Octavio Rodríguez Araujo
Jesús Zambrano, conocido también como Chucho II y presidente del PRD, debería renunciar después del papelazo que hizo el 15 de noviembre antes de las 11 de la mañana. Sus declaraciones en la radio fueron, si pensamos dándole el privilegio de la duda, impertinentes; pero si pensamos como se merece que lo hagamos, fueron una demostración de que no es digno de la responsabilidad de su cargo. Dijo, para quien no lo haya escuchado o leído, que “hay una suerte de empate entre Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador en las encuestas que se realizaron para definir al candidato de las izquierdas”. ¿Pensamiento ilusorio, estupidez o mala leche? El pensamiento ilusorio está basado en lo que una persona quisiera que ocurra y no en la evidencia empírica. La estupidez no se puede remediar, pero la mala leche no le corresponde al dirigente de un partido que aceptó, con anterioridad, un procedimiento para designar al candidato de las izquierdas, incluido el PRD. El primer paso de este procedimiento consistía en dos encuestas simultáneas de donde saldría el candidato y en el anuncio de los resultados por las personas designadas por ambos contendientes: Ebrard Casaubon y López Obrador. Zambrano no respetó las reglas ni los tiempos y, además, quiso sembrar dudas sobre el procedimiento y hasta llegó a sugerir que “lo recomendable, lo aconsejable, incluso hasta para que todo mundo participe de una manera más intensa y abierta, sería que se abriera un nuevo periodo”. Es decir, trató de influir en la ciudadanía sembrando el sospechosismo, como diría Creel, sobre el procedimiento acordado por los precandidatos. Por decencia, de la que ya dio muestras Ebrard, Zambrano deberá hacerse a un lado y recordar que llegó al cargo gracias al chuchinero de sus correligionarios.
Dicho lo anterior, pasemos a lo importante. Ganó López Obrador. Si todo continúa como debe ser y en un marco de decencia que no se les da muy bien a los chuchos y a otros igualmente tramposos, la coalición de partidos de nuestra cuestionable izquierda, que se llamará “Movimiento Progresista”, será registrada pronto y posteriormente su candidato será precisamente quien ganó en las encuestas de días pasados. Ebrard bien dijo que su aceptación de los resultados obedecía, además de las evidencias de los datos duros, a la necesidad de que las izquierdas asistan unidas a los comicios federales próximos. Él y todos sabemos que si dicha unidad no se da, las probabilidades de las fuerzas progresistas para ganar la Presidencia serán muy bajas. Tanto o más bajas que las probabilidades que tiene el PAN. Es más, Marcelo llamó a sus seguidores a sumarse a la candidatura de AMLO y a poner todo el esfuerzo en llevarlo al triunfo en contra del candidato priísta, el principal adversario. Espero que tanto los chuchos como muchos de los abajofirmantes a favor de Ebrard así lo entiendan, siempre y cuando sus posiciones moderadas y afines al sistema no sean un impedimento.
El trato de caballeros que hicieron AMLO y Marcelo Ebrard es entre ellos y lo respeto y hasta lo celebro, pero yo no tengo nada que ver con ese arreglo, por lo que no encuentro razones para referirme al actual jefe de Gobierno del Distrito Federal como si fuera de mi simpatía, que no lo es. Simplemente me da gusto que el próximo candidato de las izquierdas a la Presidencia no sea él. Mis razones son políticas, no personales.
Ebrard cometió varios errores: el más importante fue aliarse en los hechos con los chuchos, con Cuauhtémoc Cárdenas y con ciertos sectores de intelectuales y políticos más identificados con “el sistema” que con la oposición a éste. Los más desprestigiados del PRD, que ahora sufre deserciones masivas (la más cercana en el estado de México), fueron el apoyo principal de Ebrard, esos mismos que en 1999 y otras elecciones internas (incluyendo la reciente de consejeros) han hecho trampa para quedarse con la dirección de su partido. Son los que recurrieron al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para que los validara como dirigentes del sol azteca. Son los que permitieron que Fox y Calderón entraran por la puerta trasera en San Lázaro y los que le guardaron la silla en tribuna a Beltrones (Ruth Zavaleta) ese primero de diciembre de 2006. Son los que también en los hechos reconocieron a Calderón como jefe del Ejecutivo nacional, incluyendo al mismo Ebrard, primero bajo el pretexto de que lo saludó de mano porque era el presidente de la Conago, y luego nada más porque sí. Son también los que, finalmente, plantearon en diversos foros una alianza con el PAN para impedir –como han dicho– que el PRI regrese a Los Pinos: la “restauración priísta”.
Pero esos errores deben quedar ahora en el olvido y ver hacia el futuro. Hemos tenido una de las peores y más terroríficas experiencias con los gobiernos panistas. Padecimos igualmente a los priístas por muchos años y, peor todavía, a los priístas tecnocráticos y neoliberales de las últimas décadas. Nada bueno nos han dejado a los mexicanos. Habrá que detenerlos. Pongo mis esperanzas en el Movimiento Progresista (aunque no me gusta el nombre), en López Obrador y en el voto del pueblo de México. Si actuamos con decencia, con honestidad e inteligencia, ganaremos. Si no lo hacemos, pues mereceremos que alguien como Peña Nieto nos gobierne, pero entonces no nos quejemos de los resultados.
http://www.rodriguezaraujo.unam.mx
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