Adiós al TLC: una salida al Pacífico
Jaime Avilés
Jaime Avilés
¿En qué se parecen México y Bolivia? En que los dos necesitan una salida al Pacífico. ¿En qué se diferencian? En que Bolivia la busca porque no la tiene, y México la tiene pero no la usa. En 1883, al término de una guerra de cuatro años en la que también peleó contra Perú, Chile despojó a Bolivia del desierto de Atacama, que corre paralelo al mar, y el país que hoy gobierna Evo Morales quedó entre los Andes y el Amazonas. Lleva 130 años buscando un arreglo con sus vecinos para recuperar la costa de Cobija, que en 1825 le asignó Simón Bolívar al concretar su independencia.
México cuenta con 7 mil 147 kilómetros de litorales sobre el Pacífico, desde Tijuana hasta la última playa de Chiapas, llamada Boca del Cielo, pero bajo la dominación de nuestra olinarquía, supeditada históricamente a los designios de Estados Unidos, esa inmensa extensión es, para decirlo con Revueltas, un “muro de agua” que nos asfixia.
Ese muro –hidráulico, geoestratégico, ideológico– nos impide reorientar nuestras exportaciones hacia el mercado más grande del planeta. China tiene mil 400 millones de habitantes. Según la revista oficial China Hoy, en el ejercicio más reciente México vendió al gigante asiático productos valuados en 3 mil 696 millones de dólares. En otras palabras, cada ciudadano chino “nos” pagó, en promedio, 2 dólares 80 centavos. En el mismo lapso, Brasil obtuvo por sus ventas a China 29 mil 644 millones de dólares, es decir, cada chino le compró 21 dólares con 17 centavos.
Dicho de otro modo, el año pasado, cada consumidor chino dio a México 7 centavos de dólar al día y 58 centavos a Brasil. ¿Por qué? Tal vez por lo siguiente. Desde que tomaron el poder en 1982, los neoliberales mexicanos destruyeron la industria nacional, el campo y las leyes que protegían a nuestros productores de la competencia desleal de los extranjeros. Nuestras fronteras fueron abiertas de par en par a todas las mercancías del mundo, que llegaron, y siguen llegando, sin pagar impuestos. Y los derechos de los trabajadores mexicanos fueron abolidos para que los inversionistas externos los explotaran a su antojo.
Todo esto perseguía un fin supremo: hacer de México la máxima plataforma exportadora de productos, de todo el orbe, a Estados Unidos. A eso le apostaron Salinas y sus “visionarios”, inspirados en la dupla Milton Friedman-Pinochet, pero su estrategia resultó tan equivocada que, en los hechos, sólo sirvió para convertir a México en el mayor exportador de droga.
En 2000, Fox presumía: “En México, el norte trabaja, el centro piensa y el sur descansa”. Mentira: el grueso de la producción industrial estaba en el DF y la zona conurbada del Edomex; a su vez, la gente del sur sudaba la gota gorda, sobre todo en Guerrero, Oaxaca y Chiapas, para no morirse de hambre, mientras la clase media y los empresarios de los estados del norte se sentían más gabachos que mexicanos. Y de pronto, oh sorpresa, todo cambió.
Con una deuda externa que valía lo mismo que el producto interno bruto de todos los países del mundo, unos patrones de consumo insostenibles y una “prosperidad” ficticia, basada en las ganancias del casino mundial de las bolsas de valores, a principios del nuevo milenio la economía estadunidense empezó a contraerse y de inmediato redujo sus importaciones de México. De Tijuana a Matamoros, miles de pequeñas y medianas empresas, que vivían de sus modestas pero continuas ventas a California y Texas, tuvieron que apretarse el cinturón; luego despedir a sus empleados y después cerrar.
Las maquiladoras volaron como codornices al oír el primer escopetazo y, aquí entre nos, el desempleo empezó a crecer al mismo tiempo que el poder económico, político y militar de los cárteles, y aparejado a esto la violencia y la descomposición social, en tanto, haiga sido como haiga sido, el aparato del Estado cayó en las manos ineptas, corruptas, voraces e insaciables de esa forma del crimen desorganizado llamada “gobierno” del PAN, que preside el caos con la bendición del PRI.
Con el estallido de la burbuja especulativa de Islandia (o Hielandia: Iceland) en 2008, sobrevino la gran crisis económica mundial, que Obama no pudo –pues Hillary no lo dejó– remediar con la enérgica receta que había ofrecido en su campaña. Hoy, su fracaso multiplica los efectos negativos del desastre, a tal grado que la jubilación del dólar como supermoneda de la humanidad proclama el fin del Consenso de Washington, o de la doctrina del “pensamiento único” que impusieron los neoliberales a escala planetaria tras la desaparición de la URSS.
Pero si el Consenso de Washington dio origen al TLC entre México, Canadá y Estados Unidos, y nos llevó a la ruina, la conclusión lógica es que si el “pensamiento único” llegó a su fin, el TLC ya no tiene razón de ser. Por tanto, los mexicanos debemos organizarnos para arrebatar el poder político a los tecnócratas y a los magnates que se beneficiaron del “pensamiento único” en perjuicio de decenas de millones de nosotros, y elegir un gobierno que tenga el suficiente respaldo social para desconocer (nuestros diplomáticos dirán “renegociar en condiciones más favorables”) el TLC y curar las heridas económicas, sociales y políticas que abrió Salinas como siervo del Consenso de Washington, con los catastróficos resultados que conocemos.
Enrique Dussel Peters, doctor en economía y coordinador del Centro de Estudios México-China, señala que en 2008 “nuestras” exportaciones a aquel país ascendieron a mil 315 millones de dólares, desglosados así: 487 en cobre y manufacturas de cobre; 465 en otros “minerales, escorias y cenizas”; 214 en aparatos eléctricos y 148 en automóviles y tractores. En cuanto a productos de consumo, “ninguno, salvo cerveza”.
Si en materia de comercio exterior el gobierno posneoliberal que el pueblo lleve al poder se fija la meta de aumentar de siete a 70 centavos de dólar la venta de productos mexicanos a cada consumidor chino, tendrá que reorganizar el aparato del Estado para dirigir la producción de alimentos y mercancías hacia ese objetivo. Pero no podrá reactivar la economía agrícola mientras siga acatando esa cláusula del TLC, aprobada por Salinas, que prohíbe a México subsidiar a sus campesinos: una razón más para “renegociar” el tratado, en el contexto de la cuarta gran transformación histórica que se avecina. ¿Como para cuándo? A tanto no llega la bola de cristal de esta columna.
Tiene razón...
Ernesto Cordero, precandidato oficial del PAN que en sus ratos de ocio atiende la Secretaría de Hacienda, cuando nos invita a resignarnos porque México será, según la calificadora Moody’s, “uno de los países más afectados” por la crisis de Estados Unidos. Así será mientras no reconozcamos que para reducir nuestra dependencia de los consumidores del norte debemos mirar hacia China... También tiene razón Jesús Zambrano, lider histórico del PRD, cuando afirma que Andrés Manuel López Obrador “debe buscar el dolor de la traición en otro lado”. Datos oficiales en poder del IFE revelan que en 2009 los militantes de ese partido eran “casi 7 millones”. Hoy suman “un millón 795 mil”. Bajo el liderazgo de Jesús Ortega, hoy brazo izquierdo de Marcelo Ebrard (el otro brazo es Manuel Camacho), el PRD perdió 5 millones de militantes... Pero también tiene razón la señora Esther Orozco, quien tras ser ratificada como rectora de la UACM, dijo que “se cierra un capítulo de este periodo difícil”. Es correcto, pero a menos que ella crea, como Fukuyama, en el fin de la historia, esta historia, amable auditorio, continuará... ¿Dónde fue que, al paso de la ampolleta con sangre de Juan Pablo II, la gente se arremolinó a gritar: “no más sangre”?
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