José M. Murià
A
personarse en la población de Hidalgo del Parral, en el sur del enorme estado de Chihuahua, alrededor del 20 de julio da lugar a una experiencia mexicanísima. Conviene recordarlo, ese día es el aniversario del asesinato de Francisco Villa, el mexicano más conocido en el mundo.
No vivía ahí. Ya hacía tiempo que el Centauro del Norte residía retirado y quietecito en la hacienda de Canutillo, en el norte de Durango, y relativamente cerca de donde nació, en 1878. Sus frecuentes visitas a Parral eran para avituallarse y ver a Manuela, una de las 25 esposas que tuvo.
En cierta medida tiene razón el corrido de Pablo del Monte: ese día de 1923, en Parral, fue
enterrada la Revolución. No en vano un corrido clama:
Despedida no les doy,
la angustia no es muy sencilla,
¡la falta que le hace a mi patria
el general Pancho Villa!
la angustia no es muy sencilla,
¡la falta que le hace a mi patria
el general Pancho Villa!
Pero los parralenses, tal vez con razón, se resisten a aceptar que Villa esté muerto. Así nos lo dijo un ciudadano de buen estatus:
ahora galopa más que nunca. En efecto, cada año se escenifican escenas de su vida y toda la prensa local del 21 de julio da la
inesperadanoticia con letras grandes:
Villa fue asesinado. En la noche se le hace su velorio en el H. ayuntamiento –por cierto que bien presidido por Miguel Jurado–, y el propio día 21 un cortejo impresionante lleva el féretro al Panteón de Dolores. Pero en realidad Villa no está muerto del todo, pues cada año se repiten las mismas ceremonias.
Por cierto que una conseja oficial dice que en 1976 sus restos fueron trasladados al Monumento de la Revolución en la Ciudad de México.
¡No es cierto!, proclaman muchos parralenses.
Los restos que se llevaron son de otro, pues los verdaderos previamente los habían cambiado de lugar, después de que su tumba fue profanada por un gringo en 1926 y, según se dice, vendió muy cara su calavera.
Este año las Jornadas Villistas resultaron especialmente ricas. Desde el 7 de julio hubo acción cultural de todo tipo: música popular y clásica, exposiciones, cantantes como la Zabaleta, teatro callejero y del otro, una cabalgata con más de 5 mil jinetes con facha de Dorados hacen pensar también que la División del Norte puede renacer en cualquier momento. Finalmente, no faltan las presentaciones de libros, como el de Adolfo Arrioja, La muerte de Villa y los tratados de Bucareli, y hasta una conferencia sobre el tequila, destacando con claridad que Villa era abstemio y enemigo del alcoholismo. Lo bueno es que la plática preconizó la moderación:
ni menos de uno ni más de tres.
Una visita a Parral, aunque no sea en tales fechas de solemnidad y no se tope uno con tantos atuendos villistas por las calles, tiene también su interés: la población es bella y ofrece otros atractivos, aunque la fuerza villista no ceja; destacan, por caso, dos museos de sitio sobre Villa. Uno se halla frente al lugar del crimen y el otro muy cerca de ahí. Ambos están muy bien hechos y resultan sumamente atractivos.
En cualquier circunstancia, al salir de Parral, ya sea en voz muy alta o para los adentros, uno no puede más que proferir un enérgico:
¡Viva Villa!
Para América Velázquez, villista.
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