Elena Poniatowska
Gustavo Sainz (1940-2015), José Agustín y Elena PoniatowskaFoto tomada del blog de Gustavo Sainz
El autor de Gazapo con José AgustínFoto tomada del blog de Gustavo Sainz
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ace más de 25 años, el lunes 27 de marzo de 1967, entrevisté por primera vez a Gustavo Sainz en su departamento de la calle de Nazas.
En hilera, uno tras de otro, había colgado fotografías de los autores de la literatura mexicana enmarcadas con amor y respeto. Adoraba a Carlos Fuentes.
Casi había memorizado La región más transparente y para él no tenían secretos ni La muerte de Artemio Cruz, ni Ernest Hemingway, William Faulkner, Norman Mailer, Truman Capote, Hans Magnus Enzensberger y muchos más, entre ellos Simone Weil, la filósofa que más me ha impresionado.
En su casa se reunían Parménides García Saldaña, Juan Tovar y desde luego José Agustín. A ambos los entrevisté cuando publicaron sus libros y decidieron retratarse vestidos de negro en un baldío en ruinas, en el momento en que Gazapo y La tumba,y más tarde Pasto verde, de Parménides García Saldaña, alcanzaron la celebridad.
Sus libros causaron escándalo. Con su melena, sus pantalones estrechos, su manera de decir su verdad, su no hacer
concesiones, su falta de solemnidad, Gustavo Sainz –excelente y generoso profesor universitario– llegó a ser un elemento nuevo y espléndido (en todos los sentidos) dentro de nuestra literatura.
¡A los 27 años, Gustavo Sainz no era un improvisado! Culto, muchos libros lo apoyaban; los que él había escrito, los que él había leído, su erudición evidente, su juicio literario certero, su autenticidad compartida con José Agustín, con quien inició un nuevo tipo de literatura en México que irritó a muchos pero a nadie dejó indiferente, porque si de algo se hablaba en México era de Gazapo, de Gustavo Sáinz, y de La tumba y De perfil, de José Agustín, así como de sus autobiografías precoces que se caracterizaban por su gran no a la hipocresía, a la convención social, a la moralidad hueca, a la fachada que encumbre corrupciones y mezquindades.
–Gustavo, ¿qué sientes del rencor que ha suscitado Gazapo?
–Mira, empecé a sentir el odio de la gente no hacia mí, sino hacia mi libro, después de los tres primeros meses. Cuando salió la primera edición de Gazapo no había día en que no me hicieran chistes en los periódicos, en la televisión, en los noticiarios. ¡Salía yo a relucir hasta en las críticas de música y de pintura! Afortunadamente casi 10 meses después José Agustín publicó su novela La tumba y luego De perfil y ya no me sentí tan solo.
“La nuestra era una literatura poco convencional y la gente no se podía explicar cómo dos personas salidas verdaderamente de la nada, que no asistían a cocteles, cuyos nombres eran desconocidos tanto por la crítica como por los medios intelectuales, dos ‘recién nacidos’, vendieran en unos cuantos días cientos de ejemplares.
“El editor Costa Amic declaró que él jamás publicaría a unos tarados como José Agustín y como yo. ¡Pero ese odio me dio la sensación de existir y de ser oído!
“Por otra parte, dos editoriales francesas, Calman Levy-Flammarion y Lafont, se disputaron los derechos de Gazapo y la Twentieth Century Fox quiso filmarla, después de que la publicara la misma editorial de Pablo Neruda y Carlos Fuentes en Estados Unidos.
“¡Si yo no hubiera alcanzado esos éxitos, creo que me hubiera sentido muy mal en México, porque soy tan miedoso, tan tímido, tan sensible a la realidad, que un ambiente tan hostil me habría aniquilado!
“Creo que me hubiera ido a vivir a las montañas, porque mi capacidad de lucha puede verse menguada fácilmente por el paraguazo de una señora en la calle. Aunque me dio risa en el momento, difícilmente me adapto a alguien que vocifera contra nosotros, como sucede a cada rato con las críticas de algunos literatos a quienes les parecemos intolerables.
“Siento, sobre todo, el deseo terminar rápidamente la nueva novela que estoy haciendo, para sentir la satisfacción de que a pesar de todo el único compromiso que tengo es conmigo mismo.
“Creo que nuestra particular visión de los valores culturales de México es producto de nuestra edad y de no haber participado en ningún movimiento cultural organizado, o sea, el de no ser colaboradores constantes de una publicación cultural respetable o el de no formar parte de un grupo ‘intelectual’ reconocido como el que capitanea Fernando Benítez, por ejemplo.
“Cuando estaba yo a punto de publicar mi novela, conocí a José Agustín y hasta hoy he aprendido a convivir con otros escritores de mi edad o de mi ideología. Vamos poco a poco limando las diferencias y nos armamos para enfrentar una serie de clichés culturales y de fortificaciones casi insuperables.
“Por ejemplo, yo he querido escribir un ensayo sobre Juan García Ponce. ¿Por qué las novelas de Juan García Ponce, tan bien teorizadas, son tan malas o resultan fraudulentas? Me interesa tratar ese tema como ensayista pero, ¿dónde publico mi artículo? En ningún lado, porque los amigos de Juan García Ponce, la ‘mafia’, evita que se diga un chiste, ya no digamos un artículo en contra de él.
“¿Cómo puede existir la crítica sana y de alto nivel, si todos los amigos se unen para protegerse unos a otros? Además, en México incluso las críticas literarias degeneran en insultos personales.
“Creo que uno de los males de la literatura mexicana es repetir una temática. En el caso del campesinado y de la Revolución, lo que para muchos es un punto de partida, para mí es un tema agotado.
“A mí me interesaba escribir una novela sobre un adolescente de la clase media, y por eso escribí un tipo de novela que no se había hecho antes: Gazapo. Lo que me importa es, así como lo ha hecho Carlos Fuentes, proponer una revisión de nuestros modos de ser, incluso, ofrecer nuevos modos de ser.
“Me parece que la literatura de Carlos Fuentes es la más importante, porque es el único que se aboca en un afán totalizador, que tiene una cultura internacional y que ha hecho a un lado los tabúes habituales del país, que trabaja, el único que escribe, porque curiosamente aquí los escritores no escribían, ¿no?
Un hombre que en 10 años de ejercicio ya tiene una obra literaria tan abundante y tan sólida como la de Fuentes es un ejemplo a seguir. El desacuerdo entre su idea de la novela y la que yo pueda tener como lector es muy secundario. Considero que la actitud vital de Fuentes, incluso su actitud política y social, su destierro presuntuosamente voluntario, es muy sana y es un ejemplo a seguir.
–Pero la cultura no es una carrera…
–Es una carrera en el sentido en que es una carrera hacer estudios universitarios. Desde luego que no hay que leer por terminar un libro más, sino por el placer implícito en toda lectura. Pero también hay que mantenerse informado. Si no estás informada, Elena, corres el riesgo de volver a inventar la máquina de coser.
“Mira: nuestra literatura ha sido muy parca en su producción. Gamboa imitaba a Zolá; Yáñez devenía de Dos Passos; Arreola de Schwob; Revueltas de Faulkner. Hasta Carlos Fuentes notamos que se podían saber muchas cosas y conocer muchas literaturas; con él más que con Reyes, pues Fuentes se hizo público a una velocidad de detergente y a partir de Fuentes la literatura nacional y el mercado de esta literatura han cambiado de rumbo, simplemente por haber incorporado un elemento que podemos llamar, ingratamente sintetizándolo, información.
“Los escritores tienen que hacerse publicidad porque las editoriales ganan muy poco dinero. Si Mortiz, por ejemplo, vende a Óscar Lewis, a Fuentes y a Ibargüengoitia, cuenta con 200 libros más que tienen una vida muy lenta, títulos, quiero pensar, con los que es casi seguro que pierde dinero. De modo que como editor no va invertir en carteles ni en anuncios de prensa, de radio, ni de televisión.
“Yo he repetido muchas veces que sin lectores no hay literatura posible; y a veces también, he tratado de ganar lectores. Al principio, yo hacía notas bibliográficas. Cuando salió Gazapo, llegué a la autoentrevista. Ahora casi he perdido el miedo, así que hasta asisto a la televisión, compromiso que durante años eludí horrorizado, me he prestado para cocteles, presentaciones personales (…) La mayoría de la gente piensa que los escritores son bohemios, viciosos, digamos, como Baudelaire y Edgar Allan Poe; pero no ven con tranquilidad que no fumen ni beban ni vayan a reuniones sociales, como Susan Sontag, digamos.
“También se cree que la literatura debe mantenerse pura, alejada de la publicidad que es su antítesis, y que los autores deberían callarse luego de publicar sus mamotretos. Es condenarse a una muerte civil, ¿no te parece? Y si uno escribe y habla y blasfema es justamente porque se niega a morir.
“El escritor es sus libros, pero también es mucho más que eso, es alguien antes y después de publicados sus libros, y me pregunto si este hombre que vive por y para las ideas tiene tanto o más derecho de usar la televisión, la prensa, la radio, las bardas o las salas de conferencias, que los locutores, artistas, deportistas o productos comerciales que invaden las planas de los periódicos.
“Imagínate qué bonito salir de tu casa y en vez de leer ‘Beba Coca Cola, o medias Medalla’, enfrentarte en un alto de semáforo con un poema de Pellicer o un párrafo de una novela de Fuentes. O que así como te insisten en que uses zapatos, o suéter o margarina equis o doble equis, te insistieran en que pasaras a la librería por tu ejemplar de La sombra del caudillo; Los peces, de Sergio Fernández, o Libertad bajo palabra.
Total: oponerse a la publicidad de los escritores es una actitud tan antintelectual como hablar a base de clisés, ser antisemita o anticomunista.
Gustavo Sainz tuvo una carrera meteórica de triunfos; peldaños luminosos en una escalera ascendente hasta que lo nombraron director del suplemento de Bellas Artes, que se insertaba los domingos en los grandes periódicos.
De pronto, en un cuento absurdo apareció un párrafo ofensivo que el gobierno debería haber pasado por alto.
De no haberse dado por aludido, sólo lo habrían comentado con estupor los entendidos y Gustavo Sainz todavía estaría entre nosotros.
Sainz declaró que nada tenía que ver con el artículo y que había sido añadido a última hora. A raíz de ese trágico acontecimiento, empezó el largo exilio de Gustavo Sainz, quien sólo regresó a México en contadas ocasiones; tuvo dos hijos con una mujer bellísima, también buena escritora, Alessandra Luiselli, a la que no hizo feliz porque tampoco él era feliz y escribió libros que no tuvieron la respuesta que tuvieron sus grandes libros escritos en México.
Ojalá y ahora la cultura oficial sepa organizarle los homenajes que a todas luces merece Gustavo Sainz.
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