Luis Linares Zapata
L
a crítica mediática establecida lleva meses presionando el imaginario colectivo sobre los errores, necedades y flaquezas del Presidente. Lo desean ver, fervientemente, con la cabeza en el cadalso. Sin perdón y al borde de la única salida posible: su renuncia tal y como citan, en redes sociales, sus opositores en la marcha convocada. No llegarán a ese extremo, pero no dejan de martillear con sus epítetos y predicciones del mal en puerta sin remedio. A cada acción, dicho o propuesta de AMLO se opone una severa, unificada, coordinada y feroz andanada de opiniones contrarias. Nada de lo que emane de sus ya famosas
mañanerasquedará exento de instantáneos descalificativos. Poco, muy poco de las decisiones tomadas, por parte de esta administración federal, llevarán, según cuentan en sus influyentes espacios, impregnados destinos alegres, constructivos, acertados, de concordia, positivos. El fracaso aguarda en cada voz suya, la tragedia irá de su mano, el desencanto será la consecuencia inevitable de sus mentiras y los tronantes desacuerdos con la realidad dejan asomar precipicios inminentes. Lo peor quizá sea el dictamen planfetero de su incapacidad para enfrentar la crisis pues, según palabras de agudo y profundo observador, AMLO no tiene prudencia institucional, disposición anímica ni humildad intelectual para sortearlas.
Pues ni modo, ¿qué nos queda a los que seguimos con mirada atenta e informada los muchos pasos ya dados para rescatar esa patria solidaria y justa para todos que se ha perdido? Tal vez la muerte súbita, el suicidio individual o colectivo, el retorno a lo acostumbrado, la lucha armada, el cuartelazo o la anarquía sea el futuro entrevisto para los incautos y tontos. Personas que, muy a pesar de los augures del desastre en ruta, son, sin embargo, todavía, muchos millones de ciudadanos. Bastantes más de los que fueron a las urnas a votar por él y por los demás morenos postulantes. Porque ahora este conglomerado de sufragistas, partidarios y apoyadores se va trasmutando, por artes de esas mismas palabras, encendidas, visionarias pero torcidas, en un conjunto de ilusos, inocentes y carne irredenta de repetidas frustraciones. Ese, y no otro, será el destino que aguarda en el corto plazo de unas cuantas semanas o pocos meses a lo sumo. Esa es la predicción implícita en esa narrativa que emana, sin pausa ni tregua, de una crítica afiliada a las ideas del neoliberalismo de cuates, traficantes, socios, cómplices o acólitos interesados que pregona y, a la vez sostiene, al aparato legal de reparto inequitativo vigente.
En efecto, don Andrés López Obrador no es Andrés I, descubre la consistente, presurosa, muy vista y oída crítica de todo lo que mueva, haga o diga el Presidente. Tampoco –afirma esta ubícuita señora– AMLO es un señor feudal. Tal y como se puede imaginar eran esos mandamases que se refugiaban en sus fortalezas medievales y que pocos conocían pero, muchos temían o respetaban por su origen, alegadamente divino. Y toda una palabrería se desgrana, con fruición de oficiosos jurisconsultos, por un memorando pretendidamente anticonstitucional. Sostienen que tal documento emana de la falta de respeto de Obrador a la división de poderes, a la obediencia debida a la ley escrita. Se debe, por fin concluyen, a ese afán de concentrar el poder y desplegar, sin cortapisas, el autoritarismo que lo inunda. Pocos se han dado cuenta de esas profecías que pretenden cumplirse con la repetición de conjuros, se van evaporando con las horas. Raros, densos, oscuros tiempos de tontos y canallas nos esperan, un tanto adelante, si atendemos a todas estas condenas, de susodichos hallazgos y predicciones provenientes de un sistema que se tambalea y quiebra por momentos.
Pero no se puede tampoco ignorar que un aparato con tan poderosos medios a su servicio, con tantas miradas en búsqueda implacable de fallos, dudas o tropiezos quede flotando sin consecuencias. Sin duda, ha mermado el apoyo de amplias capas que simpatizan, aunque sea en pormenores, con el nuevo modelo inspirado en un cambio efectivo. Cualquier estudio de opinión bien estructurado puede mostrar la caída en simpatías hacia el Presidente. Claro está que esa disminución implica un cercano pasado de alta, muy alta y reveladora estima. El oído, la mirada y el espíritu realmente popular quizá no se haya visto afectado por el ataque sistémico en marcha. Pero el inmisericorde golpeteo no pasa inadvertido por amplias capas poblacionales que conviven dentro de tal sistema o que fueron parte de él. Las tendencias apuntan, con claridad, hacia un punto de confluencia entre apoyos y rechazos que es necesario, indispensable, prever y, en lo posible, evitar. La densa base de problemas heredados sobre los que, en este inicio de gobierno no se tiene todavía control decisivo: la inseguridad en primer término y la debilidad en el crecimiento económico a inseparable continuación
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