Bernardo Bátiz V.
E
l Distrito Federal es, como se ha dicho, una ciudad de ciudades, un mosaico de barrios, pueblos, colonias pobres y zonas residenciales, barrios antiguos y fraccionamientos modernos; ha convertido sus ríos en viaductos y avenidas; ha rellenado barrancas, allanado lomas y talado bosques enteros para crecer sin barreras.
El Ajusco, la sobria montaña del sur, tiene una carretera de circunvalación que rompe su continuidad ecológica. Donde antes se subía sólo a pie, hoy motociclistas y automovilistas comen quesadillas, dejan basura, trillan el zacate y alteran el paisaje. Los canales y el lago de Xochimilco sobreviven de milagro ante el crecimiento de la mancha urbana; sus delegados han permitido, sin percatarse bien de lo que pasa, que la chinampearía, única en el mundo y riqueza principal de la delegación, se les muera entre las manos.
Hacia el centro de la urbe, las calles son un estacionamiento gigantesco y la contaminación del aire, que disminuyó a niveles aceptables hace algunos años, es hoy una amenaza para la salud de los citadinos. Delegaciones como la Benito Juárez, la más pequeña en extensión con unos 300 mil habitantes, recibe diariamente una población flotante de más de un millón de personas que viven fuera, pero llegan a las innumerables escuelas que ahí se encuentran, a las oficinas públicas y privadas, centros de diversión, cafés, restaurantes, cantinas, fondas, teatros y más, y producen como efecto inevitable de esta abundancia de sitios de reunión, falta de agua, escasez de servicios y carencia de espacios vitales para los habitantes.
Otros rumbos tienen sus propios problemas: violencia e inseguridad al oriente y al norte; pobreza en amplias zonas de diversos rumbos y conflictos de invasiones, entre otras plagas y riesgos.
A pesar de ello, el control del gobierno capitalino es el bastión político que con más ahínco pretenden conquistar los partidos; algo parecido sucede con los cargos en delegaciones y asientos en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Para triunfar políticamente en la capital del país, que ha sido gobernada por candidatos de izquierda,
diera sus pajes la emperatriz, como dijo Gutiérrez Nájera”.
El actual gobierno fue apoyado por supuesto por la izquierda, los anteriores, desde 1997, salieron de las filas del PRD y lo cierto es que desde entonces el esfuerzo ha ido encaminado a desarrollar programas sociales, a respetar derechos humanos, a ampliar su ámbito y a tratar de resolver los grandes problemas citadinos. Unos más, otros menos, cerca del centro algunos, el de hoy por ejemplo, y un poco más a la izquierda otros, pero han podido mantener a raya durante largo tiempo a la derecha representada por PRI y PAN. Ésto porque los capitalinos son más de izquierda que algunos de sus representantes en los cargos públicos, más participativos y más exigentes en materia política que muchos de sus conciudadanos de otras latitudes.
En este marco de megalópolis, de multitudes politizadas y participantes, se da este fenómeno de víspera, de vela de armas para la batalla de 2015. PRI y PAN confían en la división de la izquierda, PRD camina desorientado con la orfandad que él mismo se buscó al abandonar principios a cambio de unos pocos reconocimientos y espacios. El gobierno, que llega al poder por el gran impulso que le dio López Obrador y sus aguerridas huestes, con altibajos muy marcados, trata de recuperar imagen, lo que logrará si trabaja con ahínco y se apega a posiciones ideológicas de sus votantes con actitudes y no sólo en el discurso. No será fácil, pero es indispensable.
El PRI, con el espectáculo deplorable de su dirigente local, penalmente en riesgo y socialmente descalificado, intenta, más no con acierto, el control de daños. En ese contexto, Morena ha cubierto los requisitos del registro como partido y será en la capital del país donde dé la principal batalla para su consolidación; de lograr un avance importante la esperanza de cambio profundo que ha sabido despertar se mantendrá viva.
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