miércoles, 28 de agosto de 2013

Saber hacerlo

Luis Linares Zapata
L
os que dijeron saber cómo hacerlo llegaron, hace ya meses, al poder central. A partir de esos momentos idos sus predicadas habilidades se han ido diluyendo en trasteos incompletos y erradas conceptualizaciones en sus diseños de estrategia. Adicionalmente, la defectuosa vigilancia sobre la marcha de la economía mundial (en especial EU) equivoca y menosprecia las serias dificultades externas. El resultado no puede ser más desalentador. En primer término porque la marcha de la fábrica nacional, medida por el famoso crecimiento del PIB, languidece y no hay, en el horizonte venidero, motivo que retome el progreso acelerado que se había prometido una y mil veces. Las reformas, sobre todo esas catalogadas como estructurales, las que el país requiere de manera vital, según conseja ampliamente difundida, fueron desgranándose, sin orden ni concierto hasta empastelarse unas contra otras. Las que faltan (hacendaria, energética y fiscal) para redondear el pretendido espíritu transformador (según versión oficial) hoy se antojan de extrema vulnerabilidad.
Los adalides del priísmo de nuevo cuño, al menos esos que aparecen cotidianamente en los espacios noticiosos, de tanta palabrería vertida terminan por confundir las de por sí endebles percepciones populares. Sueltan, estos conductores de elite y a la primera provocación de un micrófono cualquiera a su alcance, un alud declarativo poco asequible para el grueso de la población. A los iniciales retobos de los grupos afectados, el oficialismo desató una beligerante campaña de propaganda que incluyó, como punto álgido, la detención de la denostada profesora Gordillo, de triste y lejano recuerdo. Después se fue estirando la cuerda de las iras guerrerenses hasta hacer desfilar a guardias comunitarios armados con fusiles de (casi) utilería. Engallados, los priístas y difusores aliados, amenazaron, desde la más alta de las tribunas del poder, con ir, de manera terminante y costara lo que fuera necesario, por la reforma educativa. La beligerante reacción del magisterio disidente, sin embargo, logró abrir sendas mesas de diálogo y propuestas. Se llevaron a cabo 10 masivas reuniones de maestros y especialistas del tema. El resultado de tan esforzado intercambio de posturas e ideas alternas del magisterio, sin embargo, fue ninguneado por el oficialismo, por decir lo menos. La reforma, con sus leyes secundarias intactas, sigue, con aparente fuerza, un curso de inevitable colisión, no sólo con los maestros disidentes (CNTE), sino con la mayoría de ellos, aunque aparezcan ubicados en el coto de los charros del SNTE. En medio del fragor de la disputa, un hueco inmenso se nota a las claras: la ausencia de las autoridades de la SEP. Su secretario, tan afecto a los formalismos legaloides de corte inapelable, se ha esfumado del escenario y de los mismos entretelones de las negociaciones. Se quedó anclado en anunciar el rescate, para el Estado, de la conducción educativa. Y, al andar el tiempo, se sabe que esa era la única ambición de tan excelsa sabiduría: el control administrativo de los maestros, en especial de los disidentes. La calidad educativa fue dejada, sin contemplaciones, para las calendas griegas. Ni siquiera intentaron formular alguna plataforma reformadora de la muy cuestionada tarea educativa como cimiento del desarrollo equitativo ambicionado. Tampoco han podido diseñar un programa de escala para el rescate y modernización de la infraestructura escolar, tan precaria como la que ahora existe. Proyectar un plan de construcción, del tamaño y envergadura requerida por un sistema tan desigual y destartalado, bien podría actuar como detonante y alentar la depresiva economía actual. Pero embarcarse en tal aventura constructiva es solicitar demasiado a esos funcionarios que saben cómo hacerlo. Lo suyo, al parecer, es promover la venta de garaje de la riqueza petrolera.
Y en esa tarea llamada de apertura y modernización arriesgan el poco, poquísimo capital disponible. Afirman, con aires de sensibles profetas, que el momento es propicio para la siguiente reforma: la crucial, la mera estelar de sus pretensiones entreguistas. Al estrellato han lanzado a un improvisado personaje recién enganchado en la Secretaría de Energía (P. J. Coldwell). Con desplantes de experto en la materia, lanza proclamas y cálculos sin recato alguno. No pudo, sin embargo, responder a una simple pregunta: ¿a quién le compran las gasolinas importadas y a qué precio? El versado funcionario evadió la respuesta, demasiado comprometedora para su permanencia en el puesto. Similar papel viene escenificando el joven director de Pemex (E. Lozoya). Pronósticos descocados de inversiones masivas van y vienen en sus doctas apariciones. Las acompasa con cientos de miles y hasta millones de empleos por derivar de ellas. Sin embargo, los contratos hasta ahora exhibidos como factibles –los de utilidades compartidas– son ninguneados por las grandes compañías petroleras del mundo a través de sus voceros, analistas y difusores. Ellos quieren, exigen, cuando menos, que sean de producción compartida y, de ser posible, obtener francas concesiones. Sus balances requieren estos instrumentos para obtener financiamiento de sus planes.
Por el momento, empero, todo está pendiente de varios hilos sueltos y tenues. La reacción opositora se va dibujando lenta, pero consistente y densa, en el horizonte nacional. El pleito parece inminente y los priístas están más que desconcertados. Los largos años de exilio del poder central no pasaron en vano. Tienen oxidadas las entendederas y son, al menos por ahora, poco dúctiles en sus aprestos de negociadores efectivos. Y, aún en tales condiciones, se quieren lanzar al ruedo sin reparar en lo tambaleante de su equipamiento.

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