lunes, 26 de octubre de 2020

Francisco, San Francisco y los pobres


E

n 2016 publiqué un pequeño libro con el título de Humanismo cristiano y capitalismo; lo dediqué al papa Francisco, quien tenía entonces poco más de tres años de haber asumido su pontificado. La dedicatoria dice en la parte conducente: Al papa Francisco, por ser jesuita, latinoamericano y partidario de la justicia para los pobres.

Cuatro años después, pienso que debí agregar algo respecto del nombre elegido por él para ser reconocido como obispo de Roma y vicario de Cristo. No sólo ha sido el primer Papa latinoamericano, es además jesuita, pertenece a la Compañía de Jesús; su orden, tan ligada a la historia de América Latina, en la que se formó y en la que militó hasta su elección. También es el primero en haber pensado en San Francisco de Asís, al asumir la gran responsabilidad de dirigente de la Iglesia católica.

Esta decisión tan personal nos habla, sin duda, de su preocupación por el problema de nuestros días, el incremento exponencial de la pobreza de muchos frente a la acumulación de riqueza en unos pocos. Tomar el nombre de Francisco, quien en su momento renunció a la riqueza, es un mensaje sin palabras de la opción preferencial por los pobres tomada por el papa latinoamericano.

Chesterton, en su biografía del santo de Asís, dice que San Francisco es el santo cristiano por excelencia, el más representativo del mundo católico; lo compara con el Buda; el santo oriental, un personaje pasivo, contemplativo, que inmóvil medita sobre sí mismo y sobre su aspiración de confundirse con el nirvana, con el todo, diluirse en el universo; en cambio, el santo cristiano es dinámico, vibra como una cuerda de violín, elige la pobreza para su vida personal, pero no se cansa nunca de caminar, de ir de un lugar a otro, de fundar comunidades religiosas, construir templos y lo mismo habla con el Papa y con el sultán de Egipto, que con el más pobre de los pobres de una pequeña aldea de los ­Pirineos.

Además, escribe poemas, canta a la naturaleza que admira y a la cual descubre todos los días; ese santo, el pobre y alegre Francisco, es el escogido como patrono, como modelo de vida por el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio.

Y una cosa lleva a la otra, no resisto transcribir una cita de un texto de un escritor latinoamericano, del mexicano Ermilo Abreu Gómez, tomada del libro San Francisco, escenas poéticas de su vida (Fondo de Cultura Económica, 2019); allí transcribe el autor un diálogo real o imaginario, no lo sé, que nos ilustra:

San Francisco y Santo Domingo se encontraron en Roma y hablaron así: Santo Domingo: hermano Francisco, estudié en Salamanca y viví entre herejes. San Francisco: hermano Domingo, trabajé en Asís y viví entre leprosos. Santo Domingo: Mis frailes combaten a los enemigos de Dios. San Francisco: Mis frailes sufren por los que ofenden a Dios. Santo Domingo: Dios es la verdad. San Francisco: Dios es el amor. Y los dos santos se abrazaron bajo el cielo de Roma.

Entender a San Francisco nos ayuda a comprender y valorar a Francisco; penetrar en la profundidad y riqueza de sus encíclicas; hasta hoy cuatro: Amoris laetitia; Laudato si’; la breve Lumen fidei y la última que conmocionó a todos, creyentes y no creyentes, por su oportunidad y amplitud, Fratelli tutti, plena de doctrina y de propuestas.

Esta encíclica, que no pudo ser más oportuna, es una respuesta desde la autoridad moral del Papa a una injusticia moderna y universal, que lacera a todos; en ella confronta al neoliberalismo y lo señala como un mal que hay que acotar y superar; dejarlo atrás.

Se trata de un amplio alegato muy bien estructurado, resumen de otras expresiones anteriores, cuyo objetivo es defender a los pobres, no sólo a las personas, también a los pueblos y a las naciones pobres, frente a los poderosos; frente al gran capital dueño ahora del mundo, que impone reglas a la política y a la cultura; el Papa afirma que la política no puede ser definida por la economía ni ésta por la tecnología.

Critica con determinación las férreas leyes del mercado, herejía moderna, que sostiene como valores supremos de la convivencia la competitividad y la ganancia y posterga la solidaridad, la cooperación y la fraternidad. Leer la encíclica Fratelli tutti es encontrar los argumentos de la antigua oración que los niños aprendían para pedir casa, vestido y sustento; a lo que agrego y educación, la herramienta mejor para conseguir la unidad, la fraternidad y la amistad social.

El papa Francisco no espera que la solución llegue sólo de los gobiernos, el pueblo debe estar presente. Es clave en la encíclica el siguiente párrafo del capítulo V: “Finalmente, es muy difícil proyectar algo a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo. Todo esto se encuentra expresado en el sustantivo pueblo y en el adjetivo popular. Si no se incluyen –junto con una sólida crítica a la demagogia– se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social”.

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