Carolina Verduzco
D
eudora de Raúl Álvarez Garín se declaró hace poco la escritora Elena Poniatowska y señaló que sin él no habría La noche de Tlatelolco, que sin él jamás se habría llevado a Luis Echeverría al banquillo de los acusados, que sin él no habría una constancia escrita de los infames procesos judiciales –que él se encargó de publicar– a que fueron sometidos 68 de los participantes en el movimiento estudiantil de 1968, que sin él jamás habríamos leídoPunto Crítico y que sin él no existiría la Estela de Tlatelolco.
A la lista de acciones e iniciativas trascendentes que no serían sin Raúl siempre se podrán agregar otras, porque quienes nos reconocemos como deudoras y deudores de él pertenecemos a distintas generaciones, ámbitos y sectores en los que su presencia es muy importante.
Nuestras deudas con él son reconocibles, pero impagables. ¿Cómo pagarle que su compromiso con los caídos el 2 de octubre de 1968 esté indisolublemente unido a su compromiso con las siguientes generaciones? ¿Cómo no reconocer que su lucha contra la impunidad de los crímenes del pasado está orientada a que en el futuro prevalezca la justicia?
Castigo a los culpableses una consigna colectiva que desde hace muchos años se reitera en marchas, mítines e infinidad de pronunciamientos. A estos reclamos de justicia Raúl les agrega otras acciones para avanzar en ese propósito. Las demandas judiciales en contra de Luis Echeverría y otros responsables de los crímenes del 2 de octubre y del 10 de junio no las concibió ni las mantiene como una simple ocurrencia, sino como un proyecto para alcanzar la meta. Pese a las dificultades de retar al Estado con sus propias reglas, Raúl estudió, consultó, analizó y decidió emprender una lucha jurídica que permitiera concretar el clamor de justicia. En esta causa está empeñado.
Por este empeño, Echeverría permaneció en prisión domiciliaria durante dos años. Hoy el ex presidente se encuentra en libertad bajo reserva, sólo
para efectos, pero es falso que judicialmente esté exonerado, como –por mala fe o por negligencia– se ha difundido.
El 2 de octubre fue un genocidio. Ya es una resolución judicial definitiva
Es justo decir que gracias a la solidez y consistencia de los argumentos de Raúl, quien ha contado con la invaluable colaboración del doctor en derecho Raúl Jiménez, existen logros de enorme trascendencia en la lucha contra la impunidad, como los mencionados y, sobre todo, la resolución judicial definitiva de que lo ocurrido el 2 de octubre de 1968 fue un genocidio.
Echeverría y sus aliados realizan toda clase de maniobras para hacer fraudes a la ley, valiéndose de complicidades con gobernantes y de la deshonestidad que impera en el Poder Judicial. Y no sólo esto, también ponen en juego todos los recursos con los que cuentan para que se oculte la información y se tergiverse lo que está ocurriendo en el terreno jurídico.
Ocultar, desestimar o minimizar los logros y avances jurídicos de la lucha contra la impunidad ha sido una táctica impulsada por Echeverría y sus aliados con el propósito de generar sentimientos de impotencia, desánimo y desaliento en la opinión pública. Lo que pretenden es impedir o disminuir la atención y el seguimiento de la información de la opinión pública para frenar el acompañamiento social a esta causa, lo cual –hay que reconocerlo– han logrado en buena medida.
Más allá de las actitudes mezquinas y competitivas de personajes que ostentándose como progresistas intentan empequeñecer la importancia de los logros en el ámbito de lo jurídico, está la falta de credibilidad generalizada en la sociedad respecto a la acción de la justicia del Estado. Paradójicamente esta falta de credibilidad es un elemento que juega a favor del desinterés y el escepticismo, incluso de compañeros que no se sienten motivados para darle seguimiento a estas complejas, difíciles y prolongadas luchas.
Honrar a los caídos, el otro pilar de la justicia
Poniatowska caracteriza a Raúl como
líder valiente y justiciero. Y vaya que se necesita valor y compromiso justiciero para exigir que se castigue a los culpables interponiendo demandas judiciales y desarrollando otras acciones para mantener la denuncia pública. Y vaya que se necesita valor y compromiso justiciero para honrar a los agraviados por la política genocida del Estado.
Por eso, construir la Estela de Tlatelolco para inscribir en ella los nombres de los caídos en la Plaza de las Tres Culturas fue una acción valiente de denuncia y un acto de justicia para las víctimas que se encontraban documentadas en el momento de su edificación, sin dejar de rendir tributo a
muchas más, cuyos nombres aún no conocemos, tal como está escrito en esa estela.
Preso político; sujeto al espionaje militar como consta en varios documentos; despedido de su empleo en la Comisión Federal de Electricidad cuando se preparaba el proyecto privatizador del sector energético, Raúl sabe que la vertiente judicial es uno de los pilares de la justicia verdadera (*) cuando se castiga a los culpables y que el otro pilar es el tributo que la sociedad les brinda a las víctimas, honrándolas e impidiendo que se les hunda en el olvido y el anonimato.
Hoy muchas estelas más tienen los nombres de otros agraviados. Se trata de decenas de estelas concentradas en el Memorial de Víctimas de la Violencia del Estado, en donde próximamente habrá de realizarse un acto de conclusión de los trabajos que el Comité 68 realizó durante dos años aproximadamente para lograr documentar y luego inscribir los nombres de miles de víctimas de la represión, así como de la negligencia criminal del Estado.
Con el Comité 68, Raúl convocó a integrantes de distintas generaciones y a organizaciones tan diversas como las que han apoyado la iniciativa del memorial; las jornadas de intenso trabajo que le han dedicado los Jóvenes ante la Emergencia y el Desastre Nacional no se habrían efectuado si ellos no hubieran hecho propio este proyecto.
Desafiar y confrontar al Estado con audacia y sin voluntarismo es una de las características que forman parte de la historia del memorial. Recordemos de dónde salieron las estelas.
Las estelas del memorial: rescatadas por las organizaciones de manos de la simulación gubernamental
Cuando el gobierno de Felipe Calderón no pudo negar que las
víctimas colateralesde su guerra contra el narco ya eran decenas de miles, mandó edificar en terrenos que pertenecían al Ejército un supuesto memorial, una costosa construcción de placas de acero. Algunas de estas estructuras metálicas se levantan como estelas sobre espejos de agua. En una de las placas se apunta que es un memorial a las
víctimas de la delincuencia, sólo que el gobierno evita nombrar tanto a las víctimas como a los delincuentes, a unas y a otros los deja en el anonimato. Una obra así no honra la memoria de víctima alguna ni reconoce quién es el victimario, profundiza su impunidad al tiempo que pretende sacar provecho político con un montaje demagógico e hipócrita. Una creación arquitectónica bella, no un memorial.
En los primeros meses de gobierno de Enrique Peña Nieto fue inaugurada esta obra y se dijo que en ella se escribiría lo que cada quien decidiera; quizá se pensó que sería un lugar para el desahogo catártico. Lejos de ignorar o de consentir que el gobierno se adornara con el presunto memorial y manipulara para desactivar la indignación de la sociedad, Raúl propuso al Comité 68 realizar un arduo esfuerzo para revertir la intencionalidad gubernamental. Sus víctimas tienen nombre y no se puede permitir al Estado mexicano que oculte su responsabilidad en la violencia criminal, por eso el falso memorial de víctimas de la delincuencia se transformó en un verdadero memorial, el de víctimas de la violencia del Estado.
Luchando por la justicia y la democracia verdaderas Raúl vive con la satisfacción de estar cumpliendo con lo que decidió el 2 de octubre, esa satisfacción que es posible por su espíritu indoblegable y de amor a la libertad. Hace apenas unas semanas, cuando conversaba con su amiga Lucía González y su amigo CocoCartagena acerca de la música y cantaban algunas canciones, Raúl pidió que le pasaran la guitarra y les cantó una estrofa en catalán de Al vent –Al Viento–, una canción que se ha calificado como
un eterno himno a la libertad, compuesta por Raimon en la época de la dictadura franquista, cuando estaban proscritas en España las lenguas regionales, y que también solían cantar en la cárcel los presos del 68, según dice Félix Hernández Gamundi.
Al vent | Al viento | |
La cara al vent | La cara al viento | |
El cor al vent | El corazón al viento | |
Les mans al vent | Las manos al viento | |
Els ulls al vent | Los ojos al viento | |
Al vent del món | Al viento del mundo. |
(*) En La noche de Tlatelolco, Elena Poniatowska recogió las palabras de Raúl Álvarez Garín, preso en la cárcel de Lecumberri:
El 2 de octubre volvimos a nacer. Ese día, también, decidimos cómo vamos a morir: luchando por la justicia y la democracia verdaderas(página 267).
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