ste valioso concepto –soberanía– había caído en desuso durante la prolongada noche neoliberal. Poco a poco ha ido rescatando su importancia y rellenando sus indispensables contenidos. La guerra en Ucrania y los posteriores bloqueos a Rusia, han forzado revisiones en Europa. Materiales o aprovechamientos bien conocidos que remiten a los combustibles: fósiles, pero también hidráulicos, térmicos, atómicos o los llamados renovables solares, aéreos o impulsados por distintas formas de corrientes. A cual más de ellos de trascendente valor, tanto económicos como sociales sin dejar de pensar en los culturales. Junto con este último y crucial concepto de soberanía cohabita otro que lo complementa: el de la independencia energética. Este par de valores fuerza ahora la discusión sobre su observancia. Juntos juegan un papel integrador que permite, a los mexicanos, situarse en una mejor ruta de desarrollo. En especial frente a un entorno internacional que mucho pregunta por la habilidad de cada nación para asegurar su fuente energética, crucial asunto para la vida moderna.
La soberanía energética implica alcanzar la posesión y control de una mezcla específica de ingredientes, indispensables para la generación de electricidad. Es esta fuerza motriz la que permite mover los resortes industriales, la investigación, los usos tecnológicos o el confort en la convivencia humana. Nadie puede sentirse seguro si se depende de otros. Comandar la propia fuente continua, confiable y asequible de energía es objetivo estratégico. Durante los últimos 40 años oímos hablar del poco valor de ser soberanos y también independientes. Referían sus inapelables palabras, lanzadas desde altos púlpitos ideológicos interesados, plagados de sofismas y verdades a medias. En el fondo, sostenían la idea, según la cual era aconsejable comprar fuera de las fronteras todo aquello que podía hallarse más barato y adecuado. Al seguir esta conseja se fueron depreciando las capacidades internas para contar con lo necesario para la continuidad del proceso integrado de producción, trasmisión y distribución. La fábrica nacional careció de manera creciente de la capacidad de poder generar y poner al alcance del consumidor lo necesario para mejorar su nivel de vida. En especial se abandonaba, por varias rutas y medios, lo que el país ya había logrado obtener en tiempos pasados: la generación eléctrica junto con su transmisión y distribución a quienes lo requirieran. De esta perversa manera no sólo se desmembró a la compañía eléctrica nacional (CFE), sino también a la petrolera, que se encargaba de los combustibles (Pemex) Ambas, pilares de apoyo para el desarrollo. Descuartizarlas era el propósito implícito, pero firme, contenido en las reformas (Peña Nieto) llevadas a cabo.
Ahora vemos cómo Pemex recupera su habilidad de producir lo que la industria y el consumo requieren. No será, en un futuro cercano, necesario importar petrolíferos. La factura por las importaciones era insostenible. Hay que alimentar el proceso doméstico con lo indispensable para el consumo propio. La CFE, por su parte, podrá impulsar la generación que asegure el abasto eléctrico de la nación en años por venir. Pasará de ser una pequeña empresa eléctrica que abastecía sólo 35 por ciento de las necesidades internas para adquirir una aceptable dosis de mando de cuando menos 65 por ciento al final de este sexenio. El resto lo proveerá el sector privado. Éste no será ya el motor eléctrico del país. Pasará a ser subsidiario. Eso es, precisamente, lo que se implica en el concepto nacionalización que difundió el Presidente.
Con la compra de las plantas generadoras de Iberdrola no sólo CFE las usará, sino que, además, se liberará al erario de los enormes subsidios que transmitía a muchos industriales y comerciantes. La figura, usada ilegalmente, de los llamados autoabastos
irá desapareciendo de manera rápida. El ahorro así logrado con esta compra, adicionado por los contratos PIE en poder de Iberdrola, implica cantidades mucho mayores a 6 mil millones de dólares. Se elimina así ese mercado paralelo y dañino para el país.
La reacción conservadora no se ha hecho esperar. Asegura que se compró chatarra a precios elevados. Una solemne mentira interesada basada en supuestos miopes. Los beneficios de capital eficiente y utilidades futuras para México son mayúsculos. Iberdrola fue una empresa por demás dañina en muchos sentidos. No sólo ayudó a formular la reforma peñista, sino que se aprovechó de ella de manera ilegal. De ahí su forzada aceptación implicada en el trato firmado.
El incremento de la CFE en poder de mercado no limitará las inversiones externas en el sector privado, porque éste, además, todavía retiene un amplísimo margen de operación. Pero sí ayuda a fincar la soberana independencia propia.
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