Elena Poniatowska
Pretendí crear bancos de semillas para abolir el hambre crónica de mi estado, pero tal parece que tenemos atrofiadas nuestras funciones síquicas, porque no reaccionamos contra la opresión y la miseria, señaló Pablo Sandoval Cruz a Elena Poniatowska
E
n 2007, una comisión de diputados vino de Chilpancingo, enviada por el gobernador de Guerrero, Zeferino Torreblanca Galindo, a ofrecerme la presea Sentimientos de la Nación, en honor de José María Morelos. Una semana más tarde, recibí una carta de una hija de Pablo Sandoval Cruz asegurando que su padre la merecía, que había nacido en Chilpancingo y su vida entera era de amor, lucha y defensa de su estado: Guerrero. Entonces rechacé la distinción.
El gobernador del estado de Guerrero, Zeferino Torreblanca sentenció muy enojado:
En esta ocasión no se le entrega a nadie. Queda desierta.
La Asamblea Popular de los Pueblos de Guerrero tomó otra decisión:
Si la presea no la entrega el Congreso, en el futuro la entregará el pueblo. Así nació la APPG (Asamblea Popular de los Pueblos de Guerrero) y la dio, por primera vez, a doña Rosario Ibarra de Piedra.
Al año se le entregó a las Cuatro Etnias, a Tlachinollan y se premió año tras año al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), a Ignacio del Valle, líder de Atenco, al obispo Raúl Vera, a Napoleón Gómez Urrutia y a Javier Sicilia.
En 2015, el pueblo de Chilpancingo decidió entregarnos la presea a Paco Ignacio Taibo II y a mí. Al finalizar una larga marcha por la calle principal, cubiertos de cientos de collares de cempasúchil, hombres y mujeres trajeados de blanco nos llevaron a Paco y a mí a la alcaldía, al aire libre, bajo un sol abrasador y nos subieron a un escenario floreado, no sólo de palmas y cempasúchiles, sino de niños y niñas y una orquesta entusiasta. Entre las filas de los presentes se escuchaba el rumor:
Tiene 98 años y todavía no ha llegado don Pablo Sandoval, el principal orador.
Por fin se presentó un hombre de cabello blanco, pequeñísimo y muy delgado, con un pantalón que le llegaba hasta las axilas detenido por unos tirantes, una camisa azul cielo, demasiado grande para él porque le cubría las manos y unos zapatos de muñequito, muy cuquitos. Acompañado por una niña coronada de flores, fue recibido por murmullos de admiración:
Ya está aquí don Pablo.
Ya va a subir al presídium Pablito.
Lo miré con mucho temor porque era la primera vez que veía yo 98 años concentrados en un solo cuerpo. ¿Qué iba a pasar? ¿Cómo un hombre así de frágil iba a treparse al entarimado y a aguantar al sol inclemente?
Paco dio las gracias primero, también yo dije unas cuantas frases de agradecimiento y para mi preocupación le pasaron el micrófono a Pablo Sandoval Cruz.
¿Cómo va a hablar si es una hojita al viento? ¿Cómo va a hablar si hasta puedo verle el corazón?. La niña que lo acompañó pajareaba quitada de la pena. Entonces me llevé la sorpresa de mi vida porque de la fragilidad de la caja de su pecho y de sus brazos delgados surgió una voz catedralicia, profunda y noble que seguramente llegó hasta el mar de Acapulco. Don Pablo Sandoval Cruz nos levantó con la fuerza y la inteligencia de su oratoria. Ese ser diminuto, que yo había confundido con un elfo, creció y se hizo árbol y sus ramas lo convirtieron en un espectáculo formidable. Era como si estuviera tallado dentro del cuerpo de Morelos. Se hizo un silencio total que conmovió hasta a los cempasúchiles que se volvieron más amarillos. Las mujeres dejaron de espantarse el calor con sus abanicos y levantaron la cabeza hacia don Pablito quien habló de la Asamblea Popular de los Pueblos de Guerrero y de su propia vida, de cómo había conocido al gran Lázaro Cárdenas y como creyó en el PRD de Cuauhtémoc Cárdenas, no el de César Navarrete. Recordó a su hijo fallecido, Pablo Sandoval Ramírez, y me hizo pensar en Emiliano Zapata, en Genaro Vásquez Rojas y en Lucio Cabañas.
Dos meses más tarde, gracias a Nicolás Chávez Adame, líder de los mineros y a su abogado Óscar Alzaga pude visitarlo en su casa en lo alto de Chilpancingo. Para mí, Chilpancingo, en el camino a Acapulco, era el lugar en el que invariablemente se descomponía el coche y había que esperar a un mecánico. Ahora, desde la casa de don Pablo en lo alto, veía yo colinas cubiertas de casas, mercados, iglesias, patios, calles que suben como cabras y en la cúspide, la casa de don Pablo Sandoval Cruz, a quien encontré sentado como pachá en una sala abierta en la que varios familiares se acomodaron también. Una gran fotografía de la diputada de izquierda Macrina Rabadán es el único adorno, además de cientos de metros de telas livianas y coloridas que cubren muros y muebles y separan la sala del comedor al estilo de las mil y una noches. Lo de las mil y una noches le va muy bien a don Pablo, porque practicó durante toda su vida el lema del mayo francés:
Mientras más hago la revolución, más ganas me dan de hacer el amor. Ojalá y todos los hombres fueran como él.
“Nací en Acatempan en 1918; el 29 de junio cumplo 98. No tuve papá. Me imagino que mi padre se fue a Tlacotepec, porque ya andaba picado con otra señora. Regresó al año a Acatempan, pero ya no con nosotros. Teníamos una casa humildita, de palitos, así las paredes de palitos; en ella abandonó a mi madre con cinco hijos. Nosotros ya no lo queríamos y nos manteníamos de las hierbas del campo, de las mazorquitas que tiran, que ya no sirven, pequeñas, que algunas gentes compadecidas le regalaban a mi mamá que hacía el nixtamal, y así crecimos. Mi hermano Luis, el mayor, iba al monte a traer otates, parecidos a los carrizos, pero duros, duros, y se parten para sacar correas que se usan en las canastas. Mi padre regresó para arrancarme de la familia. Me subí al árbol. Teníamos un pozo de agua y allí me escondí; el ojo de agua en Acatempan era nuestra mayor riqueza. De donde quiera me sacaba mi papá. Todavía tengo pesadillas al recordar cómo me agarró un hombre como estilo Tierra Caliente con su sombrero grande y yo lo arañaba hasta que él se impuso. Mi papá le dijo que me agarrara. Una pesadilla. Tardamos en llegar a Tlacotepec y ahí viví, con otra familia que no me quería por ser el entenado. Mi padre sólo me hizo daño, pero la vida me ha tratado bien; sólo tengo unas escrófulas en el cuello y he tenido fiebre no muy fuerte, porque no me tumba pero sí me debilita.
“En 1936 terminé la secundaria en Chilapa y me dieron una beca. Mi padre guardaba mi acta de nacimiento. Por más cartas que le mandaba no me hacía caso; entonces compré un caballito en 15 mil y me fui solo a Tlacotepec por ella. Me agarró la noche en la sierra y pensé: ‘ya me perdí’. Antes había muchísimos árboles de chichihueco, pero a veces los animales saben más que los hombres, porque el caballo caminando, caminando, encontró una casita con la luz prendida y ahí me trataron excelentemente bien y pasé una noche excelente. Al día siguiente encontré a mi papá.
Vengo por mi acta que no me ha querido mandar, y el me respondió:
No, los de tu edad ya no son para estudiar, son para trabajar.
“En el 37, Cárdenas me dio una beca; aunque éramos de preparatoria nos juntaron con los de secundaria, que eran más de 500, en un edificio en Coyoacán. Cárdenas nos preguntó cómo nos trataban: ‘Mal, muy mal, porque los de secundaria no nos dejan estudiar’. Cárdenas se sentaba ahí y nosotros aquí. ‘Bueno, pues háganle como quieran para estar bien’. Nos apropiamos de tres casas en Coyoacán, una para hombres, otra para mujeres y otra para salones y comedor. Cuando nos rodeó la policía le hablamos por teléfono a Cárdenas. ‘No se mortifiquen y quédense ahí’. Cárdenas sabía cuidar a los jóvenes. Yo fui el primer tesorero de las casas, iba a la Merced a surtirnos de verduras y semillas para toda una semana, y así fue como empezamos una nueva vida con mucha libertad, mucha conciencia de lo que habíamos logrado gracias a Cárdenas y el artículo tercero constitucional de las escuelas socialistas y las escuelas secundarias para hijos de trabajadores. Decía Cárdenas: ‘Para mí, los sectores sociales que valen son los campesinos, los estudiantes, los obreros, los que trabajan, porque los campesinos nos dan de comer y los estudiantes son el futuro del país’.
“Me inscribí en medicina en el Poli, pero como ya no alcancé libros en español o en inglés, estudié en francés en libros preciosos con láminas a colores. Me gustó tanto el francés que llegaban los muchachos de preparatoria de la Universidad Nacional Autónoma de México para pedirme que presentara yo el examen por ellos. Gocé del gobierno de Cárdenas, 37, 38, 39 y 40.
“Siempre fui flaco, pequeño y enclenque. La materia más difícil en la carrera de medicina es anatomía, porque hay que memorizar todo el cuerpo humano y yo me lo sé en francés. Como en América del Sur había dictaduras, muchos estudiantes se refugiaban en México. Venían de Venezuela, Brasil, Perú. Nuestros mejores maestros fueron los republicanos españoles: José Giral, primer ministro de la República Española, nos dio clase de química.
“Cárdenas fue un gran humanista. Lo malo es que le dio el poder a Manuel Ávila Camacho, presidente mandilón que pasó a amolarnos. Las presiones de Estados Unidos y de los grandes empresarios en México no permitieron que Mújica subiera al poder y Ávila Camacho nos fregó.
“En el Politécnico hicimos una huelga; el 6 de marzo de 1942 salimos en una marcha del casco de Santo Tomas al Zócalo y en la calle de Madero nos disparó la policía. Intervinieron los bomberos, que asesinaron a hachazos a Socorro Acosta y mataron a tres estudiantes más, cuyos cuerpos el gobierno desapareció. Nunca se me va a olvidar, porque esas cosas tan peligrosas y feas se quedan grabadas para toda la vida. Ávila Camacho nos recibió ocho días después, le expusimos nuestro deseo de una gran escuela y se expidió la Ley Orgánica del Politécnico, pero el régimen de Ávila Camacho fue terrible porque nos desprotegió y asesinó.
“Ávila Camacho nos suprimió las becas. ¿Cómo le hacíamos para comer? Vivíamos cerca del casco de Santo Tomás y acudimos a un comedor para gente menesterosa, alcohólicos, drogadictos, indigentes. A los bolillos les echábamos cositas para que no fueran nada más bolillos y nos servían para las tres comidas. Cuando terminamos la carrera nos concientizaron y enviaron al campo y viajamos a comunidades pequeñas. Fui hasta pueblos perdidos vecinos de la ciudad de Torreón. Llegué hasta Durango, tierra de José Revueltas.
“En la Laguna, uno de los primeros pacientes que atendí tenía las muelas picadas, una infección: ‘Doctor, sáqueme las muelas’. ‘No, a nosotros nos enseñaron que sacar una muela infectada puede infectar toda la circulación de gérmenes y la gente se puede morir’. Tanto me rogó que cedí: ‘Lo voy a hacer, pero bajo su responsabilidad’.
“Lo mejor que me ha pasado en la vida es la expropiación petrolera. La precedieron grandes manifestaciones contra las compañías que tenían su propia policía, cercaban los pozos petroleros, nos perseguían e impedían el paso. Juntamos alrededor de 400 y pico de pesos; me tocó llevar ese dinero a Bellas Artes y recuerdo las grandes colas de gente con su guajolote, su gallina, su canasta de huevos. Las más ricas llevaban sus aretes, sus pulseras de oro, todos dimos el primer paso. Quien nos ayudó mucho para sortear este periodo fue el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. Él mandaba cartas a Cárdenas y le decía que nosotros estábamos en nuestro derecho: ‘los recursos naturales son de México’ –escribía. Una cosa preciosa. Fueron los días más felices que ha tenido México.
“Regresé a Chilpancingo como médico cuando no tenía tantos habitantes, en 1958. Ya tenía yo 30 años, una mujer muy valiosa, médica y también maestra, Susana Ramírez Meneses, con quien procreé cinco hijos. Yo soy muy enamorado. Mis hijos son Pablo Sandoval Ramírez, quien murió;, Luis Sandoval Ramírez, doctor en economía, quien estudió en Moscú; Jesús Sandoval Ramírez, químico, quien hizo un doctorado en París; Cuáuhtemoc Sandoval Ramírez, quien también murió, y Susana, alejada de la política. Estoy orgulloso de mi nieta Irma Eréndira Sandoval, la primera mujer de la familia en graduarse en la Universidad de Santa Cruz, California. Mi yerno-nieto es John Ackerman.
“Mi hijo mayor, Pablo Sandoval Ramírez, expuso su vida al convertirse en el abogado y brazo político de la guerrilla del maestro Lucio Cabañas. Pablo fue quien me llevó al Partido Comunista en los años 60, ya que se convirtió en gran líder, amigo de Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa y el maestro Othón Salazar.
“Tuvimos que derrocar al régimen despótico del militar Luis Raúl Caballero Aburto, en 1960, y el que más luchó allí fue mi hijo Pablo Sandoval Ramírez, gran dirigente estudiantil y luchador social, perseguido por desgraciados gobernadores corruptos. ¿Sabe por qué surge la guerrilla, Elena? Por el mal gobierno.
Pretendí crear bancos de semillas para abolir el hambre crónica de mi estado, pero tal parece que tenemos atrofiadas nuestras funciones síquicas, porque no reaccionamos contra la opresión y la miseria. Es increíble que en pleno siglo XXI las mujeres, los niños y los ancianos sigan sufriendo hambre en nuestro país. ¡Ni en la Decena Trágica!
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