Luis Linares Zapata
I
nsistir en un modelo propio para desarrollar la industria de la energía les parece, a los que adoptan la postura de imitar o seguir rutas ajenas, una necedad nacionalista. Sobre todo cuando tal necedad ha sido causal eficiente para cimentar una identidad particular, diferente a otras muchas que, también, pasaron o pasan por similares problemáticas. Y cuando lo creado respondió a las propias necesidades y fue de provecho para la mayoría. Tal es el caso de la promulgación de la Constitución de 1917 y, en específico, de su crucial artículo 27. En él se fija el dominio primigenio de la Nación sobre los bienes del suelo y el subsuelo, plataforma continental y espacio aéreo. Fundamentando así la expropiación, primero, y el desarrollo de Pemex posterior, como un monopolio encargado de la explotación y transformación de los hidrocarburos sólidos, líquidos y gaseosos.
Nada hay en el nacionalismo de retrógrado u obsoleto. Al contrario, sigue y seguirá siendo un impulso vital que, en su vertiente constructiva, permite edificar, con bases solidas, el presente y mucho del futuro del país. Renunciar a ello significa, más bien, claudicar en el empeño de ser mexicanos. Ir por el mundo buscando ejemplos a imitar es en muchos aspectos diluirse, perder identidad o volverse una simple copia de dudosa calidad. La propuesta oficial para modificar los artículos 27 y 28 de la Constitución retrae, con renovados y viejos argumentos, la conocida intención de abrir Pemex a las empresas trasnacionales de la energía. No son, estas entidades, cualquier ente productivo o de negocios. Son, bien se sabe, verdaderos núcleos de poder, cimentados en la fuerza, no sólo de sus propios recursos, sino en la de sus gobiernos y ejércitos, ya probados través de más de un siglo de amargas y trágicas acciones. Las grandes empresas de la energía no negocian como iguales. Ellas imponen, maniobran, tuercen brazos, corrompen, financian agentes, espían al rival y, en variadas ocasiones matan al opositor sin remordimiento alguno.
Suponer, como Jesús Silva-Herzog (Reforma, 30 de septiembre), que el senador Bartlett montó un comité de acciones antimexicanas al estilo macartista, es salir en defensa de dos de los postulantes de una manera harto exagerada. Bartlett intentó, durante las intervenciones de esos personajes en el Senado, mostrar los patrocinios, las intenciones y la representación que portan consigo y que no se aclararon debidamente. Ser nacionalista no es sinónimo de verdugo, de contralor, aduana o juez inapelable, como asegura el analista. Al contrario, es confiar en las propias posibilidades, basarse en lo que se ha logrado y exigir que se permita avanzar con ello. Los dos personajes defendidos por Silva-Herzog fueron proponentes de la apertura indiscriminada de Pemex (y la CFE) a la intervención de las empresas externas. Son, entre otros muchos, de esos que piensan que fuera hay ejemplos usables, mejores que el propio para explotar los recursos energéticos. Y por ello, a los ojos del senador del PT, se trasmutan en entreguistas y hasta en potenciales agentes encubiertos. Pero no sólo porque defienden la propuesta oficial, sino porque no ponen sobre la mesa, de manera abierta, sus relaciones laborales y patrocinios. La invitación extendida por el PRI para su intervención no es ajena a los intereses de ese partido y gobierno. Ellos fueron invitados porque se conocen sus posturas de tiempo atrás. C. Cárdenas fue como opositor, como impulsor de una agenda distinta, y de ello dio buena prueba sin que nadie alegue intenciones a trasmano. El señor Pardinas usó el título de una organización, bien sedimentada en apoyos de índole empresarial privada, sujeta, por tanto, a juicios y evaluaciones diversas. Ser invitado por los centros de estudios estadunidenses de claro corte intervencionista y reaccionario (Centro Woodrow Wilson) no es un accidente o error de dedo, sino un proceder consistente para acercar posiciones entre afines, compartir conceptos y hasta objetivos si es que no se aclaran, desde la mera salida a escena, los diferendos. Rondar por el chico mundo, de tribuna en tribuna, siempre tamizadas con especiales tonos, auditorios y sabores solidifica a los postulantes de maneras determinadas.
Silva-Herzog parece suponer que no hay agentes metidos de lleno en esta polémica energética. Los hay desde aquel célebre diputado (Félix Palavicini), fundador de los diarios Excélsior y El Universal precisamente para defender los intereses de las petroleras instaladas en el México porfirista. Él fue, también, enviado al Congreso Constituyente para sabotear, precisamente, el artículo 27 en discusión. Afortunadamente fracasó en la intentona. Agentes los hay, y de montón, actualmente cobijados en membretes de aparente corte técnico, con caretas de expertos en organización de empresas, oficiosos de las relaciones exteriores trasmutados en traficantes de negocios y otros similares que, en el fondo, propagan las ambiciones y las consignas de sus contratantes: las mismas empresas energéticas trasnacionales.
América Latina es un subcontinente cuyo destino, según las potencias centrales, se agota en desempeñar un rol subordinado. La división de capacidades y recursos la encadenan a ser proveedora de materias primas y mano de obra pordiosera. Al menos esa ha sido la pretensión de EU durante el tiempo transcurrido desde la independencia a estos días. Rebelarse a tan pinche destino es una tarea ardua, cruenta, dilatada, pero prometedora. Sudamérica está ensayando por vez primera una ruta propia. México emprendió el camino antes que todos, pero lo extravió allá por los inicios de los ochenta. La noche neoliberal, entreguista y limitada ha caído sobre los mexicanos en el camino y ahora se sufren las consecuencias. La lucha por la energía es fase crucial de la pelea por un destino independiente que se lleva a cabo en este país. La capacidad del modelo neoliberal y beneficiarios para asegurar su continuidad es notable. La vemos en plena acción ante el simple intento oficial de introducir una miscelánea fiscal que toque, aunque de refilón, los intereses de la plutocracia local. La apertura energética no es necesaria ni moderna. Por el contrario, será un salto al pasado.
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