martes, 19 de julio de 2016

Astillero

 Telenovela del perdón
 Virgilio, Enrique y Angélica
 Error, sólo de percepción
 Lopezportillismo (aún) sin llanto
Julio Hernández López
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APOYO MULTITUDINARIO. Integrantes de 52 parroquias del denominado grupo Pueblo Creyente de Simojovel, Chiapas, encabezó la marcha multitudinaria en apoyo a la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación, y para mostrar su lucha contra la reforma educativa   Foto Cuartoscuro
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res en uno: el primero en salir fue el arlequinesco funcionario mejor conocido como Virgilio Andrade, renuncia en mano para, dijo, dar paso a que su jefe pueda cumplir adecuadamente con las reglas del entrante Sistema Nacional Anticorrupción (reglas, ha de entenderse, con la participación del Senado, que ya no permitirán a ese jefe buscar la continuidad de un subordinado tan evidente, tan descarado); luego entró a escena el propio Enrique Peña Nieto, a fin de promulgar el mencionado sistema contra corruptelas y aprovechar tan sentido momento (histórico, aseguró) para pedir perdón a los mexicanos por el error de haber permitido una percepción errónea de un acto rechinante de limpio (de ese blanqueo e higienización oficiales se encargó el primer actor mencionado, el pequeño Virgilio) como fue la amistosa adquisición a plazos de la mansión conocida como la Casa Blanca; y, para cerrar la historia (o, cuando menos, un episodio), la actriz en pausa, Angélica Rivera Hurtado, hizo saber que había firmado con los amables aboneros del Grupo Higa un convenio de terminación del contrato de compraventa, de tal manera que tan benevolentes empresarios se quedarían con las rentas del tiempo ya ejercido, le devolverían los pagos y adelantos que había hecho, incluso con los correspondientes intereses (¡faltaba más!), y así ella no tendrá en el futuro (¿sólo en el inmediato?) nada que ver con la posesión o la propiedad de la multimencionada residencia ubicada en la calle Sierra Gorda, en las Lomas de Chapultepec.
De los tres actos del episodio telenovelero, el más comentado fue el del perdón. Reconoció Peña Nieto que los mexicanos nos sentimos lastimados y dolidos por la corrupción, pero antes de que alguien supusiera que habría tramitado el encarcelamiento de algunos directivos de OHL o de alguno de sus muchos secretarios y directores del gabinete que se dedican a la alegre cosecha de comisiones porcentuales y motivaciones en efectivo, a la patria hizo saber que el destinatario escogido para tan duras palabras era él mismo, oh, sí.
Todos tenemos que ser autocríticos; tenemos que vernos en el espejo, empezando por el propio Presidente de la República, dijo con aire valiente, pero antes de que alguien creyera que iba a pronunciar alguna frase del tipo “defenderé la Casa Blancacomo un perro”, reconoció que generó indignación el saberse, en noviembre de 2014, de esa operación inmobiliaria de altos vuelos (en su catálogo de disculpas no incluyó al notable equipo periodístico que provocó tales esclarecimientos caseros, el encabezado por Carmen Aristegui, despedidos de la radiofónica MVS ella y los demás reporteros sin que hasta la fecha hayan podido reconstituirse como propuesta periodística en ninguna otra frecuencia, entre versiones de veto sexenal en su contra, así que la mejor disculpa peñista consistiría en que se les retirara esa censura).
Pero el epopéyico Enrique no acepta ni entiende que en la operación de compraventa de la Casa Blanca se hayan dado graves muestras de tráfico de influencias y conflicto de intereses al aceptar una mansión gestionada mediante trámites más que generosos realizados por un contratista (Hinojosa, del Grupo Higa) sumamente beneficiado con pagos y contratos en el estado de México y luego en el gobierno federal y, por lo tanto, sumamente agradecido, al grado de buscar la manera de allegar un techo de enorme lujo a tan amable familia Peña-Rivera.
En su discurso de aceptación de un error, el ocupante de Los Pinos no se refiere a la comisión de un hecho ilegal tal vez proveniente de comisiones, sino a un acto absolutamente limpio, apegado al derecho y la legalidad pero, hombre, caray, respecto al cual él, Enrique el nomás fallido en eso, no supo generar la adecuada percepciónde las cosas. No hagas compras buenas que parezcan malas, sería la moraleja. Por esa pifia de comunicación, no de honestidad (según la interpretación de Los Pinos), pidió perdón y reiteró su sincera y profunda disculpa por el agravio y la indignacióncausadas. Y, ¿colorín colorado?
Quedará en lo superficial, en lo intrascendente e incluso en lo cínico el montaje de lopezportillismo sin llanto que se vivió ayer en Palacio Nacional (muy aplaudido el declarante por la selecta concurrencia, como JLP en el Congreso durante sus dos máximas exposiciones dramáticas) si no hay consecuencias positivas contundentes (que este tecleador astilloso no ve cómo podría haberlas) en cuanto al combate a la corrupción. Lo aprobado y ayer promulgado es más burocracia a modo para seguir aparentando que se frena y castiga lo que hasta ahora ha sido el pegamento sustancial de la clase política en general: la corrupción. Ni siquiera se incorporó al esquema por inaugurar la parte más sustanciosa de la llamada ley 3 de 3. En las últimas líneas de su discurso, el propio EPN adelantó un pésimo diagnóstico involuntario, al decir que este sistema anticorrupción será tan positivo como lo fue en su momento el Instituto Federal Electoral respecto a la democracia.
Para cerrar ha de decirse que el ejercicio actoral no fue tan contundente como el de aquel histrión, José López Portillo, que al tomar posesión de la Presidencia de la República,en 1976, pidió perdón a los pobres y a los desposeídos y seis años después, en su último informe de gobierno, derramó lágrimas por no haber cumplido sus promesas reivindicatorias. Cierto es que hay coincidencias: la Colina del Perro (que le regalaron a JLP al final de su sexenio) habría sido un equivalente de la casa blanca de ahora, con el entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, Carlos Hank González (ah, el profesor y sus enseñanzas) en el mismo ánimo agradecido hacia los amigos como ahora el contratista Juan Armando Hinojosa, jefe del Grupo Higa; y aquel político de ampuloso nombre y apellidos, luego popularmente resumidos en un simple Jolopo, terminó casándose con una actriz de películas ligeras llamada Sasha Montenegro. ¡Hasta mañana!
Twitter: @julioastillero
Facebook: Julio Hernández

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