Pedro Salmerón Sanginés
F
elipe Ángeles es un personaje muy curioso: quizá sea el único de los actores de primera o segunda fila del decenio 1910-1920 sobre el que hay unanimidad de pareceres sobre su honestidad, su lealtad, sus prendas personales. Pero no siempre fue así: en 1914, numerosos oficiales del ejército federal lo tacharon de traidor y en 1915 fue señalado por los carrancistas como una de las tres cabezas de
la hidra de la reacción, mostrándolo como agente del antiguo régimen para dividir y hacer fracasar la Revolución. Para muchos de los revolucionarios que escribieron sus memorias, Ángeles era un individuo indigno y traicionero, un pésimo militar, un enemigo al que no se debía tener consideraciones... y no se le tuvieron: cuando cayó preso fue juzgado y fusilado.
Tuvo que llegar el régimen cardenista para que algunos intelectuales que habían militado en las filas villistas, iniciaran la reivindicación de Felipe Ángeles. Faltaban tres décadas para que el propio Villa entrara al
panteón oficialpero, por lo pronto, se admitía que algunas de sus acciones, algunos de sus compañeros, eran rescatables. Estos intelectuales encontraron una manera de justificar su villismo a través de Ángeles. Federico Cervantes puso en orden la versión a la postre dominante, que hizo de Ángeles el revolucionario generoso y desinteresado; prototipo de lealtad y pundonor; adalid del liberalismo y la democracia, y magnífico jefe militar cuyos consejos habrían dado el triunfo a la facción convencionista si Pancho Villa los hubiese seguido.
Junto con esta imagen apareció la del famoso artillero como eminencia gris del villismo, en términos políticos y militares. Ya Álvaro Obregón veía en él al principal
administradorde la inculta cabeza del Centauro, y desde entonces, amigos y enemigos ven en las grandes victorias de la División del Norte la impronta de nuestro personaje y argumentan que los grandes yerros estratégicos de Pancho Villa se explican porque el iletrado y atrabiliario guerrillero de Durango no hizo caso de los consejos de su lugarteniente, mucho más culto y capaz y que, a diferencia suya, sí tenía una visión moderna y de alcance nacional de la guerra.
Tan dominante es esta versión que lo mismo la comparten los más inteligentes historiadores críticos (como Adolfo Gilly y Friedrich Katz, aunque éste también ve en Ángeles la cabeza del ala derecha del villismo) que los más reaccionarios y compulsivos odiadores de Villa, que hoy pululan en las redes sociales.
Hay sustento para esa idea: la manera en que condujo la campaña contra el zapatismo de agosto, de 1912 a febrero de 1913; su lealtad a Madero y su insistencia en acompañarlo hasta la muerte (actitud que lo convierte efectivamente en ejemplo y símbolo); el hecho de ser el único general profesional del viejo ejército que se sumó a la Revolución como reacción ética contra el asesinato de Madero (lo hicieron una docena de jefes, pero sólo un general); y aunque a veces no la comprendió del todo, luchó hasta lo último al lado de la revolución popular. Su lealtad y rectitud son incontrovertibles.
Pero hemos mostrado documentadamente (en La División del Norte), que quienes ven en Felipe Ángeles al verdadero organizador de la División del Norte y el artífice de sus victorias, suelen hacer a un lado algunos datos fundamentales: cuando el artillero hidalguense llegó a Chihuahua para incorporarse al villismo, la División del Norte ya era un ejército bien organizado y disciplinado, que había triunfado sobre los federales en batallas formales y estaba lista para la larga batalla de posiciones que, en la Comarca Lagunera, se libró entre el 19 de marzo y el 13 de abril de 1914, donde Ángeles mostró sus innegables virtudes como táctico de artillería, pero cuyo diseño y mando correspondió a Pancho Villa.
También hemos probado el alcance nacional de la estrategia militar diseñada por Villa y Zapata en noviembre y diciembre de 1914, y la limitación militarista de Ángeles, quien no contempló los aspectos económicos, políticos y sociales de la guerra, respondiendo así a la limitada formación de los militares del viejo ejército, muchos de los cuales tenían una formación parecida a la suya, y que fueron barridos por los revolucionarios en 1913-1914 (1915: México en guerra).
En el fondo, resulta más fácil comprender a un intelectual que escribe, que a un caudillo popular que actúa. Lo que sigue habiendo en el fondo es desdén ante las capacidades y los proyectos de los jefes de origen popular, llámense Emiliano Zapata o Francisco Villa. Pero de eso Felipe Ángeles (que comprendió la grandeza de Villa) no tiene la culpa y bien merece un aeropuerto… aunque en el fondo, a mí me habría gustado que el de Santa Lucía se llamara Sor Juana Inés de la Cruz.
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