Octavio Rodríguez Araujo
E
l PAN no estaba preparado para gobernar. Hubo un tiempo en que quizá fue el único partido que no se proponía la toma del poder en sus documentos, característica ésta de un grupo de presión y no de un partido político. Los partidos políticos, por definición, aspiran al poder. Los grupos de presión aspiran a influir en el poder, no más.
El PAN, como grupo de presión, jugó un papel importante en la política mexicana. Hablaba de democracia y de liberalismo, por lo que estaba en contra del corporativismo en los partidos y de las prácticas antidemocráticas en las organizaciones de trabajadores y, desde luego, en contra de una fuerte intervención estatal en los asuntos de la sociedad, comenzando con la economía. Su antiguo principio de subsidiaridad, tomado de la doctrina social de la Iglesia católica, sugería la preminencia de la libre determinación de los individuos que componen la sociedad en relaciones de libertad, comenzando por la de mercados. El Estado debía intervenir en aquellos aspectos que no pudieran ser realizados por la iniciativa privada (o que no representaran negocio para ésta). El PAN era, para decirlo con pocas palabras, la conciencia liberal del régimen priísta, en aquellos años (antes de 1976-1982) estatista en muchos sentidos y ámbitos de la sociedad. Era un partido que postulaba la democracia a cualquier precio, y si bien poco hablaba de la democracia participativa era claro que pugnaba por ésta, razón por la cual apelaba a la sociedad a sumarse a sus protestas, igual se tratara de plantones estratégicos, por ejemplo en puentes fronterizos, que de desobediencia civil.
En su crisis interna de 1975-1976 los doctrinarios del blanquiazul perdieron y ocuparon su lugar los pragmáticos claramente identificados con algunas empresas importantes del país. Fue a partir de este nuevo perfil partidario que Luis Calderón Vega, padre de Felipe Calderón Hinojosa, renunció en 1981 habiendo sido uno de sus fundadores. Su fallecimiento ocurrido en 1989 le impidió ver las barbaridades que hizo su hijo, sobre todo al frente del Poder Ejecutivo de la nación.
Los pragmáticos del nuevo PAN sí se propusieron llegar al poder, pero no supieron gobernar, ni Fox ni Calderón. Peor aún, llevaron a su partido a la derrota, a la pérdida de identidad, al desánimo de sus bases y de no pocos dirigentes, a la confusión de su papel en la historia, si acaso eran conscientes de éste. Calderón creyó haber ganado al convertirse en candidato de su partido a la Presidencia: su arma secreta era su apellido que, en la ignorancia de la mayoría de los panistas, fue asociado al papel de su ilustre padre. No fue así. No eran iguales. Luego, como los panistas ya se habían engolosinado con el poder, entre otras razones porque adquirieron privilegios que no conocían, hicieron hasta lo imposible, con la militante complicidad de Fox y de muchos priístas no madracistas, para evitar que López Obrador llegara a Los Pinos. Ya conocemos los resultados. Sin embargo, una vez más, el candidato
triunfantetampoco supo gobernar, y pavimentó buena parte del país de pobres más pobres y de muertos y desaparecidos. Fracaso total.
El PRI percibió con claridad la situación política y social que dejaban tanto Fox como Calderón, y la aprovechó. La izquierda ni percibió lo mismo ni supo aprovecharla pese a los esfuerzos de AMLO por sacarle ventaja. Lo que quedó del PAN y también del PRD ha sido capitalizado por Peña Nieto y sus buenos operadores políticos. Y aquí está el Pacto por México, una entelequia con socios menores representados por los dirigentes de ambos partidos de supuesta oposición.
Tiene razón Ernesto Cordero al decir que Gustavo Madero ha pretendido convertir a su partido en un satélite del PRI. El problema es que Cordero no tiene ninguna autoridad política o intelectual para decir tal cosa, pues atrás del él está Calderón, quien lo quería como candidato a la Presidencia y perdió. Si Cordero, como Calderón, dijera que dos más dos son cuatro, podremos decir que es cierto pero que está equivocado. Es, como su jefe en Harvard, el signo del descrédito, y las bases del PAN, así como buena parte de los mexicanos, no se lo perdonarán. Por esto es que muchos votaron por el PRI y descobijaron a su partido. Por esto es que éste cayó en crisis y por esto perderá todavía más en las elecciones por venir. Empero, Calderón no está muerto y sigue metiendo mano en la política de su partido. Si hubiera quedado Salvador Vega Casillas en lugar de Cordero se hubiera interpretado como una concesión a Calderón. Ambos michoacanos y muy cercanos uno del otro, pero Madero prefirió a Jorge Luis Preciado, desligado del calderonismo y afín a Madero aunque medio gris.
En política se valen los arreglos y las negociaciones, pero los panistas no podrán sacudirse la mala fama que alcanzaron como gobernantes ni el hecho de que, a diferencia del pasado, ahora todos son poco leales, si acaso, a los principios que hicieron del PAN un partido respetable.
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