Luis Linares Zapata
D
urante la celebración de sus 90 años, David Ibarra dio fundamentales trazos de la vieja estructura neoliberal que juzga envejecida. Desgraciadamente, algo de la cual aún prevalece a pesar de los esfuerzos por cambiarla de raíz. Al mismo tiempo, don David asienta una visión del desarrollo y la justicia que debe buscarse. Él afirma que debe cimentarse con nuevas voces y votos. El cambio al statu quo prevaleciente es, según Ibarra, indispensable. Hombre de sólida formación académica, complementada con la experiencia de haber habitado en los primeros niveles decisorios de las finanzas nacionales, sus aportaciones son más que bienvenidas. Al pasar revista de los sustentos básicos del neoliberalismo –que él mismo dice que aceptó y llevó a la práctica– ahora clama por las indispensables correcciones. Pasó revista a la insistencia de privilegiar, desde el banco central, el control de la inflación a costa de mantener las tasas de interés en niveles poco convenientes. Dejarlas con altos rendimientos, para atraer inversiones, castiga con rigor los salarios de los trabajadores. Esta es una de las causales directas de la concentración de la riqueza y, por tanto, de la galopante desigualdad. Los precios, por lo demás, nos dice Ibarra, ya reciben, entre otros factores, presiones a la baja provenientes de la integración de los mercados.
Otro de los ángulos analizados por Ibarra incide en la tendencia anterior (neoliberal) de debilitar a los sindicatos e incapacitarlos en su cometido central: la defensa de los asalariados. Perverso propósito, insertado para el desbalance en la distribución de los ingresos en favor del capital. Su visión abarca también la crítica a la política de apertura indiscriminada que no pudo equilibrar, la transferencia tecnológica buscada, con la mano de obra barata existente. Ello también incidió, al propiciar la inversión externa, en acelerar la extranjerización de las empresas nacionales. Ahora, y como alternativa viable, hay urgencia de recapacitar en el rol que deberá jugar la demanda interna para reconstruir la planta productiva propia. Un resultado adicional, no deseado pero congruente con el estado de cosas, aduce Ibarra, fue el empobrecimiento de las finanzas nacionales. México actualmente tiene, bien se sabe, los menores ingresos fiscales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), 16 por ciento del PIB, y de los más bajos de América Latina. No se debe seguir permitiendo que los salarios paguen mayores tributos que las empresas. Según datos de la organización Oxfam, la diferencia entre multimillonarios y gente en la pobreza es 38 veces más elevada en México que el promedio mundial.
En su fundado alegato, Ibarra también pone el acento en un nuevo fenómeno: el trastocamiento de las usuales certidumbres que el nuevo proteccionismo internacional está provocando. Esta situación incide en la confianza interna de varias naciones, México no podía quedar aislado de tal afectación. Nos dice, además, que no hay vuelta atrás. Hay, concluye, obligación de trabajar por un futuro con menos creencias neocoloniales y diseñar una política pública democrática, autónoma e igualitaria.
De manera simultánea, pero dentro del horizonte difusivo del país, se insiste en emplear las limitadas energías colectivas para repercutir y agrandar aspectos de corto plazo. Intentos masivos se concentran en la crítica, severa, terminal, opuesta a cualquier iniciativa que provenga del gobierno actual. Trátese de la puesta en marcha de la reforma a la salud o la de restructurar el orden jurídico. Ambos campos de vital trascendencia para la vida organizada, la seguridad y el bienestar colectivo. Antes de prestar atención a lo que se adelanta como propuestas gubernamentales y comprender los objetivos y normas de tales iniciativas, se llega de inmediato a las tajantes condenas. No hay para dónde hacerse, la defensa del orden anterior es fundamental para muchos de sus pasados adalides. La tarea que se ha puesto sobre la mesa avanza, pero el gasto del empuje es creciente y en esta ruta la polarización adquiere denso cuerpo.
Muy a pesar de la cerrada disputa para estigmatizar los proyectos públicos en marcha, poco a poco se abren camino informes precisos sobre ellos. Es el caso del aeropuerto de Santa Lucía que ya muestra concreciones incontrovertibles de su utilidad y acertada construcción. Vendrán otros, como Sembrando Vida, la refinería de Dos Bocas o el peliagudo asunto del Tren Maya para mostrar sus bondades. Pero, lo fundamental, para el efectivo cambio de régimen propuesto, aguarda en el corto plazo: el indispensable y justiciero incremento en la recaudación.
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