Luis Linares Zapata
A
l rebajar el pronóstico de crecimiento económico para 2014, el secretario de Hacienda se provocó varios daños. El primero, más evidente y doloroso, fue el forzado por la terca realidad. Se le impuso, por quinta vez, la necesidad de modificar sus previsiones (3.9 por ciento), presumidas hace apenas unos pocos meses, para situarlas ahora en un escaso 2.7 por ciento. El segundo tuvo que ver con las justificaciones declaradas en varios medios informativos. La primera de ellas refleja, de cierto, la poca atención que los tecnócratas de la econometría dispensan a datos que no son los propios. Y que son bastante conocidos. Para empezar, el ralo crecimiento de la economía estadunidense durante el mismo trimestre. Bien debían sospechar al menos esos hacendistas, que alegan saber mucho, que el modelo de librecambio, basado en tratados externos desbalanceados, no ha sido, en manera alguna y probada, la máquina de poder que empuje el crecimiento. Tanto la segunda como la tercera justificaciones del doctor Videgaray: la caída de los ingresos petroleros y los efectos de la reforma fiscal, presentaban un panorama que debió ser insertado desde el inicio de la futurología 2014. Lo urgente era la buena imagen y el envío de mensajes positivos. Paga ahora, con descrédito creciente, sus liviandades.
No pararon ahí los desatinos del secretario. Se quiso desquitar con Latinoamérica y, sin parar mientes, con Europa, Estados Unidos y hasta, si se quiere, con gran parte del resto del atribulado mundo. Todas esas naciones, dijo, crecerán menos que México. Un poco de mesura le hubiera venido bien a tan prominente funcionario y aspirante al más allá. Hay, sólo en Latinoamérica, varias naciones (Chile, Paraguay, Bolivia, Colombia y otras) con pronósticos mejores (más de 2.7 por ciento) que el hoy asentado para México. Pero, en lo tocante a un plazo de los 10 o 20 años anteriores, casi toda la América Latina se desarrolló mejor. De hecho, este país es en verdad un ejemplo tanto de lo que no se debe hacer como de insistir en la misma ruta ya bien fracasada.
Al repasar varios indicadores que aquejan al desenvolvimiento armónico de la economía mexicana se observa que dos factores son preponderantes: la escasa inversión (apenas 22 por ciento cuando debía situarse en rangos de 35 a 40 por ciento), que impide un adecuado financiamiento del aparato productivo que se precisa indispensable; además, el raquítico mercado interno que no permite, como ingrediente básico de la demanda agregada, el volumen de consumo que empuje la producción y el ciclo completo. Se llevan 30 años priorizando las exportaciones sobre los salarios y los demás ingresos del grueso de la población. La deliberada contención de tales ingresos ha sido ya demasiado cruenta para el bienestar de la población. Alrededor de 20 por ciento de los trabajadores mexicanos con empleo quedan de todas maneras bajo el nivel de la pobreza, a pesar de chambearle duro y parejo. Es por este tipo de razones que México, en 10 años, sólo aumentó su PIB en 28 por ciento, superado ampliamente por Argentina (95 por ciento) Brasil (41) o Bolivia (47) En el caso de Argentina su promedio anual se situó en 6.5 por ciento, tal como aquí se logró durante el ahora denostado nacionalismo revolucionario. Esa misma nación pudo reducir, casi por consecuencia, sus indicadores de pobreza extrema: pasó de alrededor de 30 por ciento a un notable 4 por ciento del total poblacional. Aquí las cifras son, en cambio, aterradoras: se aumentaron hasta 37 por ciento en similar periodo. En este mismo caso de mejoras notables de la pobreza se situaron Brasil, Venezuela, Perú o Ecuador, por citar algunos.
Muy a pesar de la conjunción de cifras que apuntan hacia una conducción defectuosa de la economía donde, ya sin duda, el modelo librecambista seguido a pie juntillas juega un papel trágico, pero estelar. Sin importar gran cosa la evidencia acumulada con el tiempo (más de 30 años), la fidelidad al fracaso por la tecnocracia dominante es de reconocer, al menos por parte de los pocos beneficiados en extremo. Un estudio reciente (periódico Valor) de José Luis Fiori, y reproducido por varios estudiosos, analistas y articulistas (Emir Sader), lleva a cabo una comparación ilustrativa (entre México y Brasil) que pone en evidencia el modelo seguido por los adalides del neoliberalismo, la integración con Estados Unidos y demás torpezas bien conocidas. A pesar del impulso, sin cuarteaduras, dado a las exportaciones y otras formas adicionales, las maquiladoras, por ejemplo, produjeron unos 700 mil empleos únicamente. En estos 20 años de librecambio y demás aperturas, la renta per cápita de los mexicanos sólo aumentó un promedio anual de 1.2 por ciento. Y, lo peor, los ingresos del trabajo han quedado, después de perder de manera consistente proporción en el PIB respecto del capital, en 29 por ciento. En la España de estas sombrías épocas reaccionarias, se apuran porque tal ingreso del trabajo bajó, por vez primera, de 50 por ciento. En otros países de la Europa de los 15 el trabajo se apropia de 72 por ciento de los ingresos, dejando al capital el resto. El bienestar concomitante, tanto con el 29 por ciento que permite México, como el 72 por ciento del ingreso que se apropian algunos europeos, hace la dramática diferencia en calidad del bienestar observado. Brasil, en comparación, entre 2003 y 2012 aumentó sus exportaciones a tasa anual de 6.5 por ciento, México a 5.3 por ciento. La renta per cápita de Brasil creció en ese periodo 2.8 por ciento anual. Brasil creó, en esos 10 años, 16 millones de empleos y aquí, 3.5 millones. La pobreza absoluta en Brasil, con su modelo de gobierno intervencionista, la redujo a 16 por ciento; México, en cambio y como se dijo, la aumentó. Con sólo esos pocos indicadores se debería forzar una profunda revisión del modelo empleado y de las cualidades y entrenamiento que deben tener los tecnócratas financieros y sus ahora subyugados políticos mexicanos para no seguir comprometiendo el futuro de todos.
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