Bernardo Bátiz V.
M
e choca el término que algo tiene de tautológico y que, sospecho, tomó carta de naturalización en nuestro hermoso idioma, tan preciso y contundente, por alguna mala traducción, pero
políticas públicasquedó incorporado al lenguaje que usan tanto nuestra burocracia como los medios de comunicación y precisamente la llamada clase política para indicar una línea, una voluntad de perseguir ciertos objetivos, de dar a las decisiones políticas una dirección específica.
Me parece que actualmente una
política públicano expresada con claridad, pero si implícita en el ejercicio del gobierno, en los discursos en el Congreso y en muchas de las declaraciones de los dirigentes de los partidos nacionales con registro, es precisamente el engaño a los ciudadanos.
Se dice una cosa, se hace otra, pero se intenta a toda costa justificar lo que se hizo con declaraciones diversas, convenios, pactos y actos espectaculares dirigidos a los medios de comunicación y a través de ellos a embaucar a los destinatarios de las decisiones tomadas.
En el Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia, escrito por el jurista español Joaquín Escriche a fines del siglo XVIII, que consultábamos los abogados del siglo pasado, se define política como
el arte de gobernar, dar leyes y reglamentos para mantener la tranquilidad y seguridad públicas y conservar el orden y las buenas costumbres.
Tal concepto, tan bien expresado y tan claro, ya poco tiene que ver con lo que conocemos ahora como política y con los escándalos, desfiguros y desplantes de legisladores, gobernadores y dirigentes partidistas. Es política en el concepto moderno, el duelo de acusaciones que se hacen priístas y panistas, queriendo, no refutar al contrincante, sino más bien demostrar que es peor y que sus tropelías son más escandalosas que la de la otra parte.
Se acusan, no con objeto de que se sancione a culpables de actos ilegales o de disposiciones indebidas de recursos públicos; lo que se busca es dañar la imagen del contrincante ante la cercanía de las elecciones, que están a la vuelta de la esquina; los priístas, usando para ello a un ex panista, acusan al ex priísta Yunes de enriquecimiento inexplicable, pero se sabe en el mundo de las notas de prensa y los escándalos que en realidad se trata de una venganza.
Se sospecha fuertemente de que el tal Yunes fue quien grabó y filtró conversaciones cínicas que descubren los planes para usar programas sociales con fines electorales; sí el me acusa yo lo acuso y de algo peor, de eso se trata y no de otra cosa.
La
política públicamás generalizada en nuestros días parece la del engaño; hablar de tal forma que no quede muy claro lo que se dice, ni mucho menos lo que realmente se pretende. Las cúpulas del sistema no quieren tener en el gremio de los maestros un sector rebelde y crítico de sus acciones y proponen una reforma educativa para meter en un puño a estos profesores nada dejados y muy inquietos, pero por supuesto, no se dice que para eso es la reforma sino que se sostiene que se trata de salvar al país componiendo los sistemas educativos que han estado por años abandonados.
Se tienen en la mira y en las expectativas personales de muchos políticos, contratos y comisiones jugosas en materia de energéticos y se impulsan reformas a la legislación constitucional y secundaria que declara a esas áreas como estratégicas, para que dejen de serlo en la práctica y sean susceptibles de apoderamiento por la iniciativa privada que nunca se sacia, pero que comparte un poco de sus ganancias con quienes abren la puerta a buenos negocios. Se pretende una cosa pero se dice otra.
Engañar es hacer creer a los demás una intención o una realidad inexistente; el arte de engañar está muy ligado a las actuales técnicas de la mercadotecnia y de publicidad. Su práctica evidentemente es contraria a la ética más elemental y su generalización en la política degrada a la sociedad, crea desunión y rompe los lazos mínimos de solidaridad que debe de haber entre los integrantes de una comunidad.
La palabra política se deriva del griego politeia, que significa ciudad; por la política los ciudadanos de las ciudades antiguas resolvían sus problemas y necesidades comunes, se identificaban entre sí y apoyaban para alcanzar los fines personales que el fin común les permitía, muy posteriormente, el concepto de política se pervirtió y se convirtió simplemente, en el arte de llegar al poder conservarse en él a toda costa.
Es indispensable para nuestro país rechazar enérgicamente ese concepto de política y volver a la fórmula antigua como arte de dar leyes y reglamentos para el bien de la colectividad y no para su manipulación y ocultamiento de la verdad; estamos viviendo en un sistema en el que prevalece la política pública del engaño, tenemos que suplirla por la política de la transparencia, la verdad y la congruencia entre el decir y el hacer.
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