Octavio Rodríguez Araujo
H
ace poco más de un año, Claudio Albertani le hizo una larga entrevista a Pablo González Casanova. Recupero algunos pá- rrafos que me parecen significativos con motivo del premio Daniel Cosío Villegas que recién le ha otorgado El Colegio de México.
Albertani le preguntó cuál fue su primer encuentro con el marxismo, y González Casanova contestó que empezó a profundizar su conocimiento del marxismo cuando estudió
en El Colegio de México con profesores que, en su mayoría, eran republicanos españoles. Había, entre ellos, una influencia muy grande de los historicistas, pero no dejaba de haberla también de Marx.Y más adelante señaló que ya había una cierta inclinación que procedía de su padre en relación con la importancia del socialismo y la democracia, y que también contó la influencia de su entrañable amigo cubano Julio Le Riverend, marxista leninista que, si todavía viviera (falleció en 1998), tendría 100 años, 10 más que Pablo. Julio fue becario en El Colegio de México entre 1943 y 1946. Ambos, por cierto, se graduaron con magna cum laude.
Luego, Albertani le preguntó
¿qué causas determinaron el giro de tu atención de la historia hacia la sociología?, y González Casanova afirmó que él no había estudiado lo que tradicionalmente se entiende por historia. “Los profesores españoles que diseñaron la maestría en ciencias históricas –dijo– dieron a la historia un carácter científico que implicaba el estudio de la sociología, de la ciencia política y de la economía. Incluso nos llevaban en el terreno político al estudio de la historia de las instituciones y, en este sentido, también a la historia del derecho, público y privado. Era una carrera interdisciplinaria. Yo me especialicé y trabajé, sobre todo, en historia de las ideas. Luego empecé a trabajar sociología del conocimiento y ya me fui interesando en otro tipo de problemas que me llevaron, por ejemplo, a escribir La democracia en México. Pero en realidad, todo el tiempo estoy regresando a los problemas del conocimiento.”
Sin ánimo de simplificar, me parece que lo aquí mencionado podría explicar el poder de la influencia de profesores y amigos en un estudiante y futuro gran intelectual. Todos reconocemos esas influencias, aunque a veces, por fallas de memoria, omitamos a alguien. Así como Pablo ha sido una gran influencia para mí, como antiguo profesor y como amigo, otros influyeron en él, precisamente en el ámbito de la institución académica que ahora lo premia: El Colegio de México, además de la UNAM.
¿Qué se puede decir de Pablo González Casanova que no se haya dicho? Quizá muy poco, pues ha sido un autor muy estudiado y citado. Hace unos años escribí que a mí me ha dado y todavía me da respuestas a muchas de mis preguntas, o me ha llevado a nuevas preguntas. Conozco casi toda su obra, incluso periodística, y en ella he encontrado ideas, reflexiones, incentivos, preguntas y respuestas durante muchos años y, en ocasiones, después de muchos años, cuando por mis limitaciones personales no había entendido la trascendencia de su mensaje en primera lectura o cuando la clave de interpretación, la suya, no coincidía con mis propios esquemas de explicación, posteriormente reformulados gracias a relecturas o a fructíferos diálogos honestos y amistosos. No siempre he estado de acuerdo con él, pero siempre reconoceré que ha tenido la paciencia para escucharme y debatir conmigo, incluso con ese buen humor que lo caracteriza.
En febrero de 2007, en un homenaje que le hizo la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la que fue director cuando yo ingresé en ella, recordé lo que ahora cito: La obra de González Casanova, el único universitario que ha sido nombrado profesor emérito e investigador emérito simultáneamente (1984), es enorme, no sólo por el número de títulos publicados –individuales, colectivos y coordinados por él–, sino porque ha sabido preguntarse y responder lo más importante para nuestros pueblos en todo momento, lanzándonos retos insoslayables en nuestros debates públicos e internos, nacionales e internacionales. Desde su libro sobre el misoneísmo y la modernidad cristiana, publicado en 1948, hasta uno de sus grandes textos, Las nuevas ciencias y las humanidades (2004), con el que ha buscado –en sus propias palabras–
abrir el camino a una comprensión más profunda de los conocimientos fundamentales sobre la transformación de la sociedad contemporánea actual y virtual, dominante y alternativa, González Casanova se ha comprometido con la democracia, la justicia, las libertades y las transformaciones, pero también con los sentimientos, esos que llamó en la Complutense de Madrid, al obtener el doctorado honoris causa(2001),
sentimientos razonados, con los que se hace –dijo– la memoria de trabajo, es decir, la que
integra una situación inmediata a la memoria de largo plazo para pensar, organizar informaciones y recuerdos dispersos, razonar y resolver problemas o precisar narrativas.
Y así como en su discurso en Madrid él recordó a sus grandes maestros y amigos, y a su padre, yo quiero rendir homenaje al maestro, al amigo, a un hombre admirable y apasionado para quien pensar, como citara de Mairena, ahonda el sentir… o viceversa.
No quiero terminar estas reflexiones sin antes citar un párrafo de González Casanova en su libro La universidad necesaria en el siglo XXI (Era, 2001), que me parece de enorme actualidad y está en el debate sobre la educación que necesita el país en estos tiempos en que todo se quiere subordinar a los mercados:
Transformar el sistema de educación también consiste en educar a la inmensa mayoría de los futuros ciudadanos para que sepan reflexionar y decidir sobre los problemas políticos, sociales, culturales, económicos, y para que aprendan a actuar, a planear, a informarse, a corregir y a organizarse.
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