Octavio Rodríguez Araujo
T
erminó el largo el periodo de la democracia liberal, con sus beneficios e imperfecciones. Ya no funciona en casi ningún país. Con ella también se han agotado los regímenes políticos y los partidos tradicionales. Fuerzas nuevas y populares líderes políticos están sustituyendo a los anteriores cuya crisis es cada vez más evidente. La sociedad ya se hartó de falsas promesas repetidas hasta la náusea por muchas décadas, entre otras razones por su incumplimiento y porque las ofertas del neoliberalismo lo único que han realmente aportado es menor intervención del Estado para regular la economía y mayor dominio de los grandes capitales internacionales. En consecuencia, como puede verse en cualquier informe social, incluso de organismos oficiales, la pobreza y la desesperanza de muchos han aumentado.
Millones de personas, en México y en muchos otros países incluso desarrollados, quieren cambios y nuevas sensibilidades políticas que los viejos partidos y líderes han sido incapaces de ofrecer y mucho menos de atender con nuevas estrategias que ayuden a combatir la pobreza y el desempleo crecientes.
Como no se han encontrado nuevas fórmulas que amplíen la democracia o la sustituyan por otra que sea viable, eficaz y no demagógica en las sociedades complejas de nuestro tiempo, la política (y la sociedad mayoritaria) sigue proponiendo cambios de perspectiva mediante nuevos partidos y nuevos líderes con mayor credibilidad y aceptación. Las esperanzas de muchos, pese al desencanto en los sistemas tradicionales que han llevado al alejamiento de la política sin darse cuenta de que su pasividad favorece a quienes ya tienen el poder (que no quieren ceder), es que surjan nuevas ofertas que les puedan favorecer o que, en todo caso, no los perjudiquen más de lo que ya están. En otras palabras, grandes mayorías quieren alternancia, pero no de partidos y representantes que ya han probado ser la misma cosa con diferente cara, sino más bien con proyectos distintos y diferenciados de los que ahora repudian porque no las han beneficiado en ningún sentido.
Esta dinámica, a mi manera de ver, es la que explicaría el éxito de un partido nuevo en México, cuyo crecimiento es innegable: Morena (registrado en julio de 2014, hace menos de tres años), y de un líder que, hoy por hoy y pese a los sistemáticos ataques que recibe de sus adversarios, no ha cejado en su lucha de más de 10 años: Andrés Manuel López Obrador. Este líder y su nueva organización, surgida no sólo de la evidente crisis de su anterior partido (el PRD) sino fortalecida por una labor consistente y minuciosa en todo el país, es sin duda el más popular y el único que se enfrenta tanto a los partidos tradicionales como a los políticos que se resisten a perder sus privilegios a la sombra del poder. Cierto es que, como gran conglomerado en principio y por principio plural, Morena tiene en su seno a todo tipo de personas, algunas (para mí) de dudosa verticalidad, pero aun así nos ofrece aire fresco y perspectivas reformistas que prometen una alternancia no sólo de personas sino también de un régimen político diferente que muchísimos mexicanos deseamos por el bien de la nación y sus habitantes.
El
no más de lo mismose está convirtiendo, aunque no se diga así explícitamente, en una idea fuerza que atraviesa a todo el país y que incluso se está imponiendo en el muy priísta estado de México de cara a sus próximas elecciones. Según la encuesta deReforma del 16 de marzo, citada por Alberto Aziz el martes pasado,
el PRI tiene 29 por ciento, Morena 28 por ciento y PAN 25 por ciento, con un nivel de confianza de 95 por ciento. Además, 79 por ciento opina que debe cambiar el partido en el gobierno (el PRI), y hay una desaprobación presidencial de 80 por ciento. Estos notables resultados, en un estado donde los gobiernos local y federal (priístas ambos) están metiendo todos los recursos a su alcance (que no son pocos ni todos legales), demostrarían lo que he señalado anteriormente. No es poca cosa que una ex presidenta municipal de Texcoco esté por encima de una ex candidata presidencial del PAN y casi empatada con el protegido del presidente de la República y su gabinete, del gobernador y del llamado grupo Atlacomulco. Y si el PRI pierde esa entidad de la Federación no es descabellado pensar, pese a que se trata de dos tipos distintos de elecciones, que lo mismo ocurra en la presidencial del año próximo. Del PAN no digo nada, pues no tiene un caballo (ni una yegua) ganador, valga la figura.
En el ánimo de ser optimista y de confiar en la sensatez popular (no siempre acertada, lamentablemente), quiero pensar que por fin, ahora sí, México se está dando y se dará la oportunidad de usar la discutible democracia liberal para promover por la vía electoral un cambio necesario de régimen político y de proyecto a futuro. Según yo, las condiciones están dadas, sólo falta estar a su altura y aprovecharlas. Por fortuna para nosotros, a diferencia de lo que ha estado ocurriendo en Europa y en Estados Unidos, acá no tenemos una ultraderecha que nos amenace con un triunfo que nos regrese de golpe al oscurantismo del pasado. Urge un cambio, como en casi todo el mundo, pero no en la lógica de las ultraderechas sino de una izquierda aunque no sea ni se pretenda socialista.
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