jueves, 15 de mayo de 2014

El PRD hoy

Octavio Rodríguez Araujo
¿D
ónde están todas las fuerzas políticas que se unieron para formar el Partido de la Revolución Democrática en 1989? Poco a poco unas se han salido y otras jamás lograron la unidad que les planteaba, hace 25 años, ese partido.
El PRD fue, originalmente, la salvación partidaria de muchos que venían de la izquierda, incluso pro socialista, y que conforme pasaba el tiempo se debilitaban en lugar de robustecerse.
Para 1988, deberá recordarse, sólo las derechas aumentaban en conjunto su votación, mientras las izquierdas la veían disminuir. Por más que los antiguos comunistas fueron abandonando sus posiciones para adoptar en la práctica las de la muy antigua socialdemocracia, no lograron éxitos electorales relevantes y verdaderamente competitivos, a pesar de haber escogido, una vez más, la vía electoral como estrategia para alcanzar los cambios que venían proponiendo de años atrás.
La idea de los promotores y fundadores del PRD era unir grupos, personas y hasta partidos que se reclamaban de izquierda y que claramente se oponían, en distintos grados, a las políticas neoliberales del gobierno de Miguel de la Madrid. Se dijo, y algo había de razón, que debía frenarse la tendencia de los priístas a terminar con el Estado de bienestar (que no lo era tanto) e imponer el dominio de las fuerzas más conservadoras del capital en el país (y no sólo del país), muy al estilo del modelo inaugurado por Reagan y Thatcher años antes.
El nacionalismo revolucionario, que era más discurso que realidad, fue una de las cartas implícitas que manejaron los fundadores del PRD (sobre todo los que venían de las propias filas del PRI), y parecía ser suficiente como oposición al entreguismo de los priístas que ya habían comenzado, desde López Portillo, a disminuir la intervención del Estado en la economía, a privatizar empresas públicas, a fijar topes salariales, a disminuir los subsidios a la población necesitada, etcétera, es decir a aceptar los dictados del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. El socialismo, como objetivo, no estaba en la agenda del PRD y los socialistas que ingresaron desde su formación cambiaron el discurso adaptándose al nuevo partido: dejaron de ser socialistas, aunque en reuniones privadas decían que no habían rectificado sus posiciones.
El PRD, pues, nació como un partido electoral para disputarle el poder al PRI y lo que éste significaba bajo la hegemonía de los políticos neoliberales. Había que ganar la Presidencia de la República, que en México significa el poder al que se subordinan los demás intereses o con el que éstos tienen que negociar. Precisamente por esta razón es que el gobierno saliente y su partido (más aliados) le escamotearon el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 (y más adelante a López Obrador) y también fue por eso que los dirigentes del Frente Democrático Nacional resolvieron formar un nuevo partido al año siguiente.
El gran problema del PRD fue que la unión que había logrado al fundarse no logró que sus corrientes internas se asumieran en los hechos (y no sólo formalmente) como parte de la nueva organización. En lugar de decir ya no soy del partido del que provengo llevaron a cabo una guerra de posiciones para buscar la hegemonía de grupo sobre los demás. Los medios les llamaron tribus y tuvieron razón: actuaron y actúan como tales en lugar de ser perredistas. Se pusieron una camisa amarilla pero nunca se quitaron la camiseta de su organización de origen, como Clark Kent según el cuento de Superman (y muy lejos de ser superhéroes).
Algunas de esas corrientes internas lucharon, incluso haciendo trampas, para quedarse como dirigentes del PRD, pero la paradoja del caso es que ganando (con comillas) perdieron (sin comillas). Sí, son los dirigentes, pero de un partido que día a día se debilita, y extravía, además, el perfil original. Es como esas actrices que a fuerza de querer seguir bonitas terminan, después de varias cirugías estéticas, siendo más feas de lo que eran antes sin maquillaje (con perdón de las feministas).
En días pasados celebraron 25 años de existencia, pero lo que están celebrando es la inauguración de una casa con buenas intenciones y malos cimientos y que, en cinco lustros, está a un paso del derrumbe.
Esto no es de celebrarse. Al contrario. A quienes hemos visto al PRD desde el exterior nos preocupa seriamente que el que fuera por varios años el único partido de izquierda (con todas las comillas que se le quieran poner) esté en vías de desaparecer. Si Morena, que al parecer es la alternativa de centro-izquierda que nos queda, no llega a convertirse en una verdadera fuerza antineoliberal que le quite el poder a las derechas, peor nos irá como país y como personas.
Lo he dicho muchas veces, pero lo repito: el gran pecado –valga la expresión– de las izquierdas en México es la falta de modestia e incluso de humildad de quienes llegan a ser sus dirigentes. Si pensaran en el partido del que forman parte y no en cómo sacarle provecho personal o de grupo, otra cosa tendríamos. ¿Me paso de pesimista? Tal vez, pero no lo pienso.

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