Luis Linares Zapata
E
l ombligo de los mexicanos debe, tiene que ser hermoso, atractivo, digno de contemplación permanente. Quedar atascado en tal panorama consume la totalidad de la energía de los candidatos en esta campaña. Nada existe alrededor, todo se agota en restregar a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) el nombre y la trayectoria criminal de la señora Nestora Salgado. Tal como antes clavaron baterías en los dos departamentos del mismo candidato. Sin olvidar, tampoco, al minero exilado en Vancouver (Gómez Urrutia) que, si las autoridades del tribunal le dan carta blanca a su expediente, será senador plurinominal por Morena. Mucho esfuerzo para tan magros resultados.
Mientras esto pesa sobre la atención de los electores, miles, cientos de miles de ciudadanos argentinos salen a la calle para protestar por las draconianas medidas que Mauricio Macri, su presidente, les ha sorrajado sin miramiento humano. Ni una sola referencia a tan dañino como creciente fenómeno, tanto por parte de los candidatos como de sus apoyadores mediáticos. No se ha oído a esos opinócratas, los que presumen de liberales, adelantar opinión alguna sobre el reaccionario modelo implantado en esa atribulada nación. Todos estos personajes se concentran en demandar la inmediata, terminal posición de AMLO sobre Venezuela. ¡Ya ven!, arguyen, ¡no puede decir nada sobre las masacres, la quiebra, las penurias y las inválidas elecciones donde ganó Nicolás Maduro!, ¡un tiranillo cualquiera!, agregan. De la continua, perversa injerencia gringa nada dicen, tampoco del oneroso cerco financiero al que Peña se ha agregado ahora.
Mientras el PRI se enfunda en su chaleco rojo y alardea con trotar por cuantas plazas del país para llevar a José Antonio Meade a la Presidencia, sus candidatos a gobernadores, senadores y diputados palidecen y sirven sólo de sombra en la actual competencia. No logran, pese a todo ese griterío en controlado salón, desocupar el tercer sitio donde lo sitúan las encuestas. Tampoco atienden, ni siquiera de soslayo, la estrepitosa caída del partido español (PP) gobernante, descendiente directo del franquismo más rancio. Un sólido gemelo del priísmo decadente: parecido electorado, igual porcentaje de votos obtenidos en su pasada elección, similar ideología conservadora y, sobre todo, destinado a perder identidad y poder. Dos docenas de sus capitostes ( Gürtel) han sido condenados a penas que van desde 50 años de cárcel hasta 15 los de menor sentencia. Fueron y son, esos barones gachupines, sin temor a falso testimonio, asaltantes organizados. Parecidos a las pandillas encabezadas por esos gobernadorzuelos priístas que hoy se arrellanan en cárceles esperando una sentencia de la cual puedan escapar.
Olvidarse del caso brasileño es otro botón a desabrochar para atender las pulsiones del ombligo local. Un ex presidente (Lula) preso por un delito que nunca cometió sigue vigente. Pero tales tribulaciones no han sido, aquí, causal de atención y protesta. Y no lo es porque el golpe a Dilma Rousseff y sus derivados lo fraguaron entre una triple alianza de politiqueros funcionarios, medios de comunicación y grandes empresarios neoliberales: con el ineficaz Michel Temer al frente, auxiliado por un Congreso plagado de ladrones con causas criminales en su triste haber. ¡Ah! Pero Lula, ese populista irredento, aún prisionero, llena plazas por todo el país y puntea las encuestas como candidato. Tal como lo hace, de manera indetenible, el señor López Obrador, aunque lo acusen, con falseada lengua, de asociarse con la maestra Gordillo, eficaz colaboradora y cómplice del dúo panista, Calderón y Fox, sin olvidar a sus padrinos priístas, Salinas y Zedillo.
Y qué decir del celebrado francés, el flamante Emmanuel Macron. Un preclaro ejemplo de neoliberal financierista. Sacó apenas 32 por ciento de votos en la primera vuelta. En la segunda alcanzó la mayoría absoluta y se la creyó toda completa. Se embarcó, con una alegría sin cortapisas, en la intentona de reformar la estructura de su nación. Nada lo detendría en su heroica aventura.
Los panistas, arrebolados, deberían seguirlo en tan envalentonada tentativa de desarticular el remanente estado de bienestar del que gozan sus ciudadanos mandantes. Ahora, los que lo han alagado por doquier, hacen mutis ante la rebelión popular que a Macron le salió al paso. Con su imagen en plena caída y, tal como afirma el crítico Philippe Sollers:
Macron es un presidente, gran virtuoso del arte de filmarse permanentemente, un artista del espectáculo que reina sobre una población de sonámbulos.
En estos amargos días para la imaginación creadora muere el escritor estadunidense Philip Roth y, tal como la promoción cultural es olímpicamente soslayada por todos y cada uno de los candidatos, nadie pone el ojo en ese desgraciado suceso. Toda una sesión del debate alardeando sobre cómo enfrentar a Donald Trump, pero ninguna frase, ni por accidente, sobre el vital autor de la Trilogía americana. La penetrante descripción que Roth hace de la herencia judeo-estadunidense les pasó de noche. De haberlo leído el señor Anaya, en lugar de retozar en Atlanta, Georgia, con su familia, le habría auxiliado para entender bastante más a ese complejo pueblo.
Profundizar sobre la reaccionaria hegemonía mundial del neoliberalismo, tal vez ayude a AMLO a visualizar lo que tendrá enfrente al intentar el cambio verdadero prometido. Mientras, en referendo, una notoria mayoría de irlandeses votan por despenalizar el aborto. Otra lección de un pueblo deseoso de dejar atrás su oscurantismo.
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