosas ocasiones. Sus predicciones oscilan entre la desaparición del INE hasta la destrucción de la democracia, pasando, claro está, por innumerables escenarios fantasmagóricos: la nulidad del voto, los acarreos, las urnas violentadas, el fraude masivo, la compra de votos o los carruseles y el franco robo o relleno de urnas. Todo ese universo de trampas pasado se ha ido desterrando por el decidido influjo de la sociedad y no, como se asegura, por el INE o antes el IFE. Ahora se presumen, tales instituciones, como propias de la oposición liberal, aunque, en verdad, fueron obligadas por el golpeteo y perseverancia de los conjuntos organizados de izquierda, víctimas de muchos de esos males electorales.
La vida democrática en el país existía –durante esas oscuras épocas– en forma incipiente y rudimentaria, pero pervivía válida y prometedora inclusive. El pronóstico de su finiquito si se perfecciona el INE es una simple patraña. Lo que el plan B pretende es, simplemente, introducir racionalidad presupuestaria. Eliminar dispendios que son insultantes, indebidos. El costo de mantener ese elefante cuesta, al año, cerca de 50 mil millones de pesos en su forma actual. Meterlo a una revisión exhaustiva no implica su aniquilación, sino darle mejor apariencia, severidad y fondo. El alarido que anuncia el correr a 85 por ciento de sus 17 mil trabajadores es un completa falsedad. Sí habrá separaciones de personal sobrante, pero serán mucho menos, tal vez mil 500 funcionarios del servicio profesional. Las útiles credenciales, ya conocidas, no forman parte del propósito reformador, seguirán su curso y no desaparecerán. Tampoco implica el manejo de los resultados electorales por parte del gobierno, –calificado, sin duda, de tramposo manipulador– como se ha hecho creer. Las elecciones de 2024 se harán igual o mejor que las pasadas a pesar del griterío y las fantasías, malsanas, de la señora Dresser y otros adicionales. El Presidente no impondrá su voluntad ganadora sobre la ciudadana y, menos, se ungirá como tirano, como adelantan por ahí y por allá. La historia de nuestro quehacer democrático, pieza central en el modelo de cambio, continuará avanzando para bien del país.
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