Bernardo Bátiz V.
E
l miércoles participé en un mitin informativo de la precampaña de Claudia Sheinbaum Pardo; llovía, estábamos en la colonia Álamos, donde pasé mi infancia y mi juventud. El acto tuvo lugar en el parque Felipe Santiago Xicotencatl, precisamente frente a la escuela en que cursé la educación primaria; entonces su nombre era escuela Estado de Chiapas y hoy creo que lleva el de Club Rotario; el parque es el mismo, hay algunos álamos que sembró Lino Santacruz y un pequeño bosque de otras especies.
Atendía los discurso de los oradores y a quienes asistieron, vecinos de la colonia tan apreciada por mí, que esquivaban el agua; los que alcanzaron se resguardaban bajo una lona y otros con paraguas, gorras o impermeables; mi mente brincaba de los problemas de inseguridad que se incrementan en la Benito Juárez, del hacinamiento en las calles provocado por el desorden inmobiliario y la torpeza de muchas autoridades, a mis recuerdos de hace ya algunos ayeres. Al final del acto, como acostumbramos, cantamos el Himno Nacional, casualmente a 50 pasos del patio donde lo canté cada lunes con los demás niños de la escuela Estado de Chiapas.
Lino Santacruz fue un maestro de Tlaxcala, director de la Estado de Chiapas. Desde ese cargo ejercía una especie de patriarcado sobre la colonia, conseguía donativos para que los niños tuvieran pupitres, libros y cine gratuito los viernes al anochecer; fue obra suya convertir el llano descuidado que estaba frente a la entrada de la escuela en lo que es hoy un parque con césped, juegos infantiles y muchos árboles. Todavía existe el observatorio astronómico por la calle de Cádiz y los amplios espacios en los que jugábamos futbol americano, que practicábamos sin equipo y sin entrenamiento,
a capela; yo era centro de los Rufianes de Álamos y nuestros rivales eran los Pegasos de la Narvarte. Entonces pintábamos con cal las líneas de meta y las diagonales y nadie nos cobraba ni a nadie pedíamos permiso para usar nuestro campo. Hoy los espacios están cerrados con mallas y los que juegan en ellos tienen que pagar cuotas a la delegación.
Claudia, la doctora Sheinbaum, habló de su intención por armonizar innovación con esperanza; rescatar (nuevamente) la capital para que vuelva a ser la Ciudad de la Esperanza, y aprovechar innovaciones científicas y técnicas que deben emplearse para el bien de la colectividad y no sólo para negocios de los gobernantes locales y sus amigos. Explicó que la delincuencia y la inseguridad deben combatirse mediante la prevención, al buscar cuáles son las causas de los delitos y tratar de atajarlos antes de que se cometan. También habló de la importancia de capacitar a policías, fiscales y agentes del Ministerio Público e instruirlos debidamente en el respeto a los derechos humanos. Propone también que en la ciudad ningún niño ni joven se quede sin estudiar.
El aguacero declinó en una persistente llovizna que me hizo pensar, disperso como soy, que el año pasado en la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, de la que formé parte, aprobamos que el derecho al agua se incluya en la lista de los derechos humanos y que en la capital quede prohibida su privatización y su uso con fines lucrativos.
Hoy, si en nuestra caótica metrópoli hablamos de agua, nos vienen a la mente imágenes de descuido, escasez, intenciones privatizadoras y desperdicio; no hay hoy humor para recordar el largo poema de Amado Nervo La hermana agua a la que en una de sus partes le hace decir:
Yo alabo al cielo por que me brindó en sus amores, para mi fondo gemas, para mi margen flores.
La oradora ofreció ocuparse del problema del agua, su escasez y la distribución irregular e inequitativa; estoy seguro de que cumplirá porque está preparada y entiende la política como un servicio; por mi parte seguí divagando en
nuestra hermana agua, como el poeta nayarita la bautizó.
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