Octavio Rodríguez Araujo
E
n un país donde no ocurre nada nuevo es lógico que la entrevista de Rogelio Cárdenas a Salinas de Gortari sea noticia. Y ha sido noticia no porque revele algo importante sino porque los acontecimientos en el país son los mismos del día anterior y hasta del mes pasado: muertos por aquí y otros por allá, pleitos en el PAN por la dirección partidaria, algo semejante en el PRD y en general en los distintos partidos de las izquierdas, pifias de los funcionarios públicos, legisladores en sus propios enredos, reformas a reformas que todavía no habían adquirido carta de legitimidad, etcétera. Más o menos lo mismo y nos aburriríamos, de no ser porque de repente aparecen notas
de colorque llaman nuestra atención (y a veces nos indignan) u obituarios que nos entristecen porque se refieren a grandes intelectuales o amigos cercanos que echaremos de menos.
Lamentablemente la entrevista de Cárdenas a Salinas es muy pobre. No nos dice nada del gran fraude de 1988, de la victimización de que fue objeto el PRD (cientos de muertos durante su gobierno), del cambio ideológico que sufrió el PRI (del nacionalismo revolucionario al liberalismo social), de la alianza de su gobierno con el PAN para llevar a cabo las reformas neoliberales a la Constitución (sobre todo en materia agraria, financiera y religiosa), de la concertacesión en Guanajuato, del enriquecimiento de unos cuantos (dos megamillonarios en 1991 a 24 en 1994) y de muchos otros problemas que analizó ampliamente Eduardo R. Huchim en su libroEngaño mayor. La campaña, la elección, la devaluación y la guerra (1995).
En dicha entrevista, a mi juicio conducida con responsabilidad muy limitada, Salinas dijo lo que le vino en gana e inventó (mintiendo u omitiendo) lo ocurrido durante su gobierno. Como era de esperarse, se autoelogió y culpó a otros de algunos de sus errores, entre éstos el financiero, que fue el más grave por sus consecuencias para el país. El discurso de Colosio del 6 de marzo de 1994, según él, no fue crítico ni le provocó reacciones adversas hacia el candidato, del que ahora dice que era su gran amigo. Tampoco habla de las contradicciones periciales de su asesinato, que todos pudimos apreciar en las noticias televisivas del 23 de marzo de 1994 antes de que el caso fuera
arraigadoindebidamente por la Procuraduría General de la República. Ahora hasta elogia el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá y el haber metido (casi de contrabando) al país en la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), cuya supuesta misión es mejorar el bienestar económico y social de las personas mediante políticas públicas. A la fecha, después de casi 20 años de pertenecer a la OCDE, México sigue siendo uno de los más rezagados de los 34 países que la componen (cuando
entramoseran 25 países). El crecimiento de millones de pobres e indigentes contradice las cuentas alegres de Salinas y de sus sucesores en la Presidencia de la República, y no se ve que dichas políticas públicas hayan mejorado el bienestar de la población. La realidad que refleja la OCDE, a pesar de que José Ángel Gurría es su secretario general, no permite percibir que las políticas públicas de los gobiernos mexicanos hayan sido las deseables para el país y la mayoría de sus habitantes.
Los mexicanos le debemos a Salinas la consolidación del régimen neoliberal y de los gobiernos tecnocráticos. A él y a Zedillo les debemos el crecimiento del también tecnocratizado PAN y sus dos nefastos gobiernos. A éstos y a los errores de las izquierdas les debemos la vuelta del PRI a Los Pinos, de un PRI que no es ni sombra del que destruyó Salinas y que Colosio, según las evidencias, quería reconstruir.
En su discurso del 6 de marzo, que aparentemente fue también una sorpresa para Salinas (aunque él declara haberlo conocido antes), Colosio dijo cosas que tenían que haber molestado al presidente. Cito algunos pasajes, a mi juicio con dedicatoria (las cursivas son mías): “¡No queremos ni concesiones al margen de los votos ni votos al margen de la ley!... Los tiempos de la competencia política son la gran oportunidad que tenemos como partido para convertir nuestra gran fuerza en independencia con respecto del gobierno… Nuestras elecciones –y lo digo con pleno convencimiento– no tendrán vergüenzas qué ocultar… Yo veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. Yo veo un México de comunidades indígenas, que no pueden esperar más a las exigencias de justicia, de dignidad y de progreso; de comunidades indígenas que tienen la gran fortaleza de su cohesión, de su cultura y de que están dispuestas a creer, a participar, a construir nuevos horizontes… Manifiesto mi más profundo compromiso con Chiapas. Por eso debemos escuchar todas las voces, no debemos admitir que nadie monopolice el sentimiento de los chiapanecos… Frente a Chiapas los priístas debemos de reflexionar. Como partido… nos avergüenza advertir que no fuimos sensibles a los grandes reclamos de nuestras comunidades; que no estuvimos al lado de ellas en sus aspiraciones; que no estuvimos a la altura del compromiso que ellas esperaban de nosotros… afirmemos nuestra independencia del gobierno… es la hora de dar certidumbre al ejido, a las tierras comunales y a la pequeña propiedad… La única continuidad que propongo es la del cambio…”
Las indirectas implícitas en ese discurso echaban por tierra el país del primer mundo que Salinas trataba de vender a la opinión pública, expresaba sin elipse la intención de desmarcarse del gobierno, insinuaba la irregularidad de las elecciones de 1988, reivindicaba las demandas de los indios, particularmente los de Chiapas, y reivindicaba los derechos que otorgaba el artículo 27 a los ejidos y comunidades después de que Salinas los había disminuido.
De esto Salinas no ha hablado, ni lo hará, porque nunca aceptará que lo entreviste alguien que lo pueda arrinconar contra las cuerdas. Si llegara a darse el caso, entonces sí habrá noticia.
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