a violencia criminal y el apagado (por disparejo) crecimiento económico fueron férreos cinturones que, por décadas, ataron la convivencia y desarrollo del país. El proceso se recrudeció los últimos 20 años de vigencia del modelo concentrador. Fueron plagas que erosionaron, constantemente, la tan necesaria legitimidad, tanto al gobierno en turno que lo aplicaba como a sus guías y operadores. Otros males se le unieron a este binomio disolvente. El fundamental apuntó a la creciente corrupción del sistema. Elemento indispensable que permitía la injusta distribución de riqueza e ingresos, el abandono de la solidaridad interclases y el ninguneo de arraigadas tradiciones. Durante todo este periodo se enseñoreó y persistió una marcada tendencia decadente de la vida organizada del país que llegó a ser intolerable para amplias capas de la ciudadanía.
Parecía que la sociedad se avendría, con paciente aceptación a este degradante acomodo con tan graves males. No fue así, finalmente se protestó de una forma por demás severa y se dio paso a un espacio renovador de la conciencia general. Y en ese trabajo se está ahora comprometido, tanto en gobierno como en una, en efecto, mayoría social. Al procrear un cambio que contradiga 40 años de práctica y modo de actuar específicas, se provocan resistencias claramente observables. En realidad toda la actualidad de la nación está enmarcada por este tipo de pujas y divergencias de muy difícil trato y solución.
Sobre este complejo estado de cosas se adjuntan otros imprevistos factores a cual más activo y, en muchos aspectos, disruptivos para un desarrollo deseado. Se complica así la toma de decisiones y las maneras con que son iniciadas y llevadas a término. La inesperada pandemia, de universal conocimiento y dañinos efectos, de pronto, se hizo presente. La belicosidad de su agente patógeno irrumpió en la vida ordinaria sin respeto alguno. Todo, desde entonces, se trastocó de repente. El aparato nacional de salud mostró sus graves limitaciones en cuanto a la suficiencia de instalaciones, personal capacitado y auxiliares médico asistenciales. No se contaba con los aparatos y utensilios necesarios para salvaguardar integridades, tanto del personal de salud como para los hospitalizados.
Ante tan tétrico panorama el gobierno no se inmovilizó. Inició entonces un frenético movimiento preparatorio que incluyó trabajos en distintas áreas: constructivas y transformadoras de instalaciones, diseño de protocolos, contratación de decenas de miles de personas con vocación y preparación técnica para atacar la emergencia de salud. La prexistencia de morbilidades que agravan el ataque del SARS-CoV2 se enumeraron y, en la cotidiana pelea contra este agente, la obesidad, la hipertensión y la diabetes complicaron los esfuerzos médicos. El resultado fue, y sigue siendo, un elevado e indeseado número de fatalidades. A esto se agrega el desesperado y aún confuso aprendizaje de tratamientos eficaces. Y, para mayor complicación, la ausencia de medicamentos efectivos que fuerzan equívocos, errores e incapacidades para aminorar fallecimientos innecesarios.
Por si todo esto no fuera ya complicado para el éxito de un ambicioso programa de gobierno, sobrevino, aparejada a la pandemia, una contracción económica casi total. La parálisis de la planta productiva se presenta entonces como un indeseado fenómeno al que hay que enfrentar. Dicha parálisis está afectando la vida, el bienestar, las capacidades individuales y colectivas para adaptarse y para, en muchos casos, sobrevivir. La cátedra opositora, inserta en el aparato de comunicación, ha adoptado una postura que implica la solicitud, exigencia y al final, la amenaza al gobierno para que cambie su programa original. La respuesta ha sido de reciedumbre y persistente continuidad. Se ha empeñado en cumplir las promesas y apegarse a los mandatos originales de atender, primero que todo, a los más necesitados.
La permanencia de las resistencias al cambio acarrean dificultades adicionales. El aparato comunicativo del país entró desde el inicio de este sexenio en flagrantes incomprensiones del proceso transformador exigido por la ciudadanía.
La crítica se ha trocado en disruptiva lucha sin cuartel por la atención colectiva. Súbitamente, el factor externo entró de lleno en el panorama nacional. Ello obligó a emplear personal para controlar flujos migrantes y modificar la política de fronteras abiertas. La crucial estrategia energética ha sido, desde un inicio de su formulación, punto de belicosa controversia.
Los números que se han logrado asentar en los balances auxilian, sin embargo, a la centralidad del propósito de perseguir la autosuficiencia respectiva. A esto se le ayuntan los logros en producción de alimentos para dar el basamento a la deseada política exterior independiente. Y de esta trompicada manera se avanza sin pausas que mediaticen el propósito de cambiar el pasado régimen decadente.
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