José M. Murià
N
o dejan de entristecer las públicas y privadas manifestaciones, que resultan de una especie de histeria, capaces de llegar a tanta bajeza.
¡Claro que todo el mundo tiene el derecho a estar en contra del nuevo presidente y de su gobierno! Sin embargo, valdría tener presente cuál fue la oferta que el sistema político hizo al pueblo de México y las muchas razones por las que éste abrazó mayoritariamente la candidatura de Andrés Manuel López Obrador.
Pero lo que resulta verdaderamente lamentable es que, a pesar de haber cacareado ostentosamente su repudio a la corrupción y al abuso descarado de las instituciones bancarias, extranjeras en su mayoría, los llamados fifís salieran a la calle, y sottovoce también, desde la comodidad de su hogar, hayan emprendido una campaña para defender un aeropuerto que constituye uno de los mayores actos de corrupción de que se tiene noticia y apoyar que el sistema bancario exprima
poco a poquito, pero con perseverancia y eficiencia, a un buen sector de la población.
Dos imágenes vinieron a mi memoria cuando esta gente salió a la calle, por cierto y afortunadamente con muy poco éxito numérico, especialmente en la muy conservadora ciudad tapatía, donde como dijo un periodista normalmente afinado, por cierto, apenas “alcanzaron para una selfie”.
La primera fue la de aquellos desfiles de trabajadores agrícolas del sur de España, al mediar el siglo XIX, en contra de los tímidos intentos liberales, al grito de
vivan las cadenas, es decir, con ánimo de defender la esclavitud de facto en que se encontraban.
La otra fue la actitud de los llamados momios chilenos en el gobierno de Salvador Allende que, como sabemos, fomentaron y aplaudieron incluso el golpe de estado de Pinochet y luego, salvo unos cuantos que se beneficiaron con los milicos, lamentaron las terribles consecuencias del régimen que les tocó padecer.
Por fortuna, muchos fifís mexicanos enseñaron el cobre de su verdadero talante: drogados por su entusiasmo aprovecharon los micrófonos que se les acercaron para hacer gala de su xenofobia, su racismo, su clasismo y, en última instancia, de su antimexicanismo.
Que no quepa la menor duda: la campaña, solapada y no, va a continuar, dando fe de que su aversión al pueblo de México da lugar a que hubieran preferido que el mesiánico Bronco regiomontano o el
hipercorruptode Ricardo Anaya ganara las elecciones…
Por otro lado, conviene tener presente que, tal como insistimos muchos durante la campaña electoral, los ataques sistemáticos de que fue objeto López Obrador en muchos casos sirvieron para fortalecerlo y ganarle más adeptos.
Es con propuestas positivas como debe esgrimirse la democracia, cuando hay decencia, en vez de llegar al extremo de los fifís, que incluso acabaron escupiendo contra el viento.
Por fortuna, no todos los adinerados mexicanos son como ellos y continuarán haciendo su chamba con el nuevo gobierno que, al menos, da trazas de tener intenciones más nacionalistas.
Los mismos que acatamos las preferencias por un personaje como Vicente Fox y, peor aún, Felipe Calderón, hay que darle la oportunidad a un gobierno que, al menos, aparenta ser mexicano y esgrimir algo del nacionalismo revolucionario que antaño, digan lo que digan, le dio consistencia a nuestro país.
In memoriam: Fernando del Paso
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