Pedro Salmerón Sanginés
L
as respuestas a mi anterior artículo ( La Jornada, 7 de mayo) me convencen de la necesidad de ahondar en la discusión sobre la violencia revolucionaria. Lo suponía, pues lo escribí en respuesta a preguntas sobre las similitudes entre el México de 1910 y el de hoy. ¿Por qué –me preguntan– si tantos indicadores, tantos datos, señalan el desastre nacional; por qué si se han cerrado los caminos mediante el fraude, la burla y la represión; por qué no tomamos las armas como entonces?
En efecto, los niveles de pobreza, los abismos entre la opulencia y la miseria, los índices de impunidad y violencia, los millones de mexicanos obligados a abandonar el país por hambre, el descaro, la torpeza, la simulación; la convicción de muchos de que en 2006 se cometió fraude, dan razón a quienes (buscando una respuesta afirmativa) me preguntan por doquier si vivimos una situación prerrevolucionaria.
A ellos quise dar respuesta: en primer lugar, hay muchas vías abiertas (y no sólo la política, única de que hablé en ese artículo, sin con ello pretender una lectura
politicistade la revolución, como me señalaron algunos: en estas mismas páginas he escrito sobre la potencia popular y el intento de revolución social del zapatismo y el villismo). También traté de señalar los costos de una revolución haciendo una regla de tres simple: los habitantes de entonces, los de ahora y las pérdidas humanas de entonces, que nos dan los ocho millones de muertos y exiliados que hoy costaría una revolución como aquella.
Hablemos, pues, de la opción armada: en la época moderna, las revoluciones y la resistencia nacional contra las potencias, apelan casi siempre a la lucha guerrillera. La forma moderna de la guerrilla arranca con la resistencia española (1808-1812) y en México con las campañas de Morelos.
De acuerdo con Eric Hobsbawn, los recursos militares de la guerrilla son: a) en primerísimo lugar, el apoyo y simpatía de la población y la construcción de bases de poder en las zonas rurales; b) conocimiento detallado de un terreno generalmente poco acesible o transitable, que compensa su inferioridad armamentística, y c) la negativa a combatir en condiciones favorables al enemigo (Mao Tse-tung llevó esta premisa a alturas filosóficas).
Si no se propone el derrocamiento del régimen o la expulsión de un invasor, la guerrilla no es revolucionaria, sino rebelde o resistente. Si se propone objetivos nacionales, tras un periodo de acumulación de fuerzas, la guerrilla debe pasar a la ofensiva y presentar batallas frontales contra el ejército invasor u opresor. Eso es lo que hicieron los chinacos para expulsar a los franceses en 1866; los revolucionarios mexicanos en 1913-14; el Partido Comunista Chino, el Movimiento 26 de Julio y el Viet Cong.
Ahora bien, en todos los casos de luchas revolucionarias victoriosas, el primer momento se da, necesariamente, en zonas rurales más o menos aisladas pero densamente pobladas. Incluso el Che, quien trató de explicar la forma en que los revolucionarios podían (pudieron) hacer la revolución (
el deber de todo revolucionario es hacer la revoluciónes parte de un combate ideológico de Guevara contra los partidos comunistas latinoamericanos, que negaban la posibilidad de la revolución mientras no se hubieran desarrollado todas las
condiciones objetivas), sabía que el foco guerrillero establecido por revolucionarios profesionales, no era suficiente, pues un foco desligado del pueblo está condenado al fracaso, por lo que tiene que construir bases.
Asimismo, en todos los casos, la segunda parte –la ofensiva– implica la posibilidad del ejército revolucionario (ya no guerrillero) de equilibrar las condiciones de fuerza para derrotar al enemigo en el campo de batalla.
Otras formas de tomar el poder por la vía armada implican la participación de parte del ejército (como en Rusia en 1917, en Turquía en 1919 o en Egipto, en 1952); o el empleo de las armas muy brevemente y como complemento de un movimiento mucho más amplio, como hemos visto recientemente en la primavera árabe. La primera de estas variantes no parece probable y no he oído hablar de ella; la segunda obliga a regresar a lo planteado en mi anterior artículo: la búsqueda de múltiples formas de organización y de construcción del poder popular por vías pacíficas. Por tanto, quienes hablan en México de lucha armada, hablan de guerrilla. Discutamos, pues la guerrilla: más allá de su inmenso costo en vidas y dolor humano... ¿Es posible esta vía en el México de hoy?
Twitter: @salme_villista
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