Víctor M. Toledo
V
ivimos tiempos cruciales, no sólo en el país sino en el planeta entero. El mundo sufre una crisis múltiple de carácter civilizatorio. Hoy se requiere reinventar cada esfera de la vida social y crear nuevos paradigmas en el análisis de la realidad. Esto es especialmente cierto en Latinoamérica, donde se vive una ebullición del pensamiento crítico y donde surgen y se extienden nuevos movimientos sociales, culturales, políticos. Crisis significa sufrimiento, confusión y desesperanza pero, al mismo tiempo, es una oportunidad única para realizar una transformación profunda, un salto cualitativo, un cambio de civilización. Como ha señalado Jorge Riechmann: “No olvidemos nunca que lo que no resulta posible en tiempos normales, se vuelve factible en tiempos extraordinarios”. Es dentro de este panorama en el que el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), la iniciativa social más audaz de México, debería discutir la opción entre continuar siendo un movimiento social o convertirse en partido político.
Todo indica que la velocidad de la consulta, la prisa por registrar un nuevo partido en la fecha límite (enero de 2013), no permitirá realizar discusiones y reflexiones serenas y profundas sobre el futuro del Morena. Quizás no haya opción, dada la circunstancia electoral. Sin embargo, está decisión pasa por alto tres fenómenos nacionales y mundiales que es imposible soslayar: 1) La velocidad a la que se agudiza la crisis ecológica global a partir del calentamiento global; 2) La proliferación y multiplicación de movimientos de resistencia que se convierten en nuevas iniciativas y proyectos de carácter alternativo en diversos territorios y a diferentes escalas; y 3) El agotamiento de las instituciones dedicadas a la gobernanza, en específico los partidos políticos y la vía electoral, que han quedado desbordadas por la gravedad y magnitud de los problemas del mundo contemporáneo.
Como mostré en mi entrega anterior (La Jornada 12/10/2012), hoy ha surgido una fecha clave en el devenir humano: 2050. Si pensamos que hacia ese tiempo habrán de confluir el crecimiento de la población, que llegará a los 9 mil millones de seres, el agotamiento del petróleo, que es la fuente de energía que mueve al mundo moderno; y los efectos catastróficos, cada vez más potenciados, del cambio climático, resulta un acto de irresponsabilidad o de incongruencia no considerar este escenario como un criterio estratégico y urgente. Encuadrar el futuro solamente en función de los límites nacionales, soslayando que todo país es parte de un planeta en crisis, significa de entrada adoptar una visión obsoleta y anacrónica. Por ejemplo, la sola defensa del petróleo como bien nacional sin plantear una política urgente de reconversión hacia las energías renovables de carácter autogestivo, da fe de un proyecto anticuado. En México las reservas petroleras se terminan, a lo más, en dos décadas, y aunque esto se extendiera urge que los mexicanos aprendan a vivir a partir de la energía solar, como una simple contribución a la preservación de la especie y el planeta.
En cuanto al segundo fenómeno, el tejido social en resistencia se ensancha porque la crisis obliga a los ciudadanos de todos los sectores sociales a tender puentes, a organizarse, y esto a su vez genera redes de solidaridad y de colaboración en regiones y territorios. Y de la resistencia se está pasando a la creación de proyectos autogestivos, donde se afianza o consolida el poder social. El número y la dimensión de estas iniciativas son impresionantes. Cada día el autor conoce y reconoce nuevos procesos que, situados en el mapa de la insurgencia ciudadana, preludian un camino esperanzador y novedoso. Este proceso llegará a tal punto en el corto plazo, que la confluencia de experiencias alternativas dará lugar a enormes regiones o corredores geopolíticos donde se practicarán modos de vida antineoliberales, basados en la regeneración social y ambiental, justo las acciones que deberían ser el objetivo central del Morena. Se trata de un fenómeno inédito, como la cicatrización de un cuerpo derruido, es decir, de la conformación de redes o constelaciones donde los mecanismos de explotación y destrucción de lo social, lo cultural y lo ecológico están siendo sustituidos por nuevas formas de concebir, construir y practicar la vida social. Se pasará entonces de la democracia representativa (inútil e ineficaz) a la democracia participativa. Hasta donde logramos ver, Morena, que se cuidó, e incluso evitó tender puentes con este poderoso movimiento social, difícilmente establecerá alianzas ya metido de lleno en la dimensión electoral.
Finalmente, en cuanto a la crisis y el descrédito de la vía electoral, tres fraudes electorales obligan a cancelar la vía del voto como medio de transformación.
Las últimas elecciones confirman que legalidad no es sinónimo de legitimidad. Los datos dicen que los triunfadores fueron quienes se abstuvieron o anularon el voto (38 por ciento), y que ninguna de las fuerzas es representativa de la sociedad mexicana (el PRI, a pesar de los millones de votos comprados, apenas alcanza 24 por ciento del total). El dilema no es por supuesto entre la vía electoral y la violenta (el antiguo mito de la revolución). Hoy existe un tercer camino, que es justamente la construcción del poder social en territorios concretos. Como lo he señalado en repetidas ocasiones, hoy se debe jugar en dos pistas: se debe construir el poder social mientras se toma el poder político. Por desgracia, difícilmente podrá Morena realizar esta doble función mientras se sigan directrices verticales, no se elimine de golpe el caudillismo y se siga visualizando como objetivo un proyecto que si bien contempla ya planteamientos de avanzada, sigue arrastrando una enorme cauda ideológica que se nutre de posiciones anticuadas o ya superadas. (Piense el lector simplemente en el símbolo actual de Morena, un águila que rememora más realezas, imperios y dinastías, que un movimiento en la era de lo global, el pensamiento crítico o la insurgencia ciudadana.)
Los dos caminos que hemos trazado, que pudieran aparecer como contradictorios, no son excluyentes, sino complementarios. El gran peligro de tomar como única la vía electoral es la de caer en la descomposición generalizada en que hoy se ha convertido la práctica política aquí y en buena parte del mundo. La clase política y el poder económico corporativo se han vuelto cómplices. Son hoy parte del uno por ciento que explota, subyuga y domina al 99 por ciento restante. Ojalá que el Morena logre tener éxito en su caminar por la vereda que ha escogido.
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