jueves, 3 de octubre de 2013

Ciudad Perdida

Tapiados, monumentos y fachadas del Centro Histórico
Instintos de violencia
Émulos del 2 de octubre
Miguel Ángel Velázquez
L
a tristeza con la que se miraba el Centro Histórico de esta ciudad ayer por la mañana, con sus monumentos, sus fachadas tapiadas que no eran parte del luto que portan los habitantes del DF desde aquel 2 de octubre de 1968, no tenía comparación con aquella que surgía natural luego de observar la violencia que desataron los grupos de siempre, los que pegan y corren, a los que nunca detienen, pero que logran que otros, indefensos, sean el blanco de la venganza de los policías.
Se les ha calificado de provocadores y sirven para que desde la derecha represora se levanten las voces que piden cancelar las libertades, condenar a los jóvenes, sacar las macanas y dar rienda suelta a los instintos de violencia que se disfrazan de traje y corbata para conseguir sus fines.
Agredir a la policía, como se hizo ayer, sólo buscaba la respuesta represiva de los uniformados en contra de todos los que marchaban con la idea de erradicar la violencia de las calles, y hacer que la protesta callejera se preserve en tanto no exista un gobieno atento a la preocupación y las urgencias de las mayorías.
Y es que siempre será más fácil lograr un buen gobierno que llenar de protestas las avenidas. Es cierto, las protestas no nacen porque sí. La calle es la última opción que se les deja. No hay quien escuche, no hay quien resuelva, se les condena a la marginación y de respuesta pretenden el silencio.
Las cosas no pueden seguir así. Ya no son los tiempos en los que se festinaba la represión, aunque existan quienes lo hagan. Más allá de la demagógica democracia, resulta imperioso hallar las formas de conciliar los intereses de los grandes capitales y las necesidades de gente cada vez más necesitada, cada vez más ahogada por las decisiones de los grupos de poder.
Así, más que urgir leyes que den pie a la violencia, se requieren formas de gobierno que abran canales de entendimiento, que impidan que, como ayer, el Centro Histórico o cualquier otra parte del país se convierta en el mejor pretexto para construir émulos de aquel 2 de octubre.
Sí, agravios en contra de la población por parte del gobierno federal sobran, pero caer, otra vez, en la trampa que permita el caos no será bueno más que para los que buscan de todas formas imponer el silencio y la docilidad.
Ayer, los que se hacen llamar anarquistas consiguieron, a medias, lo que buscaban. Si bien es cierto que se enfrentaron con la policía de la ciudad, también lo es que esa violencia no se generalizó, que incluso el contigente de maestros que se hallan en plantón en el Monumento a la Revolución se aislaron de esos jóvenes para impedir que la violencia se generalizara.
Tal vez, desde hace mucho tiempo –por las condiciones actuales– no se había estado en un momento tan crítico como el de ayer. ¿Cuánto faltó para que se prendiera la mecha del caos? Ojalá y ahora todos esos que han condenado constantemente la protesta callejera puedan considerar la importancia de que ayer no se repitió un 2 de octubre, gracias a los que marcharon para que no sucediera.
De pasadita
Ya es hora de que alguien silencie a los diputados locos de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal enemigos de las libertades que buscan de cualquier forma imponer, por la fuerza, el silencio. Los nombres ya se saben, están allí, siempre al lado de sus intereses, siempre alejados de los votantes. Aguas con esos personajes.

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