viernes, 23 de marzo de 2012

Televisa, el Vaticano y la impunidad


Gabriela Rodríguez

Si el que viene para Silao es el Papa, ¿cuál es la intención de Televisa al dirigir las noticias desde Ciudad del Vaticano? ¿Será que no pueden ocultar al verdadero emisor ni disimular el sentido de la actual conquista espiritual? No aspiro a saberlo, pero el collage de Televisa y la Basílica de San Pedro me llevó a confirmar lo obvio: los medios de comunicación y los jerarcas eclesiales son el arma actual de domesticación de las conciencias.

Quienes controlan las conciencias pueden someterlas a su voluntad y tomar el mando de la justicia –y de las elecciones–, aun por encima de la ley. Quienes controlan las conciencias deciden a quién se encubre y a quién se castiga, quién gana y quién pierde. Quienes controlan las conciencias sustentan la impunidad.

México y el Vaticano presentan dos perfiles de impunidad muy parecidos. La imposibilidad del Poder Judicial para castigar la corrupción política y los excesos del Ejecutivo, al grado de llegar a utilizar el montaje escénico de Televisa para desvirtuar los más crueles delitos, nos muestra hasta dónde se ha infiltrado la cultura de la impunidad en nuestras instituciones. Por su lado, el estilo de justicia del Vaticano, en particular los escándalos de pederastia de la Iglesia católica, muestra un patrón que parece haber modelado la impunidad institucional de los países católicos.

Tal como lo suscribe Geoffrey Robertson, defensor de derechos humanos y consejero de la reina en Gran Bretaña, “no queda duda de que el enorme escándalo ocasionado por el abuso sexual surgió por directrices del Vaticano, específicamente de la Congregación para la Doctrina de la Fe –que dirigió Joseph Ratzinger por 25 años–, mediante las cuales se exigía que todas las denuncias de abuso sexual se procesaran bajo el máximo secreto, fuera del alcance de las fuerzas policiacas locales y de los tribunales, conforme a un derecho canónico obsoleto, ineficaz y no punitivo”. Cerca de 100 mil menores y adolescentes han sufrido abusos sexuales de parte del clero y muchos de ellos padecen daños sicológicos graves y duraderos. El sistema permite que los agresores no reciban castigo alguno y ha sellado los labios de las víctimas al juramentarlas y obligarlas a firmar arreglos legales confidenciales. La Iglesia los ha protegido o transferido a otras parroquias o países (de África y de Latinoamérica) y ha impedido que se les identifique y sentencie a prisión por insistir en apegarse a los protocolos internos que les brindan perdón en esta vida y en la próxima. Bajo total secretismo, la Santa Sede se ha ocupado de los transgresores con medidas opuestas al derecho de la nación donde opera y ha retenido la evidencia de su culpabilidad para evitar que llegue a las autoridades de procuración de justicia. Porque el Papa es el último monarca absoluto que reina hasta su muerte, así que en 2005, al convertirse en papa, Benedicto XVI adquirió ‘inmunidad de jefe de Estado’, y con ciertas excepciones, no se le puede demandar ni enjuiciar, porque la Santa Sede lo exime de responsabilidad civil. Ratzinger afirmaba que sin importar la gravedad de un delito, la comunidad internacional no debía exigir cuentas a dirigentes políticos o jefes de Estado, sino que se les debería juzgar en su propio país o no se les debería juzgar en absoluto.

El texto también ofrece estudios sobre la pederastia clerical. Explica que el voto de celibato y el hecho de que la Iglesia califique como pecado mortal la masturbación genera una insoportable tensión en muchos sacerdotes, un 50 por ciento lleva de alguna manera una vida ‘sexual activa’, hecho que no explica por qué del 6 al 9 por ciento incurre en actividad sexual con menores. El sacerdocio ofrece oportunidades incomparables de poder espiritual; la mayoría de los pederastas parece presentar infantilismo o inmadurez sicosexual y muchos pretenden negar su trastorno esperando que los rigores de la vida sacerdotal los protejan de sí mismos; para evitar el escándalo, la actitud del alto clero se traduce en una cultura de perdón; el perdón otorgado en el confesionario ‘genera un ciclo de culpabilidad que vincula a clérigos y confesores, donde las transgresiones sexuales secretas se minimizan y trivializan; incluso los actos sexuales con menores de edad se convierten en un pecado más que se debe perdonar’, y al haber pagado sus penas (orar y rezar más) se sienten ‘con derecho’ a usar a los niños para su satisfacción sexual. Por el lado de las víctimas, la obediencia infantil a la solicitud de favores sexuales se deriva del ‘temor reverencial’: sienten tal respeto emocional y sicológico por el transgresor que no pueden negarle lo que les pide. Desde los siete años de edad, en que ya pueden comulgar, se obliga a las niñas y a los niños a confesar sus pecados y el sacerdote puede dispensarles el perdón (Geoffrey Robertson, El caso del Papa: rendición de cuentas del Vaticano por abusos a los derechos humanos, original de Editorial Penguin Books, 2010; publicación en español de DEMAC y Católicas por el Derecho a Decidir).

Ahora que un mensajero de Dios viene nuevamente a tierras mexicanas –como anuncia Televisa–, cuando la tensión política se viste con las prendas de la contienda electoral, el Papa vendrá a revitalizar la resignación, sumisión y obediencia que tanto necesita un pueblo sumido en la pobreza y la violencia. A cambio, gobernantes, candidatos y señores del dinero, como otrora los hacendados y los reyes, otorgarán al clero fueros, prebendas, “libertad religiosa”, o los privilegios que soliciten.

grodriguez@afluentes.org

@Gabrielarodr108

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