Javier Flores
E
l debate sobre los transgénicos ha tomado un nivel inusual y al mismo tiempo muy interesante. El pasado 30 de junio, 109 científicos ganadores del premio Nobel hicieron pública una carta que tiene como destinatarios a los líderes de Greenpeace, las Naciones Unidas y los gobiernos de todo el mundo. En la misiva fijan su postura sobre los cultivos y alimentos mejorados mediante la biotecnología; señalan que estos son tan seguros, si no es que más seguros, que los derivados de cualquier otro método de producción, y acusan a las organizaciones opuestas a la mejora vegetal moderna (con Greenpeace a la cabeza) de oponerse a las innovaciones biotecnológicas en la agricultura, de haber tergiversado sus riesgos y beneficios y además de apoyar
la destrucción criminal de ensayos de campo aprobados y de proyectos de investigación.
Desde luego la comunicación de los premios Nobel ha provocado reacciones de distintos tipos en todo el mundo, pero conviene alejarse de la polvareda y las reacciones emocionales para entender mejor sus significados. Creo que los nombres de quienes firman la carta, entre quienes se encuentran algunas de las mentes más brillantes del planeta, obligan a considerar sus puntos de vista con seriedad. Aquí no caben las acusaciones simplistas que señalan a todos aquellos que están en favor de la biotecnología moderna en la agricultura como personas al servicio de las empresas trasnacionales, a menos que se prefiera atentar contra el coeficiente intelectual de nuestros lectores.
Greenpeace, quien respondió de inmediato a la carta de los Nobel, es una organización no gubernamental (ONG) que lucha desde hace varios años en favor del medio ambiente y cuenta con oficinas en casi todo el mundo. No pocas veces realiza acciones espectaculares con las que llama la atención sobre los temas que preocupan a sus integrantes. Algunos de sus planteamientos y acciones son dignos de admiración y respeto. Pero, ojo, la carta de los premios Nobel se refiere a un conjunto de organizaciones opuestas a los transgénicos y no sólo a Greenpeace, aunque reconoce liderazgo a ésta. Esta distinción, como veremos, es muy importante.
La carta de los premios Nobel se mantiene en un doble carril. Por un lado critica la oposición al empleo de un cultivo transgénico en particular, el arroz dorado, variedad que contiene precursores de la vitamina A, cuya carencia en algunos sectores de la población, especialmente en niños de naciones en desarrollo, tiene efectos importantes en la salud. Pero a lo largo del mensaje se refieren simultáneamente a los cultivos transgénicos en general. La carta concluye con un llamado a Greenpeace a desistir de su campaña contra el arroz dorado y contra los cultivos y alimentos transgénicos, y a los gobiernos del mundo a rechazar la campaña de la ONG y a acelerar el acceso de los agricultores a las herramientas de la biotecnología moderna.
La respuesta de Greenpeace es interesante, pues se mantiene en su postura contraria a los transgénicos, pues, afirma, no son la solución al problema del hambre, ya que hay alimentos suficientes para todas las personas en el mundo, dado que 30 por ciento de los mismos se tira a la basura. Pone en duda los beneficios del arroz dorado y dice que la solución más adecuada es proporcionar a la población una alimentación sana y variada, entre otros argumentos, que los interesados pueden ver con detalle en su página web.
En fin, el punto al que quiero llegar es el siguiente: la carta de los premios Nobel y la respuesta de Greenpeace proporcionan una imagen muy clara de un fenómeno que, si bien se presenta en el mundo desde hace varias décadas, adopta gran nitidez y mayor nivel en el siglo XXI. Se trata del binomio formado por los avances del conocimiento científico, por un lado, y la respuesta social ante los mismos, por otro. En el caso que se comenta, el debate se ocupa de los transgénicos en la agricultura, pero se ha dado y se da en otros terrenos, desde el empleo de la energía nuclear hasta el estatus del embrión humano. Esta es una realidad al menos desde la segunda mitad del siglo XX.
Pero el aspecto más importante en mi opinión es establecer una distinción entre la necesidad de hacer regulaciones al empleo de los productos de la investigación científica y las intenciones de prohibirla. La respuesta de Greenpeace es muy interesante, pues mantiene sus principios y afirma categóricamente que no se opone a la investigación sobre transgénicos en la agricultura, es más, se manifiesta en favor del empleo de los mismos también en otros campos como en la medicina, por ejemplo, para la producción de insulina. Lo anterior pone la discusión en un nivel más que apropiado.
Pero hay otros grupos que sistemáticamente se oponen a la investigación científica y buscan terminar con ella, no sólo la que se realiza en la biotecnología, sino en casi todos los campos del conocimiento, algo que resulta inadmisible. Son una reencarnación de la Santa Inquisición, que a la vez que se oponen a los avances del conocimiento en la agricultura, ensalzan las encíclicas del Vaticano sobre medio ambiente… El olor a incienso es inconfundible
No hay comentarios:
Publicar un comentario