Pedro Salmerón Sanginés
E
l miércoles pasado, Lied Miguel, a quien no tengo el gusto de conocer, publicó en El Correo Ilustrado un llamado de atención sobre un tema que nos preocupa a los vecinos de San Pedro Mártir, uno de los pueblos de Tlalpan que, a su vez, arroja luz sobre las formas de gobierno en el Distrito Federal: el permiso otorgado a la multinacional Walmart para abrir una tienda. Al día siguiente, en el mismo espacio se publicó una respuesta del corporativo llena de falacias. Las autoridades responsables mantienen el silencio.
Dichas autoridades han hecho caso omiso de las pruebas presentadas por los vecinos sobre las violaciones a los reglamentos cometidos por la multinacional, detallados en la carta del miércoles y que cualquiera que camine por las calles de San Pedro puede constatar, en contra de la falaz respuesta del corporativo. Las mismas autoridades han puesto también oídos sordos a las quejas de los vecinos y de las organizaciones sociales, como la Unión de Pueblos y Colonias del Sur (Upycs) o la Organización Tlacaélel. Con ello, la actual delegada redita el desdén contra la gente que caracterizó a sus predecesores: no olvidamos los vecinos de San Pedro la bofetada que significó la gasolinera, que se instaló violando la reglamentación relativa (como hoy pretende hacerlo Walmart) y que sólo pudo abrirse cuando centenares de granaderos expulsaron, el día de Navidad, a las valientes compañeras de la Upycs del campamento de dignidad. Esa historia aún no termina y la documentación que he revisado muestra que la justicia y también la ley están del lado de los vecinos del pueblo, a pesar del estilo Mancera de gobierno, tan cercano al garrote de los granaderos y tan lejano de la gente.
La gasolinera opera violando la ley y poniendo en riesgo la seguridad del pueblo; pero el Walmart es aún más amenazante, si cabe. En efecto: en San Pedro Mártir existe la vida de comunidad, que no sólo se hace en las asambleas. Consiste en los niños jugando en la plaza, los y las vecinas saludándose en la carnicería, la verdulería, la cola de las tortillas. Radica en la posibilidad de que los vecinos dueños de pequeños negocios te ofrezcan lo mejor que llega cada madrugada al mercado de abastos. Y en su carne fresca, cecina, longaniza y mole caseros, queso fresco, tortillas del comal, pollo sacrificado en casa. En compartir la barbacoa los domingos y la fiesta patronal año tras año.
(Por cierto: la fiesta del pueblo también está amenazada: en su reciente edición crecieron las voces de algunos vecinos contra la celebración de san Pedro de Verona, con el argumento del caos vial –sí: puede resultar una semana molesta– y el miedo de ciertas clases medias a que la gente haga suya la calle. Me enteré del peine: claro, ahora tenemos una gasolinera a doscientos metros de la parroquia, en la que se queman los castillos que dan luz y vida a la fiesta.)
La multinacional Walmart (que, como señala la carta de Lied Miguel, es depredadora del ambiente y del patrimonio y explotadora de sus trabajadores) ha gastado mucho dinero para engañar a un puñado de vecinos, con argumentos parecidos a los de su falaz respuesta del jueves. Miente: todos los estudios hechos sobre la instalación de ese tipo de tiendas en poblaciones con vida comunitaria arrojan los mismos resultados: los empleos creados son siempre menos que los que se pierden en cosa de meses (sí: los que se pierden por los pequeños negocios que cierran o despiden personal) y las condiciones laborales y salariales son también, siempre, peores a la hora de hacer la suma general.
Es falso también que bajen los precios: eso ocurre únicamente durante los primeros meses, mientras la multinacional desarrolla una guerra de precios destinada a arruinar deslealmente a la competencia. Cerrados los pequeños negocios, los precios suben en detrimento final de los consumidores. En fin: las ganancias, pocas o muchas que quedan en el pueblo, en las verdulerías, carnicerías y tortillerías, en las papelerías que atienden a los niños de la escuela, se irán del pueblo, concentradas en una sola –y muy lejana– mano. Aumentarán el desempleo e irá muriendo esa vida en la calle en que los vecinos nos reconocemos día a día.
Es parte de una estrategia global: que se acaben los pueblos, la vida de comunidad que es capaz de impedir que abran gasolineras (o compañías mineras, o campos de gas), para llevarle nuestro dinero a multinacionales depredadoras… ¿Recordará la delegada Maricela Contreras que alguna vez marchó del lado de la gente o, como la mayoría de los dirigentes perredistas, lo ha olvidado por completo?
Twitter: @salme_villista
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