lunes, 21 de abril de 2014

Gabriel García Márquez, el arte y la sabiduría

Víctor Flores Olea
P
oco antes de morir, aquel otro colombiano pleno de vitalidad, conocimientos y talento, Álvaro Mutis, me dijo: ¡No hablemos de literatura, pero Gabriel se ha convertido en algo superior: en un hombre sabio! Siendo probablemente Álvaro el que más lo conocíoa y la única persona, o una entre muy pocas, que leía los libros de Gabriel antes de que fueran a la imprenta.
En todo caso, me pregunto ahora la razón de que dos colombianos de inmenso talento escogieran a México como segunda patria, después de la que los vio nacer. No fue por razón de amistades ni por razones estrictamente literarias, sino tal vez por el motivo crucial para ambos de que vivían en México sin la presión de quien está inmediatamente involucrado en las urgencias del país, aunque tenían por supuesto opiniones muy claras también sobre nuestros aconteceres y nuestras gentes, también políticos, aunque las manejaran con toda la inteligencia y discreción del caso. Por supuesto que tuvieron grandes e íntimos amigos en México, pero sobre todo para otorgar y ofrecer y no para aprovechar. Dos modelos de generosidad extrema que no son fáciles de repetir ni de imitar, y que estuvieron siempre dispuestos a entregar. Dos ejemplos de generosidad latinoamericana que marcaron un paradigma, que en ese sentido se alejan radicalmente de cualquier afán de imitación, como no es difícil imaginar.
Pero ya que estas líneas nos llevaron a mencionar al principio a estos colombianos de extraordinario talento y generosidad, platicaré una anécdota de la que a veces gustaba echar mano Álvaro Mutis. Decía Álvaro, “cerca de cuando llegó Gabriel a México lo visité con Pedro Páramo, de Juan Rulfo, bajo el brazo, y se lo tiré sobre su mesa de trabajo diciéndole: ‘¡Ahí está eso para que aprenda y no se sofoque más! ¡Léalo y después me dice!’” Todo mundo sabe que entre colombianos íntimos las cosas más serias se dicen hablando de usted. Y esa fue la manera en que Álvaro Mutis le recomendó entusiasta a Juan Rulfo al recién llegado García Márquez, dando por sentado, con razón, que aún desconocía al escritor mexicano que había fascinado a Álvaro.
Pero iniciamos estas líneas hablando de la sabiduría que se había convertido en uno de los atributos esenciales de Gabriel García Márquez, del hombre sabio en que se fue convirtiendo al paso del tiempo, y que marcaron profundamente las dos cosas más importantes con las que siempre contó: su vida y su literatura, aun cuando sea más fácil hablar de su estilo literario en sentido estricto que de la sabiduría del hombre García Márquez y de su sabiduría en las letras e historias. ¿Cómo se reflejaba en éstas? No lo sé, no sé si lo sabía Gabriel y si lo sabía Álvaro Mutis, pero no hay duda que sus escritos reflejan algo más que una simple exactitud o emoción literaria cercana a la perfección, sino que ellas se definen por un atractivo o suerte de fascinación imposible de resistir, y es por eso que sus lectores suman legiones en los idiomas más diversos e impensados, y para nosotros más lejanos e incomprensibles.
Lo cierto es que ese poder de fascinación está en el centro de la literatura de Gabriel García Márquez y es seguramente lo que lo convirtió en uno de los grandes escritores del tiempo, tal vez de todos los tiempos, y el motivo central de que su pérdida sea sentida genuinamente por sus legiones de lectores como una ausencia, como un vacío casi imposible de llenar. Y esto, por lo que se ve a su desapatición física, no en grupos aislados de mera erudición, sino verdaderamente en legiones de seguidores y lectores para los cuales su partida ha causado un real vacío, una ausencia irremediable.
Porque debe decirse que Gabriel García Márquez fue un contemporáneo que supo reunir ¡rarísima avis! el talento del artista con la capacidad de hacer contacto o de tender puentes, no diría con las masas del pueblo, pero sí con una infinidad de sectores y de personajes desvinculados de las tareas profesionales del intelecto (¡con una masa de no intelectuales!) que ha sido absolutamente extraordinaria en cualquier tiempo y lugar. Alguna vez, recorriendo con él las calles, por ejemplo, de Cartagena de Indias, resultaba extraordinaria la multitud de personas de condición modesta no sólo que lo reconocían, sino que eran capaces de entablar con él los diálogos más extraordinarios e inteligentes, viviendo también el hecho no de que los representaba de alguna manera, sino más bien de que encarnaba Gabriel de alguna manera lo mejor de su país, también en el sentido moral del término, y de que los enorgullecía tremendamente de que ese fuera Gabo y no otra persona. ¡El Gabo de fiar absolutamente!
Pero junto a estos hechos admirables y reconocidos, que en tantos sentidos han sido absolutamente ejemplares, no podían faltar los rasgos del peor gusto, rayando en la vulgaridad sin remedio, cuando algunas personas y medios han hecho alusiones a su amistad con Cuba y con Fidel Castro, relaciones que precisamente el Gabo trató siempre con la mayor discreción y elegancia. Dejémoslo aquí, no sin recordar que Gabriel, desde sus orígenes como escritor, fue siempre un luchador convencido en favor de la emancipación latinoamericana. Y que Fidel Castro y Cuba han simbolizado como nadie en los últimos cien años esa emancipación, le pese a quien le pese. Además de que Gabriel siempre llevó esa relación justamente con la mayor elegancia y discreción.
Por supuesto, no podría terminar estas líneas sin hacer llegar mi cariño de amigo y mi afecto en esta hora difícil a Mercedes y a sus hijos, pero también recordándoles el orgullo de haber compartido sus vidas con un gran ser humano y un gran artista que hoy es recordado con admiración y amor por miles y miles y más de otros seres humanos, que tienen presente el legado que dejó para todos nosotros su padre, esposo y abuelo.

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