Gustavo Esteva
C
elebrar hoy el maíz, como se está haciendo en miles de puntos de la República, es ante todo celebrar la resistencia de los pueblos ante una agresión sin precedente que intenta condenarlos a la extinción.
Aparentemente, la actual administración tomó en serio el lema concebido por Marco Díaz León hace muchos años:
Sin maíz no hay país. Parece haber llegado a la conclusión de que para concluir el acelerado desmantelamiento del país nada mejor que agredirlo en su centro cultural e histórico, atacarlo en el maíz.
No hay novedad en esta actitud racista. Es tan antigua como la intervención colonial, caracterizó al México independiente y se agravó en el periodo de la posguerra. Acabar con el maíz y los campesinos ha sido obsesión de las clases políticas y la élite económica.
La alianza que hicieron con los campesinos quienes se consideraban herederos de la Revolución moderó por décadas esa obsesión. Pero la moderación terminó en los últimos 30 años. No sólo se abandonó a su suerte a los campesinos. Se concibió una política expresamente orientada a eliminarlos. Es mi obligación como secretario de Agricultura –declaró Carlos Hank en 1991– sacar del campo a 10 millones de campesinos. Diez años después, el infausto señor Javier Usubiaga, El rey del ajo, aumentó la meta a 20 millones. Hank se lavaba las manos: no era su área de trabajo ocuparse de los campesinos que desalojaba. Para Vicente Fox podían ser jardineros en Texas o poner su changarro. La reforma constitucional de 1992, que lanzó al mercado las tierras ejidales, y el TLCAN redondearon la estrategia.
Estas políticas contribuyen a explicar por qué más de la tercera parte de los mexicanos vive actualmente fuera del país, por qué amplias áreas del campo mexicano son zonas de desastre, por qué aumentan cotidianamente el hambre y la desnutrición. Por primera vez en la historia baja el consumo de tortilla. Aunque ello se debe en parte a la crisis económica, corresponde también al desplazamiento de la tortilla por alimentos chatarra que son una de las principales causas de desnutrición y daños a la salud que estamos sufriendo.
Nada de lo hecho hasta ahora es comparable a lo que se prepara. Tras entregar la conducción de los asuntos del campo al agronegocio, principalmente al trasnacional, se impulsa abiertamente la destrucción de nuestras capacidades autónomas. El permiso para sembrar 2 millones de hectáreas con maíz transgénico, que las autoridades siguen considerando, puede destruir 5 millones de hectáreas productivas. No se volverían hectáreas transgénicas. En poco tiempo no habría producción en esas áreas, porque se habrían perdido las semillas nativas que son las únicas que pueden prosperar en ellas.
La destrucción es abrumadora y la amenaza terrible. Pero estamos ante un gran fracaso. A pesar del empeño en deshacerse de los campesinos, su número es mayor que nunca. A pesar del empeño por destruir, la tortilla sigue siendo componente central de la dieta mexicana. Declararnos gente de maíz no es solamente una bella metáfora. Aquí inventamos el maíz y el maíz nos inventó. Mientras más sabemos de él mejor logramos conocernos.
Desde hace tiempo, a la cabeza de un grupo de científicos tan conocedores como comprometidos, Antonio Turrent ha estado ofreciendo pruebas de los daños que vendrían con el maíz transgénico y de nuestras capacidades autónomas:
A pesar del cambio climático inminente, el país cuenta con los recursos de tierra de labor, de agua dulce, de clima benigno, de tecnología pública, de experiencia institucional, productores y profesionistas para recuperar su autosuficiencia en maíz de manera sostenida durante el siglo XXI.
La reconstrucción del país, que se vuelve cada vez más urgente, requerirá dar clara prioridad al maíz.
La resistencia a las políticas y actitudes de las clases políticas es cada vez más general. Las celebraciones del Día Nacional del Maíz tienen signo combativo.
En Oaxaca, por ejemplo, Francisco Toledo organizó ayer una gran tamalada y hoy, desde temprana hora, tiene lugar en Santiago Apóstol, Ocotlán, un gran festival organizado por el Consejo Estatal en Defensa del Maíz bajo el lema:
Diálogos comunitarios por el derecho a ser campesinas y campesinos. Tienen lugar ahí discusiones informadas y testimonios de la contaminación transgénica y sus daños, así como una gran muestra gastronómica de maíz.
Lo que el gobierno intenta hoy significa, obviamente, dispararse al pie, porque la base campesina que se quiere eliminar ha sido siempre sustento del PRI. Sería también el camino de la destrucción nacional: usar los cimientos para un techo falso. Y sería la gota que derramara el vaso: la agresión que el pueblo mexicano no podría soportar.
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