a oposición política en el México actual ha pasado de renegar de las palabras y las acciones del gobierno de la Cuarta Transformación (4T) al sabotaje abierto o embozado, de los amparos en cascada a las tomas de represas, de los manifiestos insulsos a la búsqueda de causas tripulables y, en la última semana, al desfiguro separatista
de un puñado de gobernadores, la mayoría de los cuales han sido señalados por sus posibles nexos con la delincuencia.
La reacción tiene muchas voces muy visibles, pero no tiene pueblo. La metáfora extrema de las tiendas de campaña vacías del Frenaaa es una justa representación de partidos sin bases, de siglas sin contenido, de instituciones conducidas sin rumbo ni principios. No hay en las filas de la derecha una sola figura capaz de asumir el liderazgo: unas tienen manchas de origen que las hace impresentables, otras son tan delirantes que no generan credibilidad más que en un puñado de fanáticos y algunas más han exhibido un enanismo intelectual que es ironía del mármol a su fama
y mentís rotundo del sitial de privilegio en que las colocó la oligarquía a la que sirvieron y siguen sirviendo.
A la derecha no le sirven de gran cosa los disfraces que ha dado en adoptar porque son inverosímiles a la luz de su pasado reciente. Pensar que al PRI le importan los derechos humanos, que el PAN se ha vuelto feminista, que los depredadores de ayer son los ambientalistas de hoy, que los sempiternos beneficiarios del orden mediático oligárquico se sienten amenazados en su libertad de expresión, que a Javier Corral le preocupan los campesinos o que el perredismo residual es adalid de la probidad es como creer que las películas de ciencia ficción se ruedan en el espacio.
El problema principal de la oposición política es que no tiene más programa que el retorno a un régimen corrupto, sangriento, entreguista e ineficaz que de todos modos había llegado a su límite desde antes de que López Obrador ganara la elección presidencial de 2018. En tanto esa derecha no emprenda el análisis de esa catástrofe nacional y no lleve a cabo una autocrítica honesta de su papel protagónico en ella, seguirá divorciada del país, sin entender a la 4T y sin poder erigirse en una alternativa de poder viable. Una de sus fantasías más perversas es que Joe Biden gane la elección de la semana entrante y que lo primero que haga al llegar a la Casa Blanca sea pelear con el mandatario mexicano, una idea sin pies ni cabeza, pero tan antinacional como los conservadores del siglo XIX que trajeron a Maximiliano. Por lo demás, la reacción se ha limitado a obstaculizar por principio al nuevo gobierno y a buscar en él huellas de identidad con el régimen anterior, a fin de descalificarlo en forma autodestructiva: si eres igual que yo, eres una inmundicia
.
La derecha estorba mucho, sí, pero en el momento actual carece de posibilidades para detener la transformación de México y no tiene, en lo inmediato, margen para emprender una contrarrevolución. El peligro de involución más serio proviene de la propia 4T y de su partido. El aparato gubernamental sigue plagado de intereses atrincherados que trabajan en contra del propio gobierno, en tanto que en Morena no será fácil superar los enconos internos generados tanto por la incapacidad de sus dirigentes para elevar la mirada de lo táctico a lo estratégico como por la colonización del partido por intereses locales que son herencia de la vieja manera de hacer política. Hay que decir también que tanto el Instituto Nacional Electoral como el Tribunal Electoral, fieles criaturas del orden derrocado, hicieron lo suyo para atizar y enturbiar la vida interna partidista.
En Hidalgo y Coahuila se vio algo del daño que las pugnas intestinas pueden causar a las filas morenistas, las cuales no pudieron enfocarse en el trabajo territorial y en defensa del voto por estar pendientes de los jaloneos por la dirigencia nacional del partido. Como consecuencia, los niveles de abstención volvieron a sus cauces normales –es decir, altísimos–, en los cuales se facilita la tarea de los operadores del fraude electoral. Sería desastroso que un escenario semejante se configurara en las elecciones federales del año entrante, que serán organizadas, supervisadas y calificadas por instituciones que son juez y parte en el proceso y en los que está en juego el refrendo y la ampliación de las mayorías morenistas en ambas cámaras, 15 gubernaturas y miles de cargos de elección.
Una victoria de la oposición en esos comicios podría ser la antesala de la derrota para la 4T y, por ende, de una contrarrevolución devastadora y temible, como lo son todas las contrarrevoluciones. La reacción no tiene más programa que volver al poder, pero está muy enojada, se siente humillada, su naturaleza es violenta y no va a perdonar la derrota que sufrió en 2018. Ojalá que las y los militantes y dirigentes de Morena tengan claro lo que está en juego y se consagren a reconstruir la unidad y la eficacia del partido.
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