as elecciones del estado de México marcarán derroteros a seguir, tanto en esa importante demarcación, como para los asuntos nacionales. En ellas, los morenos se juegan la consolidación de sus posibilidades de continuar en posesión del Poder Ejecutivo federal. Los grupos locales, centrados en Toluca, de prevalecer, podrán continuar usufructuando las mieles de su modelo, que viene funcionando desde hace casi 100 años. Todo indica que, al día de hoy, la ventaja –según varias encuestas– la lleva la candidata de Morena. Pero el empuje de un funcional sistema establecido, bien consolidado y que unifica política con negocios, al parejo de un flujo adicional de rituales, dará cerrada pelea. Estos rituales implican la centralidad del gobernante en turno, ante quien los demás poderes giran y se subordinan. No sólo giran alrededor, de ese su centro que han codificado como su conductor neurálgico, sino que, además, le rinden, en refinadas formas y discurso, tributos varios. Esta ubicua pieza del sistema conlleva respetos muy cuidados y de estricta observancia general que da a sus integrantes coherencia y consistencia. Las decisiones estratégicas las toma, en solitario, quien ocupa la oficina ejecutiva. Las narrativas justificatorias de los mandatos llevan, integradas, dosis de consensos grupales. Todos ellos enroscados, tanto en el quehacer político como, con primacía y fuerza, en múltiples intereses. Sus discrepancias internas las han disuelto, casi siempre con prerrogativas económicas que fluyen con grácil facilidad.
En conjunto, bien puede clasificarse que, la del Edomex, es la estructura político-económica más sólida del país. Sus acciones de gobierno han funcionado –tanto para su élite como para sus correas de transmisión– con eficacia. Así preservan y actualizan la consistencia entre los distintos grupos que la forman. La incidencia en el bienestar de los mexiquenses, en cambio, deja mucho qué desear. Es este bienestar un propósito secundario y que puede en diversas ocasiones posponerse o mediatizarse de manera indefinida. Por el lado de los morenos destaca la vigencia del que puede llamarse el grupo Texcoco. Lleva varios años de pretender hacerse del mando estatal sin conseguirlo. Y no lo ha hecho porque le falte empuje o merecimientos, sino por la ilegalidad y patrimonialismo de los opositores. Están, los texcocanos, y mediante los apoyos centrales, en la mejor de las oportunidades para balancear sus carencias. La disputa se espera sea de pronóstico reservado.
Cuáles serán las consecuencias de darse el triunfo para cada uno de los contendientes. Para los priístas del grupo Toluca, no sólo la sobrevivencia de su cuerpo estatal y mando rector. Innumerables posiciones burocráticas reiniciarían sus gestiones en busca de nuevos acomodos. Fluirán también peticiones y rescates para los tambaleantes socios centrales. Si son derrotados, el PRI quedará mutilado en su mayor fuente de poder. Para los texcocanos la ampliación ganada les obligará sustituir, en delicadas y veloces negociaciones, la miríada de arreglos de los demás poderes instalados a escala municipal. Simultáneamente, deberán iniciar los demandantes trabajos de coordinación dentro del proceso por la Presidencia.
Se sobrentiende que, de triunfar Morena en la lucha electoral, también significará el finiquito del régimen local anterior. Formas y contenidos iniciarán una vigencia distinta en las acciones y los propósitos. La exigencia de cambio será inmediata y se irá expandiendo por todo el vasto territorio del estado. Se tendrán que normalizar los dar prioridad a los intereses populares y dar cauce a sus necesidades y ambiciones postergadas. Tal pretensión implicará fuertes tensiones por lo enraizado del elitista y toluqueño modelo priísta. Será, en concreto, una lucha de largo aliento, permanente, por introducir los valores y criterios que ya se han implantado a escala nacional.
El tipo de garantías que tendrá el electorado mexiquense, para votar por la continuidad o por el cambio, está siendo evaluado por la población. Lo intrincado de la situación actual, al parecer, tira por una renovación de fondo. El descontento de base y las ganancias obtenidas en pasadas contiendas para los retadores abren el hueco para iniciar, de lleno, una transformación de fondo en la estancada estructura vigente. Los opositores a ocupar la silla de Toluca deberán esforzarse para presentar, ante el electorado, lo distinto implicado en la disyuntiva. Una tarea política de envergadura evidente. El dilema se tendrá que solventar mediante la habilidad de las candidatas y la eficacia con que opere su campaña.
La misma belicosidad de las distintas posturas, que se airean entre las alianzas partidistas nacionales, con la mira puesta en 2024, tocarán de lleno el proceso electoral del estado de México.
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