Gustavo Esteva
“N
o negociamos con nuestros muertos… ¿Cómo reparar la pérdida de un hijo?... Lo que hacemos, en cambio, es pedir al gobierno federal que se vaya y al estatal que se haga a un lado, porque no saben gobernar al pueblo de Oaxaca.” Con voz firme, Adriana Linares, madre mixteca que está en la comisión de diálogo con el gobierno sobre Nochixtlán, agrega tajante que las autoridades ahora deben saber que
la resistencia era de los maestros, pero ahora es de los pueblos. Por éstas y otras declaraciones, Adriana y su familia sufren ya hostigamiento e intimidación.
Las voces de Nochixtlán se siguen oyendo. Ante todo, exigen respeto y expresan la decisión de no permitir más impunidad. No cuentan ya con el sistema judicial. Diez años de lucha, recurriendo a todos los procedimientos jurídicos y a una comisión de la verdad, no han podido lograr justicia alguna respecto a los crímenes de 2006. ¿Cómo confiar ahora en aparatos que están en manos de los propios criminales?
De esas voces populares, llenas de valor y entereza, brotan también los argumentos que llevan al fondo del asunto. Es inaceptable imponer la misma educación, con normas homogéneas dictadas desde arriba, a comunidades y pueblos con culturas, lenguas y valores de profunda diversidad, que no pueden reducirse a un estándar que ya ni siquiera es nacional.
(Ver el documental Nochixtlán, tierra de gente valiente, de Avispa Midia.)
La reivindicación histórica de que los recursos públicos aseguren a todos oportunidades de aprendizaje debe deslindarse con claridad de su interpretación burocrática y autoritaria: concentrar todas las facultades relacionadas con la educación, incluyendo contenidos, métodos y formas del aprendizaje, en un pequeño grupo tecnocrático que puede ser tan arbitrario e incompetente como el actual. Separar la Iglesia del Estado fue precondición de las sociedades democráticas; separar del Estado la educación es hoy precondición de la emancipación.
Vivimos en una atmósfera de guerra, observa Francisco Toledo con preocupación. Es inaceptable que las negociaciones se realicen a espaldas de la gente, que no haya en ellas testigos ciudadanos. Lo que necesitamos, insiste, es
un diálogo sin garrote para cambiar lo que haya que cambiar.
Sin embargo,
para dialogar, como decía Machado,
escuchar primero; después, escuchar. Una y otra vez los funcionarios se empeñan en demostrar que no están dispuestos a escuchar. Una y otra vez reiteran que no discutirán la
reforma educativa, que no le darán marcha atrás. Aceptan negociar algunos aspectos instrumentales, como los que llevaron a acuerdos con el SNTE en que al fin reconocen asuntos denunciados hace años por la CNTE. Pero insisten en que no está a discusión la reforma misma, porque ellos se reducen a cumplir la ley, que les ordena llevarla a cabo.
Bien estaría que el gobierno cumpliera la ley y restableciera el estado de derecho que ha desmantelado. Siguen impunes crímenes sin cuento y las constantes violaciones de derechos y garantías, como de todas las normas, han sido reconocidas por las más diversas instancias nacionales e internacionales. ¿Cómo se atreven a aducir su compromiso con la ley?
El argumento refleja su vocación autoritaria. Como establecen la Constitución y las leyes internacionales, toda disposición legal está sujeta a crítica y reforma y tanto una como otras se han modificado continuamente. El movimiento actual, que el gobierno se niega a escuchar, plantea ante todo que las reformas recientes no fueron suficientemente discutidas y consultadas. Exige hacerlo, empezando por derogar el marco legal de la
reforma educativa, para poder realizar un debate abierto sobre la educación. Y exige desmantelar las leyes que han sido marco de políticas insensatas y dañinas y han creado un estado de excepción, en que se usa la ley para la ilegalidad, para dar impunidad a los de arriba y opresión a los de abajo.
Ante todo, decía Brecht,
importa aprender a estar de acuerdo. Muchos hay que dicen que sí, pero en el fondo no están de acuerdo. A otros no se les pide su opinión, y muchos están de acuerdo en lo que no hace falta que lo estén. Esa es la razón de que importe, ante todo, aprender a estar de acuerdo.
Es hora de escuchar. Es hora de concertar acuerdos. Como está a la vista que las autoridades se niegan a escuchar y no quieren aprender a estar de acuerdo, necesitamos escucharnos entre nosotros. Que los dirigentes de la CNTE escuchen a sus bases. Que los pueblos escuchen a sus maestros y que éstos escuchen el clamor popular. Que todas y todos escuchemos a quienes luchan en defensa del territorio, contra la minería, por el respeto a su autonomía y a sus culturas y tradiciones… Que todas y todos, como señaló hace un mes el Espacio Civil de Oaxaca, avancemos
en la construcción de una agenda común que unifique a maestras, maestros, colonias, pueblos, jóvenes, mujeres, adultos en plenitud, a todas y todos los que estamos dispuestos a luchar. Escuchándonos, podremos concertar los acuerdos que nos articularán en el empeño de transformación en que ahora estamos.
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